Antonio Rodriguéz Villa - LA REINA DOÑA JUANA LA LOCA, ESTUDIO HISTÓRICO

Reseña de la obra a cargo de Antonio María Fabié para el Boletín de la Real Academia de la Historia (tomo 22, 1893, pp. 100-105):

El estudio histórico de que voy á dar breve noticia á la Academia es digno, bajo todos conceptos, de ocupar su atención, no sólo porque trata de la interesante figura de la hija y heredera de los Reyes católicos, sino por el esmero con que el autor ha procurado investigar cuanto á ella se refiere, que es de la mayor trascendencia, pues en su tiempo y con motivo de su enlace con D. Felipe se produjo una profunda crisis en nuestra historia, que si tuvo resultados inmediatos gloriosísimos, quizá fué el origen de la decadencia que aún padecemos y de que no se ve próximo remedio.
La muerte prematura del príncipe D. Juan sin dejar sucesión fué una calamidad, agravada á, poco por la de la reina de Portugal, y que sintieron, no sólo sus padres, sino los reinos de Castilla y de Aragón, que parecían presagiar los tristes efectos que en su ulterior progreso habían de producir las influencias extranjeras. El advenimiento al trono de Castilla de los herederos de los Austrias, dadas las circunstancias y las ideas del tiempo, había de hacer partícipes á los pueblos de nuestra Península, en un momento en que se determinaba la formación de las naciones modernas, de tendencias y de propósitos que debieron sernos, si no indiferentes, al menos de interés muy secundario, pues lo natural era que empleáramos nuestras fuerzas, antes que en nada, en la colosal empresa, hacía poco empezada, de descubrir y civilizar un nuevo continente y en mantener nuestro poder en Europa, defendiendo los derechos que la herencia y la conquista nos habían asegurado en Italia.
Ningún interés inmediato podía llamar la atención de castellanos y aragoneses hacia los países del Norte de Europa, con los que nos bastaba vivir en paz, procurando que en aquellas regiones se llegase á establecer un poder bastante fuerte para contrabalancear el que todo indicaba que había de crearse en la vecina Francia, evitando con esmero que alguna vez una misma frente ciñiera la corona real de las Galias y la del Sacro Romano Imperio.
En el libro del Sr. Rodríguez Villa, y con los documentos que le ilustran, asistimos al origen de la desastrosa influencia de los extranjeros en nuestros reinos, que empezó á manifestarse á poco de verificado el matrimonio de Doña Juana con D. Felipe, viéndose con dolor que la fomentaban algunos magnates castellanos, especialmente el hábil y poco escrupuloso D. Juan Manuel, que se aprovechó de las circunstancias que produjo la muerte de la Reina Católica para desarrollar sus funestas ambiciones, y, secundado por la mayor parte de los próceres de Castilla, creó al Rey Católico graves dificultades y peligros, apenas superados por la consumada pericia de D. Fernando, que aparece en aquella ocasión más hábil político que en ninguna de las de su larga y gloriosa vida, que supo terminar manteniendo en su mano el gobierno de todos los Estados que se reunieron bajo su cetro, legándoselos, no sólo íntegros, sino mejorados, á su nieto D. Carlos.
No hay para qué decir que hasta el casamiento de D. Fernando con Doña Germana de Foix, que á primera vista mengua, si no destruye, las simpatías que pudiera inspirar el viudo de Doña Isabel, aparece, en vista de los documentos publicados por el señor Rodríguez Villa, como la consecuencia indispensable de la política que se vió obligado á seguir D. Fernando con motivo de las intrigas que contra él urdían su consuegro y su yerno, atentos sólo á convertir en provecho de sus particulares intereses dinásticos el poder de Castilla, apoyándose en los magnates que, recordando sin duda los tiempos de Enrique IV, anhelaban sacudir el peso de la autoridad del rey que había logrado anularlos en beneficio de los pueblos de la monarquía.
