El lector debería preguntarse, mientras lee A buen fin no hay mal principio, si el título es una afirmación sincera o una burlesca ironía. La respuesta será, seguramente afirmativa.
A diferencia de otras comedias de William Shakespeare, donde los trucos son usados para despertar el amor que yace en los protagonistas (La Fierecilla Domada, Mucho Ruído y Pocas Nueces), aquí es la mujer, Elena, la que trama e intriga (e intercambia favores con otros personajes) para ganar un marido y perder su virginidad.
Con esta obra Shakespeare concibió lo que podría llamarse la "anti-historia de amor"; una donde lo que vale son estratagemas propias de una guerra. Y en la guerra, ya se sabe, nadie gana realmente.