Ángel Ganivet – LA CONQUISTA DEL REINO DE MAYA POR EL ÚLTIMO CONQUISTADOR ESPAÑOL, PÍO CID

La novela es la primera de las que habrían de componer (la prematura muerte del autor las dejó en dos) el llamado ciclo de Pío Cid; personaje central de las dos obras en el que la crítica ve una autoficción o alter ego de su creador. En referencia a la naturaleza autobiográfica que estas dos novelas encierran, algunos estudiosos postulan por enmarcar La conquista de Maya…, Los trabajos del infatigable…, y El escultor de su alma, en una trilogía autorreferencial en la que La conquista… sería una obra introductoria, Los trabajos… tomarían el protagonismo de eje central, y El escultor…, encarnado en la figura de Pedro Mártir, pondría el simbólico broche final (testamento místico) a la serie autoficcional.
La Conquista del Reino de Maya es en si misma una gran ironía, una utopía al revés, como algunos la han definido. Publicada la obra, el carácter satírico de la misma dejó desconcertados a propios y extraños: “Un libro raro”, titulaba Navarro Ledesma una reseña de la misma aparecida en El Globo en abril de 1897.
En la novela se narran las aventuras de Pío Cid en el reino africano e imaginario de Maya, en el que, convertido en Sumo Sacerdote, se da al trabajo de promover una serie de reformas acompañadas de un proceso de tecnificación e industrialización cuyos resultados acaban siendo grotescos.
La novela se ha interpretado como una crítica de la colonización del Congo belga, muy negativamente juzgada por Ganivet, como evidencian otros pasajes semejantes al de la carta escrita a Navarro Ledesma fechada el 10 de mayo de 1893, donde escribe que «Cualquiera que piense, no ya con la cabeza, sino con los calzoncillos, comprende que no se trata de la felicidad de la raza negra ni del progreso ni de nada por el estilo; se trata de un negocio en grande escala en el que el buen Leopoldo tiene metidos buenos millones».

«La vida de Ganivet —escribe Santiago Valentí Camp en Ideólogos, teorizantes y videntes (1922)— puede decirse que fue una carrera de obstáculos en la que logró vencer casi siempre. En el orden intelectual jamás buscó el insigne escritor granadino el triunfo fácil, sino que, por el contrario, trató de marcar nuevos derroteros. Así, por ejemplo, La conquista del Reino de Maya por el último conquistador Pío Cid, que apareció en el verano de 1897, causó entre los amigos de Ganivet una impresión vivísima, llegándose a decir que con esta obra había dado un salto a las tinieblas. Ganivet, que, ya en Granada la Bella, estudió el alma de la colectividad en un estado de desenvolvimiento social superior, examinando la ciudad en reposo, trató en La conquista de proyectar el estudio de un organismo social rudimentario, en los primeros vagidos y cuando se inicia la evolución ascendente y progresiva. Haciendo gala de su humorismo, fue disecando una a una todas las instituciones sociales, poniendo de manifiesto sus defectos, sus errores y las consecuencias funestas a que muchas veces dan lugar los intentos de reforma cuando los pueblos carecen de capacidad para recibirlos. Pintó con mano magistral las aventuras y proezas de Pío Cid y el influjo que ejerció en una tribu de negros del África oriental, en donde supuso que existía el Reino de Maya, situado entre lagos.
Ganivet, que conocía muy a fondo la Historia y la Geografía, las razas y las costumbres, escribe una novela originalísima, imitando una serie de cuadros altamente pintorescos, en los que trazó el poder extraordinario de la adaptabilidad de Pío Cid, que, merced a la superioridad de la cultura europea, logró moldear la masa amorfa de negros, explotándolos con habilidad y adecuándose a su modo especial de ser. Es, en verdad, sorprendente la fuerza psíquica que hubo de derrochar el famoso escritor para tejer la curiosa y complicada urdimbre de esta novela, que, escrita toda ella en forma de narraciones de viaje, constituye, en el fondo, un profundo estudio de psicología de las muchedumbres, a la vez que una crítica aceradísima de las formas oropelescas de la civilización europea.
Pero Ganivet no se contentó con la parte que podríamos denominar negativa, sino que, a medida que censuraba lo que representa la conquista y colonización, que actualmente se denominan penetración e influencia, fue exponiendo sus puntos de mira especiales acerca de los problemas de la civilización, señalando aquello que esta conforme con los dictados del humanitarismo por ser producto de la Ética.
Ganivet desenvolvió la idea de que los héroes tradicionales, que la Historia primitiva ha pintado como autores de hazañas extraordinarias, merced a cuyo influjo las tramas se convirtieron de nómadas en sedentarias, llegando a constituir la ciudad y otros organismos sociales, no fueron más que la expresión plástica de los colosales esfuerzos colectivos realizados durante siglos por gran número de generaciones para conquistar un mayor grado de perfección política y social. En La conquista del Reino de Maya pone de manifiesto Ganivet el valor simbólico del proceso genético del pueblo Maya y con un conocimiento verdaderamente extraordinario de la Psicología de verosimilitud a una serie de cuadros episódicos, exponiendo el poder que tiene el hombre inteligente sobre los ignorantes y supersticiosos. En este respecto es admirable el capítulo en que describe la aparición de Pío Cid entre los negros y la sencillez con que estos le concedieron todos los honores hasta ungirlo como a un ser sobrenatural. Son también interesantes las páginas que consagra a estudiar los efectos de la sugestión para infundir en aquella tribu las más estupendas patrañas, como la resurrección de Arumi, debida a un milagro. La conquista de Maya termina con el sueño de Pío Cid, en el que trató Ganivet de reivindicar, con más espíritu que justicia, a los conquistadores españoles. Porque Ganivet fue grande en todo y cuando se equivocaba era para dignificar a aquellos a quienes la Historia a juzgado ya con severidad implacable.
En La Conquista del Reino de Maya hay muchísimo que leer y muchísimo más que estudiar. Los párrafos que dedica a describir la danza de los uagangas constituyen una de las críticas, más enérgicas de los vicios del parlamentarismo, así como los dedicados a la invención de los rujús son una sátira intencionadísima y rebosante de gracia, de las instituciones de crédito. Quien lea este libro sin penetrar en lo esotérico, es posible que lo encuentre árido y lo deje; pero si consigue percatarse de la intención del autor, hallará en la obra enseñanzas de un gran valor moral».