Breve fué, por desgracia, el período en que se pudieron tener justamente á raya las ambiciones de los grandes de Castilla y de los flamencos que formaban la corte de D. Felipe. La muerte de D. Fernando y la del cardenal Cisneros, que coincidió con la llegada de D. Carlos á España, fueron principio de un período funesto y de grandes consecuencias para los destinos de la monarquía española, formada al fin por la feliz unión de los reinos de Aragón y de Castilla.
Muy joven, casi un niño, el que luego nos dió tanta gloria, era inevitable que llegara á su apogeo la influencia de los flamencos que formaban entonces su séquito; pero, como siempre, los castellanos se mostraron rebeldes á ella, y cuando después de lo ocurrido en las Cortes, que terminaron su reunión en la Coruña, se embarcó D. Carlos para tomar posesión de la corona imperial de Alemania, estallaron las pasiones mal comprimidas y se produjo la guerra de las Comunidades, que tuvo rápido desenlace, y sin duda funesto; porque, si bien el poder monárquico resultó de ella, enaltecido y fortificado, y por tanto herido de muerte el de los grandes, sufrió por de pronto la misma fortuna el de las ciudades y villas, decayendo desde entonces la institución de las Cortes, que sufrieron al cabo un largo eclipse, estableciéndose la monarquía absoluta en nuestra patria.
Para dar idea exacta de los acontecimientos que van indicados sería necesario escribir, no sólo la historia de España, sino la de Europa, desde 1496, en que se embarcó Doña Juana en Laredo para unirse con su esposo D. Felipe, hasta que su hijo D. Carlos, en posesión de la corona imperial, volvió á España terminada la guerra de las Comunidades; después de lo cual, salvo la rebelión de los moriscos, gozó la Península largos años de paz, durante los cuales no cesaron las luchas con el extranjero, tan gloriosas para nuestras armas como estériles y aun funestas para España.
Conviene, sin embargo, decir que, si bien tan grandes sucesos fueron contemporáneos de Doña Juana y ella causa involuntaria de muchos, puede asegurarse que no influyó en ellos deliberadamente por el estado mental en que cayó á poco de verificado su casamiento, y de que probablemente tendría gérmenes desde el principio de su existencia. En esta parte disiento radicalmente del Sr. Rodríguez Villa; y creo que la desdichada reina Doña Juana, aun antes de su vuelta á España, no gozaba de su cabal juicio, aunque pueda decirse de ella, como de casi todos los que se encuentran en su caso, que tuvo lúcidos intervalos.
En efecto; á mi parecer, el viaje del P. Matienzo á Flandes, enviado por la Reina Católica, es una prueba de que esta abrigaba sospechas del estado mental de su hija; y esto aparece del contexto de las cartas que el Sr. Rodríguez Villa inserta en el mismo cuerpo de su obra. ¿Cómo interpretar, si no, este pasaje de la de 15 de Enero de 1499?: «... Después que S. A. salió a misa, le hablé algunas veces, en que le dixe todo lo que V. A. me mandó, con todo lo que más me pareció que era razón decirle; en que muchas cosas pasaron, las quales le dixe lo más benignamente que pude y con cuanto amor V. A. lo manda decir, no en forma de reprensión. Recibiólo muy bien, besando las reales manos de V. A. por le avisar cómo guiase su vida, y á mí que me lo agradecía mucho, y que habría placer que cualquier cosa que menos buena me pareciese gela dixese. No sé qué tanto durará. Dixele entre las otras cosas que tenía un corazón duro y crudo sin ninguna piedad como es verdad. Díxome que antes le tenia tan flaco y tan abatido que ninguna vez se le acordaba quán lexos estaba de V. A. que no se hartase de llorar en verse tan apartada de V. A. para siempre...»
Sin duda que el trato á que la sometió su esposo desde los primeros días de su matrimonio, y más que esto los celos fundadísimos que le dió con sus infidelidades y vida licenciosa, contribuyeron eficazmente á agravar la triste dolencia de Doña Juana, y, si se quiere, á producirla; por más de que imparcialmente haya que reconocer que causas análogas no producen de ordinario tales efectos, porque ¿cuántas mujeres, tratadas duramente por sus maridos infieles, conservan íntegro el uso de su razón?
