He visto la reproducción fotográfica del retrato de Enrique Ibsen, pintado por el artista noruego Erik Werenskiold. El aspecto del gran dramaturgo denota austeridad y energía: barba y cabellos blancos, frente ancha y abovedada, pómulos salientes, boca un tanto hundida, y ojos de mirada severa y penetrante. Pero según el testimonio del conde Prozor, traductor y divulgador en Francia, y por consiguiente en Europa, de las obras de Ibsen, «aquella frente severa puede inclinarse bondadosamente, su brazo extenderse para dar un apretón de mano cariñoso y hospitalario, su aspecto austero dulcificarse de repente y transformarse en actitud de benevolencia, simpatía y cordialidad discreta y penetrante».
La vida de Ibsen ha sido de lucha y de continuo trabajo. A los veinte años escribió su primer drama Catilina, y á los setenta (1899) ha dado al teatro la obra titulada Cuando despertemos de entre los muertos. Durante medio siglo su pluma no ha estado un día ociosa; de ella han brotado poesías líricas, sátiras, poemas, tragedias, dramas, comedias, producciones todas preñadas de grandes ideas. Hoy la parálisis le tiene como clavado en un sillón; pero en su espíritu aún rigoroso, como lo prueba su último drama, germina, acaso todavía alguna grande obra literaria.
Ibsen nació el año 1828, en Skien, ciudad cuya población no pasa de diez mil habitantes, muy activos, y en su mayor parte dedicados á la industria y al comercio. Los padres de Ibsen, Knud Ibsen y Cornelia Altenburg, de origen alemán ésta, pertenecían á la clase media. Nadie, de seguro, podrá pensar, al leer los dramas del escritor noruego, que el autor de Brand hubo de dedicar algunos años de su juventud al estudio de la Farmacia. Así fue, sin embargo. El gran dramaturgo del Norte fue en sus mocedades aspirante á boticario.
Pero no se avenía su talento con las teorías y menos con las prácticas de la profesión de farmacéutico. Sus aficiones le arrastraban hacia la literatura con tanta fuerza, que, siendo estudiante de Farmacia en Grimstad, aprovechó los ratos de ocio que sus estudios le dejaban en escribir el drama Catilina y un buen número de poesías satíricas y patrióticas. En vano intentó, secundado por algunos de sus amigos, que su obra se representase en Cristianía (actual Oslo). En la capital de Noruega, como en todas partes, es más difícil forzar la puerta de los teatros que el paso de las Termópilas.
Viendo la imposibilidad de representarlo, Ibsen decidió imprimir su drama; pero la crítica le acogió con desdén, y el público apenas compró unas cuantas docenas de ejemplares. Catilina entonces tuvo su Pistoya en la tienda de un librero de viejo, el cual compró por un puñado de krones el resto de la edición. .
Por aquel tiempo, Ibsen trabó estrecha amistad con otro estudiante joven, y también poeta, Bjoernstjerne Bjoernson. La vida de los dos incipientes literatos fue por extremo trabajosa.
Los días que comían, solían desayunarse por la noche con un mendrugo de pan y una taza de café. Mas estas hambres no desalentaron á los dos estudiantes, y á pesar de su escasez, ó mejor dicho, de su carencia de recursos, ello fue que emprendieron la publicación de una revista semanal, la cual murió á poco de haber nacido. En la malograda revista vieron la luz dos poemas de Ibsen, Helge Hundingsbane y Norma ó El amor de un político.
Ocurría esto el año 1851. Conviene advertir que hasta el 1848 dominó en Noruega la literatura y lengua danesas. En danés se escribían las comedias, y daneses eran los cómicos que las representaban. Sin embargo, tiempo hacía que apuntaba en el arte noruego el ansia por emanciparse de la influencia de Dinamarca. Un célebre violinista llamado Ole Bull, decidió á los habitantes de Bergen á fundar un teatro nacional con actores noruegos. Los jefes del movimiento en favor de la lengua y el arte nacionales fueron Ibsen y Bjoernson, encargado el primero de la dirección del teatro de Bergen, y el segundo de la del teatro de Cristianía. Ambos escritores acometieron con entusiasmo la empresa de crear un repertorio noruego original, inspirado en las antiguas leyendas (sagas) llenas de relatos estupendos de combates y aventuras.
