«A principios de 1877—señala Enrique Vera y González en Pi Y Margall Y La Política Contemporánea (1886)— publicó Pi y Margall una obra que es quizá la más acabada y perfecta que ha salido de su inimitable pluma: Las Nacionalidades, en que hizo una exposición admirable del sistema federal á la luz de la razón y de la historia. Es demasiado conocido este libro, verdadera joya literaria, filosófica é histórica, calificada por los doctos como la mejor producción bibliográfica del último decenio, para que intente siquiera dar una idea de su contenido á los lectores, todos los cuales han saboreado, sin duda, los profundos conceptos que en elegantísima y castiza dicción en ella se exponen. Las Nacionalidades, obra juzgada con elogio unánime aun por los más encarnizados enemigos de Pi y Margall, porque lo verdaderamente bueno se impone siempre, fue inmediatamente traducida á varios idiomas y contribuyó poderosamente, no sólo á la reorganización del partido federal, sino á que abrazasen esta idea infinidad de personas que hasta entonces la habían combatido por desconocer su esencia y su fundamento racional é histórico».
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LAS NACIONALIDADES. —Este es el título de un libro que acaba de dar á luz nuestro antiguo amigo el eminente publicista D. Francisco Pi Margall, y el que está llamado á ser objeto de profundo estudio de todos !os hombres que se ocupan en el arte de gobernar á los pueblos, ó llámese la política. Grandes discusiones y profundas controversias auguramos al entendido y ferviente propagandista de la idea de la federación aplicada al organismo de las naciones y de los pueblos; y dado el extremo á que el Sr. Pi lleva su sistema, nos parece que no le ha de ser fácil resolver las infinitas dudas y dificultades que brotan por doquiera en el examen de la aplicación de sus principios. De la teoría á la práctica hay una diferencia inmensa; y precisamente todas las grandes cuestiones que dilucida con su poderoso ingenio nuestro estimado colaborador, si bellísimas teóricamente consideradas, pueden resultar algún tanto deformes una vez reducidas á la práctica, único medio de aquilatar el valor que puedan tener.
De todos modos, es lo cierto que el libro «Las Nacionalidades» del cual conocen nuestros lectores un interesante capítulo que hace tiempo tuvimos el gusto de publicar, merece ser estudiado y examinado, y nada perderá cualquiera persona medianamente ilustrada en adquirirlo y conocerlo. (Reseña publicada en Revista de Andalucía, Tomo VII, Málaga, 1877).
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LA IDEA FEDERAL EN PI Y MARGALL, Antonio Rivera García (Universidad de Murcia).
Extracto del artículo publicado en “Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades”, nº 4, 2000.
* Pi y Margall escribe Las Nacionalidades después del fracaso de la I República. De sus páginas se desprende una cierta melancolía cuando hace repaso a todas las oportunidades perdidas durante las frecuentes revoluciones del siglo XIX. Especial dolor le produce el análisis de la primera, la Guerra de Independencia y las Cortes de Cádiz: entonces todo apuntaba a que era posible adoptar la solución federal, pues no sólo hubo variedad (las Juntas de provincia) y unidad (la Junta Central y las Cortes), sino que además los órganos centrales fueron creados desde abajo, esto es, por las Juntas de provincia.
* Pi y Margall reconoce en numerosos fragmentos de su obra que España es una nación. Su federalismo no conduce a la disgregación de la unidad nacional: en ningún momento desea “que España retroceda en su camino, ni pierda lo que en el de su unidad haya adelantado”.
Es más, la idea federal servirá para aumentar la cohesión de sus distintas provincias. Por eso su propuesta federal resulta incompatible con las tesis de los separatistas catalanes y vascos. No obstante, los catalanistas han malinterpretado con frecuencia a nuestro autor.
* Para el político catalán, únicamente el principio federativo podía solucionar la disgregación de los pueblos españoles, y evitar la independencia o separación de algunas partes de España. Las Nacionalidades fue escrito tras el fracaso de la I República, período durante el cual muchos confiaron en el establecimiento de un Estado federal.
* Las Nacionalidades, no se comprende plenamente si no la leemos junto al escrito de Proudhon Del principio federativo y de la necesidad de reconstruir el partido de la Revolución (1863), cuya primera parte fue traducida por el catalán en 1868. Pues en Las Nacionalidades falta un riguroso análisis conceptual, una base teórica más profunda, que sí encontramos en la primera parte del libro de Proudhon, precisamente la única traducida por Pi y Margall, y que, como deja claro en el prólogo y en algunas notas de su traducción, asume en sus líneas maestras.
* El federalismo decimonónico asume como punto de partida la convicción de que todo orden político descansa en dos principios conexos, opuestos e irreductibles: autoridad y libertad. De ninguna manera, Proudhon y Pi y Margall son tan ingenuos como para predicar la desaparición de la autoridad, si bien ésta no debe hallarse en el dictamen y mandato del gobernante absoluto, sino en el derecho, en la ley, que, en el fondo, es el resultado de la acción libre de los ciudadanos o asociados.
