Nicolás María López en el prólogo a las Cartas finlandesas, escribe:
«Cuando nuestro paisano y amigo Ángel Ganivet fue ascendido en la carrera consular á que pertenece y destinado á prestar sus servicios en Helsingfors, capital del antiguo ducado de Finlandia, cerca del Polo Norte y en el propio país de los lapones, sus amigos, á quienes tenía ya acostumbrados á la instructiva é interesante información de sus viajes con la publicación de Granada la bella y otros artículos y cartas particulares, sentimos viva curiosidad de conocer las costumbres y la vida de aquel remoto país.
Comprendió nuestro Cónsul que, de contestar á todas y cada una de las cartas en que le asaeteábamos á preguntas, hubiera necesitado establecer un negociado especial para sus curiosos amigos, y repetir muchas veces las impresiones que iba recibiendo en aquellas tierras: así es que tuvo la feliz idea de escribirnos á todos juntos desde las columnas de El Defensor; y como era á principios de curso, abrió cátedra de cosas de Finlandia, para exponernos lo que se le fuera ocurriendo.
Este es el origen de las Cartas finlandesas; y como Ganivet no es hombre de proyectos, sino de realidades, desde que me anunció la idea hasta la aparición de la primera carta, no transcurrió más que el tiempo preciso para que ésta se recibiera y se publicara.
Fueron saliendo todas las demás con algunos intervalos, nunca debidos á la pereza del corresponsal, sino á las tardanzas del correo ó á las exigencias de la confección del periódico, y nos fuimos recreando con la sabrosa amenidad, nítido estilo, originalísimas observaciones y substanciosos argumentos de estas Cartas.
Cada día que se publicaba una, nos preguntábamos: «¿Han leído ustedes la carta de Ganivet?» Y comentábamos las curiosidades que nos contaba el desterrado de Finlandia. Así se fué aumentando el círculo de los lectores, y acabóse por “esperar la Carta finlandesa como el santo advenimiento, despertándose el deseo de guardarlas, como había ocurrido con los artículos de Granada la bella. Y como con éstos tuvo su autor la singular bondad de reunirlos y hacer una preciosa edición privada para regalo de sus amigos, á éstos, en justa correspondencia, se les ha ocurrido editar las Cartas finlandesas para regalárselas al autor, y también por el egoísmo de conservarlas juntas, sin la molestia y dificultad de una colección de periódicos.
Aparte de que si las cartas se escribieron para los amigos, nada más natural que éstos las editen y saquen del in pace del olvido, dando á conocer un trabajo que es, sin duda, de los mejores —al menos para mi gusto— de los que han salido hasta ahora de la pluma de nuestro paisano.
No voy á hacer aquí de Maese Pedro, anunciando la traza y mérito de los cuadros que el lector ha de ver á continuación; pero bueno es hacer constar, prescindiendo de todo afecto ó estimación á la persona del autor, que las Cartas finlandesas merecen el honor que se les dispensa, pues constituyen una obra interesantísima, reveladora de un espíritu de observación profundo, de vigorosa erudición y cultura de altos vuelos.
Con estilo sencillísimo, matizado de gracejos é ironías de gusto delicado, en los que se ve asomar la cara al ingenio granadino, á través de la ilustración cosmopolita que ha ido atesorando el autor, expone éste, con ingenioso desorden y encantadora amenidad, una serie de estudios acerca de las costumbres, ideas, literatura, curiosidades y manera de ser de las razas que habitan la pintoresca Península finlandesa, formando el trabajo más completo que acerca de este país se ha escrito, no ya en España, donde apenas de nombre es conocido, sino en Europa entera.
Su forma tampoco tiene parecido con obras análogas: no son crónicas de viaje, cuajadas de descripciones y puntos de vista cogidos al vuelo, y no porque el autor carezca de aptitud descriptiva, como pretende demostrar graciosamente en una de las cartas, sino porque rehúye lo superficial y pintoresco para penetrar mejor en lo íntimo y verdaderamente característico; mucho menos es una obra de información geográfica, histórica, política ni artística, construida con postes y tarugos de todas estas ciencias, á manera de guía, como hay tantos libros que, aunque útiles, sólo dan idea del mecanismo y de la cultura exterior de un pueblo, despreciando ó no parando mientes en el detalle insignificante, en el pormenor que pasa inadvertido, en el rasgo curioso y típico, donde muchas veces, por raro azar, se encuentra depositado el espíritu y la clave de toda una civilización, como en los remansos y filtraciones de un río se hallan las aguas más puras y cristalinas; ni son estas Cartas imaginaciones puramente literarias, apuntes de tourista, ligeros, vagos, puramente subjetivos. Son confidencias en que un entendimiento extremadamente lúcido va razonando sobre lo que ve, comparando y deduciendo unas veces; investigando, informando ó reconstruyendo, otras, y todo esto sin esfuerzo, con aparente indiferencia.
