ÍNDICE
PRIMEROS DIÁLOGOS
INTRODUCCIÓN
DIÁLOGO PRIMERO.- Historia de nuestros dos personajes.- Pequeñas escaramuzas.
DIÁLOGO SEGUNDO. - La revelación y la razón
DIÁLOGO TERCERO.-La razón individual y la colectiva.- EI unitarismo y el federalismo.
SEGUNDOS DIÁLOGOS
DIÁLOGO CUARTO.-Monarquía y república.
DIÁLOGO QUINTO.-Individualismo socialismo.
DIÁLOGO SEXTO.-Dios y el hombre.
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Las luchas de nuestros días, escritas en plena Restauración, no son sino una cadena de diálogos, entre platónicos y catequísticos, donde Pi recapitula acerca de algunos de los hitos más sobresalientes de su pensamiento. El pensador catalán, por boca de Leoncio (alter ego del autor) y el conservador Rodrigo, vuelve a sus fueros e insiste en torno a asuntos como la monarquía, la religión, la federación, y la cuestión social.
El Sr. Pí y Margall, como jefe de un partido y mantenedor de un credo social y político, acude al libro y explana su teoría en forma de diálogos en uno que titula Las luchas de nuestros días, modelo de corrección en el lenguaje y de gallardía de estilo al par que profundidad de pensamiento.
Dos hombres de alma honrada, Rodrigo y Leoncio, que han pasado respectiva y opuestamente de un extremo al otro de las ideas, y aleccionados por la vida, se encuentran al acaso al buscar el apartamiento de la ciudad bulliciosa y la soledad y retiro de la aldea tranquila; el uno, educado en la escuela liberal, halló la duda en las dificultades de la dirección, por medio del poder político, de la vida, que hubiera querido ver perfecta de una vez y para siempre, olvidándose de que es lucha y trabajo, crecimiento, muerte y renovación, y se apega al dogma para aliviar el desencanto; el otro, criado en místico recogimiento, y habiendo peleado por la causa del absolutismo, tuvo en su propio pensamiento el incentivo de un más allá que la astronomía le mostrara con su grandeza, viniendo á destruirle sus religiosas creencias para convertirlo á la sola contemplación del hombre y la humanidad. Así caracterizados, la cortesía los pone en primera comunicación, y la divergencia de caracteres y tendencias los acerca y une en cambio y discusión de ideas, estableciéndose entre ambos animado diálogo que versa sobre cuestiones generales y puntos diferentes, y es como ligera escaramuza anterior y precedente necesario de una más intrincada lucha para la que quedan citados.
Entáblase ésta, detenidamente ya, sobre el tema La Revelación y la Razón, que de común acuerdo han propuesto los interlocutores. En ella, Rodrigo, más por temor al torcedor de la duda, á lo que resulta, que por propio sentimiento y arraigada fe, quiere dar á la razón campo en que moverse, sin quitar á la revelación el suyo, entregando á la una el mundo y á la otra el hombre al fin de buscar frenos para las sociedades; Leoncio, fundado en las enseñanzas de la historia y de la naturaleza humana, niega el valor de la revelación en cuanto superior á la razón, y la hace depender del grado de aceptación que el individuo le preste.
Movido, de forma sencilla y bella y razonado, es este un diálogo interesante, si bien el debate no es todo lo vivo que parece debiera serlo, si en vez de un hombre que cree por temor de una condenación eterna, hubiese presentado el autor un verdadero creyente con fe no solicitada por premios ni castigos. Nótase en él propósito fijo de dar la victoria á uno de los contendientes, y se le presenta más razonador, más sagaz, más instruido, al menos así lo demuestra, y más simpático, pues que habla con entero convencimiento. Verdad es que el período de la contienda religiosa toca á su término, aun entre nosotros los españoles, y que no son de nuestros tiempos aquel entusiasmo y aquellos bríos de las disputas teológicas de la Edad Media; ni siquiera aquel ardor postrero de nuestras discusiones religiosas de años anteriores á la Revolución de Septiembre; y, de tal manera, el hombre de nuestros días sentirá, si, al discutir, el calor de la creencia religiosa, pero mitigado por la indiferencia de la época, que hacia otros problemas lleva sus corrientes.
La razón individual y la colectiva, el unitarismo y el federalismo, dan la ocasión á Leoncio y Rodrigo de su tercer diálogo. Para el primero, la razón individual puede por sí sola conocer la naturaleza y subir la escala de los seres hasta la idea del que todos los contiene; si puede conocerse á sí misma y deducir de este conocimiento las condiciones de su propia vida; si puede penetrar y corregir la razón ajena y aun dominarla, es obvio que en la razón individual está la fuente de todos los conocimientos y nuestro superior criterio; hasta para la moral, que ese revela primeramente en la conciencia, en la conciencia tiene su estímulo, su sanción, su juez inexorable. Para el segundo, sólo la religión puede dirigir la voluntad y el sentimiento é impedir que se desborden; la fe es antes que la razón, siendo aquélla el qué innegable y ésta el por qué.
La razón universal, la suma de todas las razones individuales, no puede ser, según Leoncio, no afirmando nada que no afirme la razón del individuo, la base de la autoridad; principio de ciencia y de certidumbre, y la raíz do toda moral y de todo derecho, es completamente autónoma, pero viviendo en relación para aprovechar las conquistas de la razón ajena. La razón es el regulador del individuo; la vida social tiene también el suyo y lo halla en la autoridad.
