Antonio Cánovas del Castillo - MEMORIAS DE ITALIA: De la batalla de Pavía y del asalto y saco de Roma por los españoles

La batalla de Pavía (1525): Cuando los reyes aún luchaban cuerpo a cuerpo

La Batalla de Pavía se sitúa en las llamadas Guerras Italianas (1494-1559). El ascenso al trono imperial de Carlos I de España y V de Alemania, de la Casa de Austria o Habsburgo le valió la enemistad de Francisco I Rey de Francia, de la Casa de Valois. Dos gallos de pelea luchando por el corral europeo.
En Carlos I de España confluían los linajes reales más importantes de la época; estaba destinado a ser uno de los protagonistas más importantes de la época moderna. En 1519 comienza la lucha por hacerse con el trono imperial a la muerte de su abuelo Maximiliano I, que al no haber sido coronado por el Papa, la dirección del imperio podía ser disputada. Los candidatos no fueron otros que Enrique VIII de Inglaterra, Federico III de Sajonia, Carlos I de España y Francisco I de Francia. Gracias al dinero prestado por la familia de banqueros, los Fugger, y a las arcas del Reino de Castilla alimentadas por América, Carlos I se convierte en Carlos V. Con 20 años, el 22 de junio de 1519, Carlos conseguía por designación la Corona del Imperio en una ceremonia celebrada ante la presencia del Arzobispo de Maguncia en la Iglesia de San Bartolomé en Frankfurt. Pero no será hasta el 22 de octubre de 1520 cuando oficial, divina y humanamente, el papa León X en Aquisgrán, en el mismo lugar de Carlomagno en el año 800, le convierta en Emperador del Sacro Imperio Germánico.
La coronación imperial trajo nuevos recelos. Francisco I que mantenía una lucha con Carlos I por el Milanesado, la Borgoña y Navarra, veía como Francia se rodeaba de posesiones de su mayor enemigo en estos momentos. El Papa como soberano de los Estados Pontificios, percibía igualmente que el incremento de poder no le favorecía más aún cuando el Emperador heredaba los reinos italianos por parte de su abuelo materno; sin embargo necesitaba apelar a la faceta católica de Carlos para hacer frente al incipiente protestantismo de Lutero.
En 1521 comienzan las denominadas genéricamente Guerras Italianas divididas en cuatro momentos bien diferenciados. El comienzo de estas guerras se encuentra en el reinado de Fernando El Católico, Rey de Aragón, y Carlos VIII de Francia. Las luchas continuaran en sus sucesores e incluso en los descendientes de éstos. Una de las partes más importantes es la llamada Guerra de los Cuatro Años (1521-1526) y constará de la Batalla de Bicocca, la Batalla de Sesia y la Batalla de Pavía, las tres ubicadas en el Milanesado y que finalizará con el Tratado de Madrid en 1526, siendo derrotado Francisco I de Francia.
Cerca de Monza (Italia), en Bicocca, el 27 de abril de 1522, Francia y Venecia se enfrentarán a las tropas imperiales. Fue tan fácil la derrota de la alianza franco-veneciana que a partir de entonces la palabra se castellanizará a bicoca significando ganga. El 30 de abril de 1524, a orillas del río Sesia (Italia), españoles y franceses vuelven a encontrarse. El ejército carolino, dirigido por Carlos de Lannoy obliga a las tropas francesas a replegarse hacia la Lombardía. Alrededor de siete mil soldados, entre españoles y lansquenetes alemanes, dirigidos por Antonio de Leyva ocuparon la colindante Pavía.
Sin embargo, la mayor victoria de esta Guerra de los Cuatro Años se obtendrá en dicha población, en Pavía. Su importancia radica, entre otras consideraciones , por la consolidación de los Tercios Españoles como el ejército mejor preparado de la historia bélica hasta ese momento, siendo temidos y admirados en toda Europa, e invencibles hasta 1643 en la Batalla de Rocroi. Inherente al anterior argumento, es el fracaso de la organización militar francesa basada en la caballería medieval frente a la ligereza de las legiones españolas. Igualmente, será la segunda batalla de la historia en que un rey francés será apresado en el campo de batalla siendo su precedente el Rey Juan II El Bueno, de Francia, en la Batalla de Poitiers (1356), apresado por los ingleses y que murió en cautividad.
El refugio de las tropas imperiales en Pavía a cargo del navarro Antonio de Leyva supuso una oportunidad para el Rey francés. Buscando la victoria consideró que la mejor forma de llegar a ella sería sitiando a las tropas imperiales compuestas por españoles, alemanes y suizos, hasta que el hambre hiciera su aparición. Aunque la penuria y la carestía se manifestaron entre octubre de 1524 y febrero de 1525, este periodo fue aprovechando por Antonio de Leyva para organizar el ejército imperial para su enfrentamiento con las tropas francesas el 24 de febrero. El sitio de Pavía por parte de los franceses, planteó a Francisco I la posibilidad de dividir las tropas que hacían la labor de vigilancia para enviarlas hacia Génova y Nápoles, dejando un mínimo contingente a las puertas de la ciudad. El mayor problema de las tropas asediadas no fue tanto la escasez de alimentos como la exigencia de las tropas imperiales, alemanes y suizos principalmente, de su estipendio para continuar en la lucha. La plata que las Iglesias poseían fue destinada al pago de soldadas, pero no fue suficiente. El Marqués de Pescara, Fernando de Ávalos, triunfador en las batallas de Bicoca y Sesia, solucionará tal desidia exhortando a los españoles a la lucha sin remuneración e incluso a utilizar dicha soldada para pagar a los lansquenetes alemanes y a los mercenarios suizos. Empieza a forjarse la fortaleza de los Tercios españoles.