Las Cartas finlandesas tienen, desde el primer momento, el tono confidencial de verdaderas cartas amistosas, animadas, nutridas é ingenuas: el «cosmopolitismo de los granadinos» queda demostrado en la primera, con la graciosa escena del sombrerero en el Grao de Valencia, y en seguida el autor expone sus propósitos con gran desenfado y naturalidad, declarando, para que los amigos no tengan que agradecerle su trabajo, que, siendo agente de España en el extranjero, se cree obligado á escribirle á sus paisanos, como lo hicieron los agentes políticos de las Repúblicas italianas, que eran los periodistas y corresponsales de aquella época; expresando su pensamiento con estas palabras: «No trato de hacer un estudio científico; voy sencillamente á exponer las ideas que se le ocurren á un español que por casualidad habita en Finlandia.
Estas ideas brotan en seguida en raudal abundante y cristalino. Y la variedad de pensamientos, el desorden armónico, la amenidad profunda y discretísima, son, como en su primera obra Granada la bella, el atractivo poderoso de estas Cartas, y lo que hace que se lean de un tirón.
Algunos creen que estas cualidades de naturalidad y facilidad en un escritor son dotes que Dios concede á algunos, como el tener buenos ojos ó buena voz, y que el escribir no le cuesta al dichoso mortal que las posee más trabajo que coger la pluma para ir dejando caer toda suerte de primores y agudezas. No negaré yo la facilidad que algunos tienen de escribir, que es lo que se llama habilidad en toda operación inteligente; mas para producir lo que se llama una obra artística, que tenga valor estético, se necesita un esfuerzo serio y profundo. No sé hasta qué punto Ganivet poseerá aquella facilidad ó habilidad, pues no le he sorprendido, nunca en momentos de producción literaria: la única creación intelectual que hizo á mi vista fue un soneto, y en aquello tuvo que sudar el quilo; lo que sí afirmo es que las Cartas finlandesas no son una obra ligera, aunque lo aparenten, y no se producirían jugando ó como quien escribe á su familia, sino con concentraciones y reflectores de la inteligencia y de la voluntad; en aquella suavidad del discurso, que parece que va di- vagando á su capricho, sin rienda ni dirección; en las transiciones, episodios, notas y observaciones múltiples, que fluyen como al azar, en plática confidencial, no ha de ver el lector de las Cartas un acierto casual, sino un arte delicado y sutil, el supremo arte de la amenidad, la «difícil facilidad,» que dijo Boileau, creo que el primero; amenidad que, si es siempre deleitosa, es punto subido en asuntos graves y complicados.
Sólo poseyéndola se comprende que cuestiones tan arduas como la etnografía de Europa, y especialmente de Escandinavia y de Finlandia; las teorías acerca de la constitución de las nacionalidades europeas; la organización política moderna, y en especial de Finlandia; la representación, el parlamentarismo, el cesarismo, etc., etc., sean servidos en las primeras Cartas de tal modo que trague uno sin sentir, como en píldoras, una dosis científica que quizás no tendrían tratados voluminosos y macizos.
En la Carta IV habla, especialmente de política, manifestándose partidario de la evolución por la influencia de las ideas, y de la representación por clases; la forma de Gobierno le tiene sin cuidado, dando á entender que el Monarca más absoluto puede ser el apto para hacer la felicidad de su país si tiene capacidad y buen deseo; del parlamentarismo habla con fina crítica, y no deja de tener gracia su teoría acerca del sufragio. «Yo —dice— soy ardiente partidario del sufragio universal, con una limitación: la de que no vote nadie.» Y trata de explicar la paradoja de este modo: «Yo salgo á la calle con cinco duros en el bolsillo y vuelvo á casa sin haber gastado un céntimo, y vuelvo alegre, porque he ido por todas partes con la seguridad que da el llevar cinco duros para lo que pueda ocurrir; en cambio, salgo sin un cuarto y vuelvo de mal humor, porque se me ha antojado comprar todo lo que he ido viendo y he temido verme en un compromiso, que me obligara á declarar mi precaria situación.»