«Pío Cid —señala Nicolás María López— es un filósofo de la peor especie; no es un tipo español, pues aunque con éste se avenga bien lo de aventurero y osado, sóbrale en cambio la filosofía pesimista, el cinismo y perversidad incompatibles con nuestra legendaria generosidad y nobleza. Barbarie y perfidia hay indudablemente en muchas de las empresas de nuestros conquistadores: en los Cortés y Alvarados, en los Pizarros y Almagros encuéntranse en ellos rasgos de groseras pasiones, hijas de la falta de educación, pues Almagro fue guardador de puercos, y todos ellos soldados indisciplinados y aventureros; pero estas manchas se compensaban con su heroísmo épico, con sus ideales soberbios de ambición y grandeza, y, sobre todo, con su entusiasmo por la patria y la religión.
Pío Cid, en cambio, hecho conquistador moral por las circunstancias, es una especie de Schopenhauer andaluz, para el cual la vida es una comedia sin interés, y los hombres animales, que no tienen de bueno más que la facilidad con que se dejan engañar por otros más hábiles y bribones; dada la cultura que el lector le supone, no se concibe tal cinismo, tal ausencia de sensibilidad: Pío Cid padece la indiferencia, la falta de remordimientos. No hay violencia en suponer que quien ve en el asesinato un pasatiempo, quien toma á juego la muerte de sus hijos, quien cree excusable y útil la falta de honor, quien defiende como mejor política la del embrutecimiento, y como instituciones beneficiosas la poligamia y la poliandria, no es sino un loco criminal ó un criminal loco, entretenido en burlarse de aquellos salvajes, á los que embrutece y engaña, dejándoles, en vez de una idea moral, las corridas de toros, los escalafones para los empleados, el uso del alcohol... y el himno de Riego.
Es claro que todo esto no es sino una finísima sátira; pero esta sátira ¿á dónde va á parar? ¿Es á poner en ridículo el afán civilizador de los pueblos cristianos? ¿Es contra la idea humanitaria de la posibilidad del progreso de ciertas razas inferiores? ¿Es, en suma, una burla sangrienta de la misma civilización europea, cuyas conquistas, vistas así al desnudo en una sociedad virgen que las recibe inconscientemente, resultan ridículas pantomimas?... No está clara la intención del autor: el lector cree, á veces, haber dado en el quid, atribuyendo á ciertas teorías de Pío Cid un sentido simbólico determinado de crítica social; pero ve en seguida que el mismo Pío Cid se burla de sus teorías y de sus obras, y acepta las contrarias. Pudiera pensarse que Pío Cid era un conquistador, un aventurero español á la moderna, que en vez de las armas lleva reformas é ideas nuevas; pero en vista de la terrible sátira que emplea y de los fines que se propone al plantearlas, ¿quién puede tomar en serio tales creaciones?
Descartado, pues, todo pensamiento ó idea dominante, hay que ver en este libro una relación novelesca originalísima, que sirve de pretexto para satirizar muchas ideas convencionales de la civilización moderna, y otras que, por no ser convencionales, merecían más respeto.
Como obra literaria, es admirable la sencillez de su estilo, que sin levantar el vuelo ni hacer ostentación del más nimio adorno, tiene el candor y la ingenuidad agridulce que caracteriza a las obras clásicas; el maravilloso alarde de ingenio para llevar adelante una narración en que interviene tanto personaje, de tan raros nombres y extrañas figuras, y en que se van desarrollando peripecias innumerables y sucesos complicadísimos; el profundo estudio que revela de los pueblos salvajes.
El lector se queda atónito á medida que avanza en la lectura, y comprende que todo aquel reino de Maya, con su rey y sus reyezuelos; con sus ciudades, cuya posición topográfica y carácter local se describen admirablemente; con aquella innumerable serie de uagangas, pedagogos, nnanis, etc., etc., y todas aquellas ceremonias, afuiris, uouesus, días muntus, progresos, reformas, guerras, revoluciones, reacciones y crímenes, tan gráficamente pintados y minuciosamente descritos, no son sino una ficción pura, juego caprichoso, para tomar á broma todo lo existente en África... y en Europa».