Solucionados los contratiempos salariales, el 24 de febrero de 1525 comienza el enfrentamiento en Pavía. El desfase del ejército francés basado en caballeros feudales, poseía un ápice de modernidad que se reflejaba en su artillería, frente al ligero ejército español formado de una infantería, y los Tercios. Estos últimos parecían máquinas hechas para luchar. Cuando sus picas se ponían en formación, a golpe de tambor, formaban una barrera impenetrable. Francisco I ávido de conquista y de victoria, y viéndose como Duque de Milán, se lanzó imprudentemente a la lucha cuerpo a cuerpo, en un último intento. Mientras el Marqués de Pescara acababa con la caballería enemiga, Leyva acudía en su auxilio saliendo del cerco de la ciudad. Francia abandonaba tomando dirección Milán. El mayor responsable de la derrota francesa, Guillaume Gouffier de Bonnivet, se suicidó lanzándose contra las picas españolas.
El Rey, Francisco I, rodeado de los principales señores de Francia, veía como se iba quedando solo en la lucha. Los disparos españoles acababan con sus guardaespaldas, que se quedaban inmóviles por el peso de sus armaduras. El Rey de Francia cayó al suelo desde su caballo. Al intentar levantarse, una espada le apuntaba al cuello. Era la del vasco Juan de Urbieta que junto a sus compañeros de armas, el granadino Diego Dávila y el gallego Alfonso Pita da Veiga no esperaban que su prisionero fuera el mismísimo Rey de Francia. Fue un golpe de suerte para dicho soldado. A partir de entonces, la carrera militar de Juan de Urbieta no cesó, al igual que los reconocimientos. Enterrado en la Iglesia de Hernani, en la Guerra de la Independencia, los franceses profanaron su tumba. Para otros, la batalla de Pavía será un campo de entrenamiento para posteriores expediciones; será el caso de Pedro de Valdivia, futuro conquistador de Chile (1541-1598).
Una vez aprehendido Francisco I, y confinado en la Abadía de Pavía, Carlos I ordena su inmediato envío a Madrid. Desembarcará en Valencia, el 19 de junio de 1525 y por orden de Carlos I, es recibido por un cortejo presidido por el Obispo de Ávila. El 12 de agosto de dicho año es confinado en la Torre de los Lujanes de Madrid (actualmente se discute la veracidad de la estancia de Francisco I en dicho lugar). Posteriormente es trasladado al Alcázar de Madrid aprovechando la estancia de Carlos I en el Palacio Real. En septiembre, el prisionero cae enfermo. Carlos que aún no había ido a visitar a su ilustre prisionero y temiendo las reacciones políticas que podría traer su muerte en cautividad, permite y accede a que Margarita de Angulema visite a su hermano y a finales de dicho mes, con la compañía de Margarita, Carlos I acude a visitar al Rey prisionero.
Carlos I no cede ante la enfermedad y viendo una mejoría comienza a negociar la libertad del rehén. Percibiendo el prisionero que no será liberado hasta que no renuncie al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois, Génova, Tournai, Navarra y ceda la Borgoña a Carlos, en noviembre opta por ceder a las exigencias del Emperador y no será hasta el 14 de enero de 1526 cuando oficialmente y por el Tratado de Madrid, se firme lo acordado. Será la primera vez que se utilice el castellano como lengua, renunciando el emperador tanto al uso del francés borgoñón como al italiano, hasta entonces lengua oficial en las relaciones internacionales. También el tratado incluía el matrimonio del rey francés con Leonor de Austria, hermana de Carlos y el envío de los hijos de Francisco I como garantía del cumplimiento del tratado. La importancia de estas posesiones se verá con posterioridad, con Felipe II, cuando se forme el “Camino Español” que permitirá la comunicación por tierra de España con Flandes, en la Guerra de los Países Bajos (1568-1648).
No será hasta marzo de 1526 cuando Francisco I sea liberado, cruzando el día 18 el Bidasoa. Al mismo tiempo, sus dos hijos pasaron a España desde Bayona. Francisco, delfín galo y su hermano el Duque de Orleans, Enrique, futuro Enrique II, comenzarán un peregrinar por tierras españolas. Francisco I, una vez en tierras francesas olvidará sus negociaciones en Madrid alegando coacción por su condición de prisionero, aunque no renunciará al matrimonio con la hermana del Emperador. La situación no se resolverá hasta la paz de Cambrai en 1529 pagando 2 millones de escudos por la liberación de los infantes de Francisco I. Dicho tratado, también conocido como la Paz de las Damas, porque se firmó entre Luisa de Saboya, por Francia y, Margarita de Austria, por el Imperio, ratificará y moldeará las condiciones del anterior Tratado de Madrid.