A esta primera manera de Ibsen pertenecen, entre otros dramas, la tragedia titulada Los guerreros de Helgeland (Los vikingos de Helgeland) y Los pretendientes de la Corona, obras las dos que «no fueron del agrado del público». Antes de esta fecha (1858), había el joven escritor compuesto y dado al teatro de Bergen varios dramas (La noche de San Juan (1853), La señora Inga de Ostraad (1855) y La fiesta en Solhaug (1856)), que fijaron ya de modo definitivo su vocación, apartándole de todo otro trabajo, incluso la pintura, en cuyo arte había mostrado no poco notables aptitudes.
En este mismo año contrajo matrimonio con Susana Thoresen, hija del pastor de la iglesia de Bergen. A poco el matrimonio fue á establecerse en Cristianía, donde Ibsen acababa de ser nombrado director del teatro noruego.
Un acontecimiento que señaló nuevo rumbo del ingenio de Ibsen, dentro siempre del arte dramático, fue la representación de su Comedia del amor, comedia que desató contra él la malevolencia de sus compatriotas, heridos por la sátira del autor, y que le ocasionó grandes amarguras. Al cabo de larga y penosa lucha por la gloria y por la existencia, logró una pensión modesta para viajar por el extranjero, y salió de su Patria permaneciendo ausente de ella por espacio de veintisiete años.
Durante mucho tiempo residió en Italia, y unas veces en Roma y otras en un valle de los Apeninos, el poeta del Norte, respirando el ambiente lleno de luz de la tierra clásica del arte, creaba obras admirables, pensando siempre en los fjords y fjields de su país, sintiendo siempre la nostalgia de su Patria querida, pero siempre también aislado y convencido de que únicamente puede decirse la verdad cuando se ha logrado romper todos esos lazos que se llaman compromisos sociales.
«Vivía Ibsen en Roma—dice Eduardo Rod en el prefacio de la edición francesa de Les revenants —en osco aislamiento. No tenía amigos; á las siete de la tarde se le veía entrar en el Café Aranjo; algunos alemanes que frecuentaban el mismo establecimiento solían saludarle, pero él no hablaba con nadie; permanecía á solas, esquivando toda compañía.
En Roma escribió sus dos poemas dramáticos, más bien que dramas, Brand y Peer Gynt. Aquél con severa y alta elocuencia, y éste con amarga ironía, enseñaron la dura doctrina que Ibsen había estudiado en la filosofía del danés Kierkegaard, doctrina que consiste en la necesidad que el hombre tiene de ser él mismo y de serlo totalmente no á medias ni á pedazos. El carácter satírico de estos dos poemas le llevó desde el mundo de los antiguos sagas al mundo del presente, tan escaso de héroes; pero quedaba al autor, de su antiguo romanticismo, la costumbre de escribir en verso. Comprendió después que la tendencia realista de sus nuevos dramas no se amoldaba a la forma rimada, y adoptó ya para siempre la prosa.
Además de Brand y Peer Gynt escribió Ibsen en Roma su gran drama histórico Emperador y Galileo, sugerido, sin duda, por el contraste que forman aún en la ciudad eterna las ruinas del mundo clásico con las construcciones del arte cristiano, y éste con las obras del Renacimiento. Según el ya citado escritor francés Rod, Emperador y Galileo «es la obra más considerable del dramaturgo noruego, la que sintetiza todas sus ideas, tomando las proporciones de una requisitoria dirigida contra las bases de la moral y de la sociedad modernas». En este grandioso drama se predice el advenimiento del «tercer reino, que Ibsen no define, pero que habrá de ser algo así como la reconciliación entre la teoría del placer de la vida, fondo de las ideas paganas, y el de la renunciación y el sacrificio, base del cristianismo».