* La primera paradoja que debemos salvar es la calificación de anarquista dada a la teoría de Proudhon y Pi y Margall, pues en la base de sus sistemas políticos se encuentra una firme defensa de la autoridad.
* Pi y Margall y Proudhon utilizan indistintamente las palabras federación y confederación para referirse al mismo concepto y fenómeno político. Federación “es un sistema –leemos en Las Nacionalidades– por el cual los diversos grupos humanos, sin perder su autonomía en lo que les es peculiar y propio, se asocian y subordinan al conjunto de los de su especie para todos los fines que les son comunes”. Por tanto, la idea federal se caracteriza porque “establece la unidad sin destruir la variedad, y puede llegar a reunir en un cuerpo la humanidad toda sin que se menoscabe la independencia ni se altere el carácter de naciones, provincias ni pueblos”.
La esencia de la federación se halla, por tanto, en el establecimiento de la unidad en la variedad. Este concepto es el resultado de fusionar ratio y natura, la idea de que la humanidad debería tender a la unidad y el reconocimiento histórico de la heterogeneidad de los grupos humanos.
* La federación concebida por Pi y Margall es un pacto por el cual sus componentes, los Estados, las provincias o los municipios, aun conservando la autonomía o soberanía dentro de la esfera de sus intereses particulares, deciden crear un poder federal superior cuya misión consiste en regular los intereses comunes a todos los miembros. Negar el pacto es sobreponer la soberanía de la nación a la autonomía de la provincia y del municipio. La clave para entender el régimen federal se halla, por tanto, en la idea de contrato.
* El contrato político auténtico, el de una república, debe ser sinalagmático (bilateral) y conmutativo. Ello quiere decir que ciudadanos y Estado se obligan recíprocamente a intercambiar cosas o acciones de valor semejante. Además, debe estar encerrado en cuanto a su objeto dentro de ciertos límites.
* Pi y Margall asocia el nacimiento de la idea federal a la ciudad, a la sociedad política más sencilla, indivisible, real o natural. La ciudad constituye la nación por excelencia. Su origen es económico y no racial: fueron los intereses materiales los que acercaron a las familias, y no la identidad de sangre.
Lo más importante de esta vinculación entre la ciudad y el federalismo radica en que es la economía el elemento que permite suturar el espacio internacional fragmentado en múltiples naciones. Los intercambios económicos, y no los grandes ideales, unen a los pueblos: “Qué es lo que allana –se pregunta el autor de Las Nacionalidades– el camino a la futura unión de los pueblos. Son principalmente los intereses. Abate el comercio las fronteras y une el ferrocarril lo que separan los odios de nación a nación y las prevenciones de raza (...). Unen los intereses hasta lo que la guerra desune (...). No olvido que los intereses han sido una de las principales y más poderosas causas de la guerra; no por esto dejo de creer que puedan impedir mañana lo que ayer promovieron y fomentaron.”
* Uno de los principios políticos fundamentales del federalismo es la división de poderes, hasta el punto de que, como señala Proudhon, constituye el criterio determinante para distinguir entre los regímenes sustentados sobre el principio de la libertad y los monárquicos o basados en la autoridad. Desde un punto de vista territorial, el poder se divide entre la federación (Estado federal), las provincias (Estados miembros) y los municipios, e implica necesariamente descentralización. Pi y Margall y Proudhon querían una administración central muy pequeña.
En los capítulos de Las Nacionalidades dedicados a este tema resulta decisiva la influencia del régimen constitucional estadounidense. En este asunto Pi y Margall sí se aleja de un Proudhon que suele ser muy crítico con la república norteamericana.
El catalán, en consonancia con la tradición norteamericana, propone dividirlo en dos asambleas: una nacional y otra federal. La división del legislativo en dos cámaras resulta –nos dice– absurda en las naciones unitarias, racional y conveniente en las federaciones.
(“En ambas debe estar la iniciativa de las leyes; bajo entrambas deben caer todos los negocios propios de la confederación. No han de ser distintas en facultades”).
* Nuestro análisis de la idea federal en Pi y Margall quedaría incompleto si no añadiéramos que, tanto para el autor de Las Nacionalidades como para Proudhon, el éxito de la federación política está condicionado por la introducción de profundas reformas económicas. Todas ellas deben estar encaminadas, señalan nuestros federalistas, a impulsar la conversión de los trabajadores en propietarios y, de este modo, crear una clase media hegemónica. Para conseguir este objetivo se ha de promover la libertad laboral, la asociación obrera y la escuela o instrucción del obrero.
(Puede consultarse el artículo completo en BIBLIOTECA SAAVEDRA FAJARDO DE PENSAMIENTO POLÍTICO HISPÁNICO).