Francisco I continuó su enemistad con el Emperador. El Papa Clemente VII, observando la preponderancia imperial en los territorios italianos, se alió tanto con Francia como con Enrique VIII de Inglaterra. Estas nuevas alianzas le costarán al Papa, el Saqueo de Roma en 1527. La Paz no volverá hasta el fin de las Guerras Italianas con el Tratado de Cateau-Cambresis en 1559. El escenario ya sería distinto e incluso los protagonistas habían cambiado.
Fuente: Ángela Melero en http://mundohistoria.portalmundos.com/

El saco de Roma
El hecho conocido en la Historia como Saco de Roma tuvo lugar el 6 mayo 1527. Se produjo en el marco de la segunda guerra franco-española entre el emperador Carlos V y el rey de Francia Francisco I, partiendo del supuesto de que el tratado de Madrid (14 en. 1526) es el final de la primera guerra franco-española.
Anteriormente al hecho, se produjo otro saqueo de Roma por las tropas de la familia Colonna, enemistada ésta con el papa Clemente VII. El 20 sept. 1526 el ejército de Pompeyo Colonna y del virrey de Nápoles Hugo de Moncada asaltó Roma, saqueando incluso la basílica de S. Pedro, y el Papa tuvo que refugiarse en el castillo de Sant'Angelo. Clemente VII, que en un principio había favorecido a Carlos V, y había permanecido neutral en la lucha de éste contra Francia, temeroso de la posición predominante del Emperador en Italia, sobre todo después de la batalla de Pavía (24 feb. 1525), se inclinó a favor de Francisco I, encabezando la liga de Cognac (22 mayo 1526), constituida en esta ciudad francesa y llamada también liga Clementina por la activa intervención de Clemente VII, en la que figuraban, además del Papa y Francia, Florencia, Venecia, el duque de Milán Francisco Sforza y, más tarde, Inglaterra. Con este gesto, Clemente VII se unía a los enemigos del Emperador. La finalidad de la liga era fundamentalmente «liberar a Italia de la tutela de Carlos V y restablecer la balanza del poder en Europa occidental».
La reacción del Emperador a la liga Clementina fue un proyecto de ataque a Roma y la reanudación de las hostilidades, comenzando la llamada segunda guerra franco-española entre Carlos V y Francisco I. Antes de decidir el ataque a Roma, el Emperador gestionó la paz y la disolución de la liga a través de Hugo de Moncada y pidió asesoramiento a destacados teólogos. Las condiciones impuestas (entrega de algunas ciudades) no satisficieron al Papa, quien, no obstante, aceptó una tregua quebrantada varias veces por él ante el anuncio de la llegada de tropas francesas en su ayuda.
El ejército imperial, formado por unos 25.000 hombres mercenarios (alemanes, españoles e italianos), al mando supremo del condestable de Borbón, llevaba cuatro meses sin recibir la paga y mal alimentado, por lo que esperaba la ocasión de resarcirse con un buen botín. Ante su protesta por la tregua de 13 mar. 1527, el condestable de Borbón se vio forzado a llevar al ejército hacia Roma, exigiendo al Papa 300.000 ducados con que poder pagar a las tropas y evitar así el ataque. Regateado el dinero (el Papa sólo ofrecía 150.000 ducados), se produjo el asalto de Roma, escasamente defendida, y sin artillería por parte de los asaltantes, que amparados en la niebla escalaron los muros. En la lucha cayó el condestable de Borbón. Durante ocho días se produjeron saqueos e incendios. Toda Europa se hizo eco de este hecho lamentable que, por otra parte, encaja con costumbres bélicas de la época, pero que por tratarse de Roma era inaudito. Los historiadores han cargado las tintas especialmente en el comportamiento de las tropas españolas.
Carlos V recibió la noticia en Valladolid. En una carta escrita en latín a Enrique VIII de Inglaterra y reproducida en castellano por A. Valdés en su Diálogo de Mercurio y Carón, el Emperador dice: «hemos sentido tanta pena y dolor del desacato hecho a la Sede apostólica, que verdaderamente quisiéramos mucho más no vencer que quedar con tal victoria vencedor». El Emperador y sus cronistas consideran el s. de R., aunque un mal, como justo juicio de Dios y punto de partida para la guerra «contra los enemigos de nuestra fe cristiana», pues ya con anterioridad Carlos V había intentado la paz con el Papa para ir a la guerra contra los turcos y «herejes».
La reacción de Europa  fue de protesta armada contra la política de Carlos V. En sus consecuencias inmediatas, el Saco de Roma puso punto final a la liga de Cognac; anuló al Papa como enemigo del Emperador, con quien concierta el tratado de Barcelona (29 jun. 1529) y a quien corona en Bolonia (1530); y acelera el curso de la guerra, a cuyo término se llega por la paz de Cambrai, ratificada el 3 ag. 1529, entre Carlos V y Francisco I.
Fuente: Carlos R. Eguía en http://www.canalsocial.net/
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