El escritor noruego, tras larga estancia en Roma, pasó á Munich, residió en Dresde, volvió de nuevo á la capital de Baviera, regresando á su Patria después de un cuarto de siglo. En Alemania, como en Noruega, tuvo que luchar con no pocos obstáculos. La representación de Los aparecidos fue prohibida en Berlín. Entonces el Príncipe de Sajonia Meiningen hizo representar el célebre drama de Ibsen, asistiendo él misma á los ensayos y dirigiendo la mise en scene.
En el período de tiempo comprendido entre los años 1879 y 1900, el autor de Brand ha dado al teatro, además de Los aparecidos (o Espectros), Casa de muñecas, cuya protagonista reivindica para la mujer casada la personalidad y el respeto debidos á todo ser humano, y Un enemigo del pueblo, sátira acerada contra la brutalidad del número... Siguieron á estas obras El pato silvestre (o El pato salvaje), Rosmersholm, La dama del mar, Hedda Glaber, Halvard Solness (Solness el constructor o El maestro constructor), El niño Eyolf, Juan Gabriel Borkman y Cuando despertemos de entre los muertos.
«Durante los últimos veinte años —dice un crítico escandinavo (Brinchmann)—, la producción de Ibsen ha seguido un perfeccionamiento progresivo en la técnica original en que el autor ha basado su fórmula dramática. Mediante la combinación ingeniosa de los datos que ofrece una existencia humana, consigue arrojar torrentes de luz sobre los más ocultos rincones de un alma, tal como ésta se manifiesta en las diversas etapas de la vida. Todo ello es expresado por medio de la forma dialogada, sin recurrir á situaciones efectistas, sin salirse de la realidad ordinaria y sin retardar la acción por medio de digresiones. Tal seguridad en la disposición de los contornos del drama hállase secundada por la perfección de las réplicas naturales, siempre y muchas veces epigramáticas y profundas. Pero en último extremo, el mayor encanto de los dramas de Ibsen reside en la consecuencia inflexible con la cual el autor noruego persigue lo que el cree idea fundamental de la vida...»
Reseña de Francisco Fernández Villegas, seudónimo de Zeda, aparecida en La Época el 17 de junio de 1901.
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La obra dramática de Henrik Ibsen puede dividirse en tres etapas.
- Una primera etapa romántica que recoge la tradición y el folclore noruego. En estas obras retrata lo que él consideraba defectos del carácter noruego. Obras significativas de este periodo son:
Brand (1866). Simbólicamente retrata la falta de solidaridad de escandinava frente a la invasión prusiana de Dinamarca; su protagonista el sacerdote Brand sacrifica a su mujer y a su hijo por mantener sus principios.
Peer Gynt (1868). Mediante su protagonista Peer, un soñador inconsecuente sin fuertes convicciones que deja todo a cargo de su fantasía, caricaturiza el genio noruego.
- Una segunda etapa sería la que se ha llamado realismo socio-crítico. En esta segunda etapa Ibsen se interesa por los problemas sociales de su tiempo y los convierte en tema de debate. Los estrenos de sus obras se convirtieron en grandes polémicas cuando no en grandes escándalos. Ibsen en estas obras cuestiona los fundamentos de la sociedad burguesa. De esta etapa son sus obras de tesis:
Casa de muñecas (1879). Desde sus primeros estrenos el 21 de diciembre de 1879 en el Teatro Real de Copenhague y el 20 de enero de 1880 en el Teatro Nacional de Cristianía, Nora, su protagonista, y su portazo final, se convirtieron en bandera del feminismo y su autor en abanderado. Ibsen plantea en esta obra, con el matrimonio Helmer, la relación entre sexos. Según sus propias palabras:
“Existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres. [...] Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino.”