Es verdaderamente conmovedor el espectáculo de la vida de esta ilustre princesa, que no llegó al menos de ordinario, a aquella situación en que el demente pierde por completo la conciencia de su estado, sino por el contrario tiene noticia aunque vaga, de su situación, lo cual debe ser un suplicio horrible. Esto explica la repugnancia de Doña Juana á ocuparse de los negocios públicos y aun de los suyos particulares, y puede decirse que fué providencial esta circunstancia que libró á España de grandes peligros, pues por ella no se convirtió Doña Juana en instrumento de los grandes, cuando á la muerte de su marido le exhortaban á que tomase las riendas del Gobierno que fueron con esta ocasión empuñadas por las hábiles y fuertes manos de su padre, y altos más adelante, cuando despidió á los comuneros que fueron á Tordesillas para oponer su autoridad á la de su hijo.
Pero esta conducta, lejos de probar que gozara de su razón Doña Juana, demuestra todo lo contrario, pues si hubiera estado en la plenitud de sus facultades, ella y sólo ella hubiera sido á la muerte de su esposo como su derecho y su deber exigían reina de Castilla, y á la de su padre hubiese sucedido en el Reino de Aragón, ejerciendo en ambos Estados el Gobierno por sí misma con arreglo á nuestras leyes. Felizmente la misma Doña Juana se sentía para ello incapacitada, y sus declaraciones repetidas relevan de prueba para demostrarlo.
Las hay, sin embargo, tan directas y concluyentes, que basta examinar los actos de la vida de esta ilustre princesa para convencerse de que es propia la calificación de loca que le atribuyó la opinión y le ha conservado la historia. La escena ocurrida en el convento de Miraflores, mandando desenterrar á su esposo, las peripecias de la conducción del cadáver á Granada, cosas son que no bastan á explicar una extravagancia, ni una exaltación pasajera.
Más significativas son en cierto modo las alucinaciones que padecía Doña Juana, especialmente las que se refieren á las cosas de religión tales como las apariciones que creía ver al celebrarse la misa, y por tanto, su repugnacia á oirla, lo cual pudo dar fundamento á la suposición del Sr. Verghenrot, completamente absurda, de que fuese Doña Juana hereje é incursa en los errores que en su época tomaron tanto vuelo en Alemania, y de que participaron algunos españoles que por entonces estuvieron en aquel país acompañando á nuestros príncipes. Los supuestos tratos de cuerda de que habla ese y algún otro escritor no fueron sino las violencias más ó menos acentuadas á que había que apelar para que la reina tomase alimento, repugnancia por otra parte característica de la locura, así como la manera de comer en barreños que pedía el marqués de Denia que fuesen de plata por el gasto que ocasionaban los muchos que rompía la pobre enferma, sin duda en sus arrebatos y en las luchas que había que sostener para reducirla á que comiese.
Todo esto y otras muchas cosas, que el Sr. Rodríguez Villa refiere, bastarían para que cualquier médico alienista, aun sin observarla directamente, conociese esta dolencia, y aun calificara —105→ el género y tipo especial de demencia de que fué víctima Doña Juana, que con los tratamientos que hoy se emplean para esta enfermedad, si no curación, hubiera encontrado alivio para sus sufrimientos, y sobre todo una vida más tolerable que la que le dieron sus carceleros que no podían sustraerse á las opiniones de un tiempo en que se formulaba en este adagio «el loco por la pena es cuerdo» el proceder que convenía seguir con los que padecían esta enfermedad horrible.
Esta discordancia de opiniones no es parte para que yo estime amenguado el mérito sobresaliente de la obra del Sr. Rodríguez Villa que ha prestado un verdadero servicio á nuestra historia con sus interesantes investigaciones, de que no se podrá prescindir, cuando se escriba en adelante la de este período tan fecundo en acontecimientos gloriosísimos, y que fueron de tan grave transcendencia para nuestra patria.

Madrid 17 de Junio de 1892
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