Objetado Leoncio por Rodrigo, que le niega la autonomía de la razón, pues que ha de someterse al número, asienta que la autoridad obra sólo sobre la voluntad, cuyo objeto dispone de medios de fuerza; la ley, el tribunal, la espada. La autoridad ha de ser la libre expresión de la voluntad de los asociados, y de aquí la necesidad de que se constituya por el pacto, y de que las naciones, en su constitución política, se lo propongan como fin. Empeñada la polémica, extiéndese Leoncio en consideraciones detenidas acerca de las conveniencias reales de tal sistema, y acude á la historia para demostrar su viabilidad en otros pueblos, tras breves argumentaciones de Rodrigo que se inclina al poder absoluto de los Reyes como emanación del poder divino.
En este diálogo, aún más que en el anterior, preséntase á Leoncio muy superior á Rodrigo, y queda en sus teorías triunfante; pero adviértase que el defensor del poder absoluto no representa aquí más que la idea caduca de un sistema político olvidado por la ciencia y rechazado por los pueblos, que no es en ninguna manera el que lucha con el federalismo. La realidad de nuestros días no es esa; otro sistema, otra comunión política representada en otro hombre, hubiera tenido algo más que oponer á Leoncio, y acaso no le hubiera sido á éste tan fácil y sencillo salir victorioso en la lucha.
Si Rodrigo representase otras ideas de las que en verdad luchan, cuando Leoncio afirma que en las naciones federales se garantiza desde luego á los pueblos vencidos el libre ejercicio de su culto, el imperio de sus leyes, la jurisdicción de sus tribunales, el respeto á su administración y su Hacienda, hubiera contestado que en todos los pueblos cultos é informados por un amplio espíritu liberal ocurre lo mismo; y cuando reconoce que hay que someterlos á un régimen militar y privarlos «del derecho de gobernarse en lo político; pero sólo el tiempo necesario para que, reconociendo las ventajas de la federación, se presten, de buen grado, á ser miembros de la República,» habríale dicho que, vista la imposición desde el individuo, cuyos derechos sirven de base á todo su sistema, es una injusticia tan patente y grande para un pueblo como la cometida sujetando y reduciendo al ciudadano á la tutela perpetua ó temporal de la autoridad, so pretexto de hacerle amar su grandeza. ¿Dónde se reconocería, según tal proposición, el arbitrio del individuo ó el pueblo, para someterse a la condición libremente pactada? ¿Se acude al interés superior de la parte de humanidad más adelantada en civilización? ¿Para qué el fundamento de la voluntad individual? ó ¿ha de ser este fundamento acomodaticio y echado únicamente para justificar á los ojos del más débil la opresión que sobre él ejerza el más fuerte? La lógica le hubiese llevado de consecuencia en consecuencia fatalmente hasta hacerle patente que si la razón del Estado se halla en el individuo y no en el bien de la especie, todo gobierno, toda autoridad, toda condición, cualquiera sea la forma en que se imponga, es para el ser aislado tiranía y coacción de sus facultades; pues que el hombre, siendo su ley la lucha por la existencia y su fin la realización de su vida constantemente mejorada, es absorbente y dominador, y únicamente en nombre de la especie, que le es superior, se le pueden imponer reglas de vida social.
Frente a las libertades del federalismo hubiérale puesto las mismas como posibles dentro de algún otro sistema político. Frente á idea de la nación, existente únicamente por conocimiento, representación y reflexión, el sentimiento de la patria vivo, poderoso, moral y decidido, de acción rápida y que, uniendo á los seres que viven bajo la influencia común del medio que les da organizaciones idénticas y condiciones uniformes, les hace reconocerse compatricios, solidarios en sus intereses, unos en el adelanto, compactos en la lucha y próximos en la desgracia. Bajo este sentimiento, la campana del cercano pueblo, que dobla por los héroes de la batalla, no suena triste sólo para los individuos del municipio, sino que, extendiendo sus ecos á más lejanas tierras, deja oír para toda la nación la voz que llama á mantener firme hasta el último momento la independencia patria.
La justicia no es, no puede ser nunca el bien de un individuo sino en cuanto sometido al de la especie, que si bien está formado del de cada uno de los seres que numéricamente la componen, necesita una relación, y, en su consecuencia, infinidad de condiciones. He aquí la fuente de todo poder; he aquí la razón del Estado. La Historia, debiera haber dicho también Rodrigo, á representar ideas menos estrechas y más de la realidad presente que el absolutismo, jamás nos presenta la federación como fin político, y siempre como medio. Los Estados alemanes se confederan para hacer más fáciles sus relaciones y llegar á la unidad que Lutero había enaltecido con su protesta y espíritu independiente, que los filósofos habían hallado buena y que los poetas habían sentido é infiltrado en su pueblo. La Suiza, dividida en fragmentos por sus varias tendencias religiosas y sociales, busca la manera de unirse en la federación. En 1776 se declaran independientes las trece colonias inglesas de América, y necesitan unirse para la defensa. Ahora, pues, cuando la unión existe de antiguo ¿convendría olvidarla para establecerla de nuevo? ¿No son posibles la autonomía del municipio y de la provincia reconocidas por la nación? Estas y otras muchas objeciones hubiera debido presentar a su interlocutor Rodrigo, de haber estado más en la realidad, con toda la fácil elocuencia, con toda la brillantez de forma y entusiasmo con que el mismo expone las antiguas lucubraciones del poder divino trasmitido al Rey, y Leoncio los pensamientos de federación, amagos de comunismo y empeños exclusivamente individualistas que le ha atribuido el Sr. Pí y Margall.
Reseña aparecida en Revista de España, volumen 98, mayo-junio, 1884.