Los aparecidos (1881). Su protagonista la señora Alving, siguiendo el consejo del pastor Manders, vive junto a su marido simulando ser feliz, siguiéndole en sus vicios e intentando ocultarlos, preservando la imagen respetable que la sociedad mantiene sobre él. Estrenada en Berlín fue prohibida el día de su estreno, fue igualmente prohibida durante quince años en Noruega al considerarla disoluta y revolucionaria.
Un enemigo del pueblo (1882). Quizá esta obra surja como contestación a los ataques que Ibsen sufrió por su obra Los aparecidos. Es el drama de un hombre de convicciones frente al pragmatismo de la sociedad. Su protagonista, el Doctor Stockmann, denuncia que las aguas del balneario, principal fuente de ingresos del pueblo, están contaminadas y son un peligro para la salud. Las fuerzas sociales del pueblo tratan de ocultarlo y queda solo en su denuncia. En un momento dado el Doctor Stockmann se expresa así: “He descubierto que las raíces de nuestra vida moral están completamente podridas, que la base de nuestra sociedad está corrompida por la mentira.” Y cuando al fin queda solo y debe abandonar el pueblo con su familia la obra termina con su juicio, tal vez el sentimiento de Ibsen después del estreno de Los aparecidos: “El hombre más fuerte del mundo es el que está más solo”.
El pato silvestre (1884). En esta obra aun siendo realista da un paso hacia la tercera etapa del autor, el simbolismo. Este drama, aparentemente, ya no sería social sino íntimo, en el que nos habla sobre si es posible al hombre regenerarse; pero extendiendo el simbolismo, ese pato silvestre herido que se aferra al fango del fondo del lago para morir, bien podría ser una sociedad que se niega a oír la verdad, que sería su salvación, y se aferra a su mentira. Su personaje el Dr. Redling dirá a modo de conclusión: “La vida podría ser bastante agradable si no llamasen a la puerta esos acreedores reclamando el cumplimiento de los ideales a pobres hombres como nosotros.”
- La tercera etapa de Ibsen es la simbolista, en esta etapa predomina un sentido metafórico. Son obras significativas de esta etapa: La dama del mar (1888), Hedda Gabler (1890) y El maestro constructor (1892)
Uno de los máximos defensores del teatro de Ibsen sería el premio Nobel Bernard Shaw. De su teatro diría que es el máximo representante de “la obra bien hecha”, refiriéndose a la obra bien construida, donde personajes y trama son verosímiles, perfectamente creíbles, por lo que al espectador le es fácil identificarse con ellos.
El teatro de Ibsen influyó en otros autores de su tiempo, en los entonces jóvenes Strindberg y Chejov. El teatro del siglo XX es su deudor y aun hoy sus obras no han perdido vigencia siendo muy representadas en todo occidente.
Fuente: Wikipedia
Por su parte, Jorge Dubatti en el estudio preliminar a “Una casa de muñecas/Un enemigo del pueblo” (Colihue, Col. Clásica, 2006), establece la siguiente clasificación:
I. Instancia de formación y búsqueda del primer Ibsen bajo el signo del romanticismo (1850-1863): Catilina (1850), La tumba del guerrero (1850), La noche de San Juan (1853), Dama Inger de Ostraat (1855), Fiesta en Solhaug (1856), Olaf Liliekrans (1857), Los guerreros de Helgeland (1858), La comedia del amor (1862), Madera de reyes o Los pretendientes al trono (1863).
II. Consolidación del proceso de investigación: dominio y cuestionamiento crítico de las formas asimiladas y fundación de un campo de saberes poéticos específicos, a partir de absorción y transformación crítica, superadora del romanticismo y el giro hacia el realismo (1866-1873): Brand (1866), Peer Gynt (1867), La coalición de los jóvenes (1869) y Emperador y Galileo (1873).
III. Perfección del drama moderno a través del realismo social (1877-1884): Las columnas de la sociedad (1877), Una casa de muñecas (1879), Espectros (1881), Un enemigo del pueblo (1882), El pato salvaje (1884).