Tal como apunta el cofrade amigo de Ganivet, quizás la novela sea también un reflejo del devenir histórico de Europa. Así lo entiende el estudioso del pensamiento ganivetiano, Miguel Olmedo Moreno, para quien La conquista… es una historia paródica, y amarga, de los últimos siete siglos europeos.

Acerca de la originalidad de La Conquista como utopía inversa, y del tipo de Pío Cid, como elementos literarios que tienen sus analogías en las aventuras barojianas de Silvestre Paradox o en La isla de los pingüinos de Anatole France, el literato y estudioso Rafael Cansinos Assens, escribe en su obra Los Hermes: «también, en cierto sentido puede compararse a Baroja con escritores tan españoles como Larra y Ganivet, que también desdeñaron las galas retóricas tradicionales y escribieron en un estilo acerado y fuerte de reflejos fríos y duros y profundos como los de los cristales emplomados. Sobre todo con Ganivet. Aún no ha sido debidamente estudiado el influjo que el escritor granadino, formado en el trato con la naturaleza y los escritores del norte, pudo haber ejercido en este otro escritor del norte. Ambos, aun en sus obras puramente, estéticas, tienen la intención sociológica…
Seria también interesante estudiar las analogías indudables entre el héroe de Ganivet y los personajes picarescos de Anatolio France. Estas analogías se hacen más vivas si se comparan La conquista del reino de Maya y La isla de los Pingüinos. Una enorme popularidad se ha granjeado esta obra, sátira acerba de los orígenes de las sociedades. Su titulo ha quedado como una frase definitiva, tan lapidaria y perfecta como Las mentiras convencionales y El mal del siglo, de Nordau. Los pingüinos han sido elevados a la categoría de símbolos. Y, sin embargo, ¡cuánto más grande, por la intención y por el desarrollo y por la pluralidad de las formas críticas, no es esta prodigiosa Conquista del reino de Maya, burlesca apoteosis del genio civilizador, suprema parodia de descubrimientos, conquistas y evangelizaciones, novela utópica al revés, laico evangelio de los orígenes, que corresponde en la esfera estética a las investigaciones rousseaunianas sobre los orígenes y el pacto social y en la que, con mano irreverente y festiva, se nos muestra la pobre y grotesca armazón de madera que sustenta las áureas efigies de los dioses!
Lo que es La isla de los Pingüinos respecto a la Conquista del reino de Maya, es Paradox, Rey, respecto a este mismo libro. Paradox, Rey tiene un irrefragable aire de familia con Pío Cid. Indudable que Baroja ha estudiado al pensador granadino, con el que le unen afinidades singulares de temperamento y espíritu. Como Baroja en nuestro tiempo, también Ganivet en el suyo fue un espectáculo raro y una palabra demasiado fuerte. También él fue un rebelde, un innovador, un antiliterario y un utópico; y también su obra fue un fruto demasiado crudo en los vergeles de la retórica de su tiempo, que se ornaban aún con las últimas flores del romanticismo y las primeras del realismo declamador.
Como Baroja, Ganivet fue un escritor para el futuro, que superó las fórmulas de su época y pudo hacer presentir la aparición de escritores tan fuertes y serios como Unamuno y Ortega Gasset y este mismo Baroja. Escritores graves, de un temple raro en España, llenos de ideas y de larguísimas intenciones estéticas, agudamente burilados, humoristas y paradójicos, plurales de aspectos y de matices, enemigos de la retórica tradicional que, por encima de las floraciones mediterráneas de la península, enlazan con lo más recio de nuestro genio clásico y labran sus sutiles taraceas modernas sobre los más firmes robles y alerces antiguos».



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