Son muy curiosas sus observaciones psicológicas sobre el uso de nombres y apellidos, deduciendo de ellas el carácter de los pueblos (Carta V). El fondo del carácter finlandés es estudiado con gran profundidad en medio de aparente ligereza en la Carta VI, una de las más substanciosas, que es complemento de la anterior.
Sus noticias acerca de la mujer finlandesa fueron de las que más sorprendieron y se comentaron en Granada cuando se publicó uno de los artículos de Granada la bella. Hubo quien después, con la de las Cartas VIII y IX, creyó que aquello era sólo una broma de nuestro paisano, y a la mayor parte no les cabía en la cabeza que señoritas decentes, en Finlandia ni en ninguna parte, hicieran la vida que él nos describía; sin embargo, ésta precisamente es una de sus cartas más serias: habla con formalidad, y particularmente ha confirmado cuanto en ella dice; es menester tener en cuenta la enorme distancia á que nos encontramos de aquel país, en el mapa y en las costumbres, para no sorprenderse de algunas de éstas, que, después de todo, son lógicas, dado el clima y las ideas dominantes.
Muy interesante es la exposición y comentario de las ideas de los finlandeses acerca de España, así como el extracto que hace del libro de impresiones de viaje del pintor sueco Lundgren, desconocido en España, que ha proporcionado al distinguido bibliógrafo D. Elías Pelayo una nota más que añadir á su nutrido estudio acerca de Sierra Nevada.
En la Carta XII, Vistas, paisajes y cuadros pintorescos finlandeses, á pesar de decir que es incapaz de describir, hace sentir, casi ver, la impresión exacta de la vida en aquel país helado. «Finlandia es triste; pero su tristeza engaña al hombre y le hace creer que vive contento. El período de las nieves es propicio para soñar aletargado, como reptil que hace su laboriosa digestión; y al salir del letargo, se cae en la embriaguez de los días interminables, en que el sol apenas se ausenta, en que desde el lecho, por las ventanas de par en par, ve uno desvanecerse las luces del crepúsculo vespertino cuando surgen por Oriente las de la aurora. Entre el letargo y la borrachera corre veloz el tiempo y vive uno feliz: sólo turba esta tranquilidad la idea vaga de una vida más enérgica. La gente del país tiene acaso el presentimiento de esa vida; pero el meridional tiene fijo el recuerdo que á veces asalta violentísimo y produce la incurable nostalgia.»
La entrada de la primavera, la llegada de los vendedores ambulantes, de los organilleros, que por lo visto hacen allí el mismo papel que entre nosotros las golondrinas, dan á este cuadro una pincelada de ingenua poesía.
Las costumbres estudiantiles (XIII) el alquiler de las casas (XIV) y la estructura de éstas (XV) y la vida doméstica, el arte culinario (XVI), el sistema monetario, los espectáculos teatrales (XIX), las fiestas populares (XVII) el regocijado estudio sobre los borrachos (XVIII), todo, en suma, lo que es curioso, importante ó notable (no en el sentido de admirable, sino digno de ser notado), es contado por el autor con la misma amenidad y abundancia de ideas, cuyo vigor intelectual no decae un momento; hasta la última (XXII), dedicada á decirnos cómo mueren los finlandeses; siendo la XX la más larga de todas, consagrada al estudio del poema épico finlandés, el Kalevala, un estudio de crítica literaria de tanta novedad como importancia.
A este suculento guisado hay que añadir las especias de esa fina ironía que dije antes; ironía profunda, de la que por acá no encontraríamos parecido, á no ir demasiado lejos, tal vez al humorismo inglés. En las notas agridulces de humorismo transcendental del clásico Viaje sentimental por Francia, de Sterne, ó en la finísima sátira con que se ha ocupado de Inglaterra en su libro John Bull, nuestro vecino el notable escritor portugués Ramalho Ortigao, quizás encontraríamos rasgos parecidos á aquéllos con que Ganivet sazona sus Cartas finlandesas.
Del estilo no hay que hablar, pues basta leer unos cuantos párrafos para quedar prendado de la sencillez y facilidad con que el autor avanza por los asuntos más complicados, sorteando todas las dificultades sin artificios retóricos, con ingenuidad que tiene algo de infantil».