Cimbelino es una de las grandes obras del periodo final de William Shakespeare. En Cimbelino observamos el gusto por la sofisticación y los alardes imaginativos llevados al extremo: el artificio teatral en su forma más gozosa. Ambientada en una Britania prerromanizada vagamente irreal, las convenciones del cuento de hadas, las intrigas por el poder y el tema eterno de los celos y la fidelidad amorosa se entretejen con virtuosismo genial hasta llegar al verdadero gran final de la última escena: en sólo cuatrocientos versos se suceden en ella más de veinte revelaciones de identidad y escenas de reconocimiento. Pero antes, los personajes (y el espectador/lector con ellos) habrán presenciado prodigiosas apariciones divinas, visitas de fantasmas, envenenamientos y batallas. Preside todas las peripecias la hermosa figura de Imogenia, princesa de Britania, que sobresale por derecho propio en la soberbia galería de personajes femeninos imaginados por Shakespeare y que para Wordsworth era, ni más ni menos, «la mujer por encima de todas las mujeres de Shakespeare».
Cimbelino, rey de Inglaterra, cuyos dos hijos han crecido exiliados en Gales, destierra a Posthumus a Italia por haberse casado con su bella hija Imogen, a quien la segunda esposa del rey había destinado a su necio hijo Cloten. El amor de ambos jóvenes enfrenta todo tipo de obstáculos e intrigas planeadas por el villano Giacomo y la madrastra malvada, y culmina con el rechazo de una invasión romana, la reaparición de los honestos hermanos de Imogen, la confesión de Giacomo y la feliz reunión de los amantes. Obra compleja por su densidad metafórica, Cimbelino es, a pesar de la profusión de elementos típicos del cuento de hadas, una tragedia política. Imogen simboliza el alma de Inglaterra, que debe elevarse por encima de la vieja y corrupta corte de Londres y el poder papista de Italia para renacer, fuerte e independiente, a partir de sus antiguas raíces célticas.