IV. Ampliación de la poética del drama moderno: pasaje al realismo de introspección psicológica y recurso al “transrealismo” (Guerrero Zamora) por medio de la incorporación de procedimientos del simbolismo y el primer expresionismo (1886-1899): La casa de Rosmer (1886), La dama del mar (1888), Hedda Gabler (1890), El constructor Solness (1892), El niño Eyolf (1894), Juan Gabriel Borkman (1896), Cuando despertemos los muertos (1899).
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Acerca de Brand
“Ten en cuenta que soy muy exigente, exijo todo o nada”
(Henrik Ibsen, Brand, 1866)
Brand, poema épico en cinco actos, dramatiza la tragedia de una devoción ciega a causa de un ideal. El ideal brandiano pretende redimir al individuo de su espíritu transigente y acomodaticio, y reformular la relación de los hombres con Dios a partir del triunfo de la voluntad. La consigna de esta renovación es todo o nada, el sacrificio supremo, de ser necesario.
Brand, de hecho, significa fuego en noruego, y la obra gira en torno a la ardiente lucha de su protagonista.
El texto trata acerca de la existencia de un pastor luterano, quien no duda en sacrificar a su mujer y a su hijo con tal de mantener sus principios. El fuego brandiano lo convierte en un auténtico héroe, un águila entre patos, capaz de resplandecer vigorosamente; pero a su vez, trágico y frágil por el poder abrasador contra el que choca y fracasa su voluntad. Voluntad con la que intenta casar el ideal y la vida y que le lleva irremediablemente a la tragedia.
"Brand: ¡Pero amigo!—escribía en 1935 Horacio Quiroga, en carta a un compañero— Es el único libro que he releído cinco o seis veces. Entre los “tres” o “cuatro” libros máximos, uno de ellos es Brand. Diré más: después de Cristo sacrificado en aras de su ideal, no se ha hecho nada en ese sentido superior a Brand. Y oiga usted un secreto: yo, con más suerte, debí haber nacido así. Lo siento en mi profundo interior. No hacer tres meses torné a releer el poema. Y creo que lo he sacado de la biblioteca cada vez que mi deber –o lo que yo cree que lo es- flaqueaba. No se ha escrito jamás nada superior al cuarto acto de Brand, ni se ha hallado nunca nada más desgarrador en el pobre corazón humano para servir de pedestal a un ideal". "No hay autor, incluso Pirandello, más teatral que el noruego. Me pregunto sobre el efecto que causará en la platea el casi suicidio de un hombre emperrado en su feroz y egoísta locura, que ha sacrificado a su madre, su hijo y su mujer por no dar su brazo a torcer. Inés –la esposa- cae bajo la fascinación de Brand y ese Dios del que ella dice que no le puede ver el rostro sin morir, está en Brand. Todo o nada. Brand encarna a Dios; es un Mesías".
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Brand, aunque haya irradiado a sus lectores de una ambigüedad contradictoria, es uno de los héroes más representativos de la individualidad moderna. De hecho, como también ocurriría con Unamuno, Ibsen no busca cambios superficiales de la estructura social, sino una renovación completa de la naturaleza humana, aunque ésta cueste caro. El peor error de lectura que han cometido los ibsenistas fue creer que el personaje idealista en Ibsen, era un villano. En realidad, el personaje idealista, en Ibsen, es un ser ambiguo que oscila entre el egoísmo y la humildad, como señala Brustein, entre la autoexaltación y el desprecio por su ser. Por esa contradicción se tornaba fascinante a los ojos de Unamuno, por esa especie de “rebeldía sacrificial” que es, ni más ni menos, que el oxímoron vincular entre don Miguel, Ibsen y Kierkegaard.
(Extraído de Brand a todo o nada: versiones del individuo moderno entre Ibsen y Unamuno. Mariano Saba (Universidad de Buenos Aires). Publicado en www.telondefondo.org. Revista de teoría y crítica teatral).