Nota introductoria a la obra. Por Gregorio Cruzada Villaamil:
Mi costumbre de visitar de cuando en cuando la Biblioteca de manuscritos del Monasterio del Escorial para escudriñar los códices españoles que contiene, me condujo allí en Agosto del año pasado de 1872, con el propósito de proseguir mi tarea y examinar uno por uno, prescindiendo de los índices y catálogos antiguos y modernos, los volúmenes todos contenidos en los plúteos de los varios estantes que guardan manuscritos en castellano. Excusado es decir que esta investigadora faena no siempre era fructífera, y que algunos, y aun muchos días, me aconteció revolver un armario entero y no hallar cosa nueva ó grandemente importante á mi propósito, que no era otro más que encontrar libro, dato ó noticia de interés para el estudio de la historia de la política, de las armas, de las letras y de las artes españolas.
Un día, registrando el estante M, y cuando tocó el turno al códice 1 3 del plúteo j, cayó en mis manos un libro en folio mayor, encuadernado en pergamino, sin adorno, escudo, letras, ni señales de ningún género, escrito en papel, con letra del siglo XVI, todo de la misma mano, con algunas correcciones interlineadas, sin foliar y en cuyas primeras páginas se lee:
(Tratado muy breve en el cual se tratan las batallas y ligas y exércitos con todos los otros contecimientas que en Italia. Francia, Austria, Berbería y en otras partes ha tenido el exército de la Magestad Cesárea , desde el dia de San Pedro y San Pablo del año de mili é quinientos é veinte é uno hasta los diez é siete de Noviembre de mili é quinientos é quarenta é cinco. Abtor Martin García Cerezeda, cordovés.)
Tanto el Tratado como el nombre de su autor éranme por completo desconocidos, pues los apellidos García Cerezeda no habían sonado jamás en mis oídos como compañeros de los Sandoval, Ávila y Zúñiga, Salazar, Ochoa de Salde, Vera y Figueroa, Sancho Cota, Pedro de Gante, Ulloa, Letti, Gachard, Mignet y cuantos ya en general ó ya particularmente han historiado período alguno del siglo XVI. Pero, ¿será posible, dije para mí, que un códice tal como este de Cereceda, no haya sido, no ya conocido, sino estudiado y aun publicado por alguno de los muy doctos y eminentes varones, que desde hace tantos años están viniendo á esta Biblioteca precisamente en busca de monumentos históricos como éste? Imposible, me contestaba yo cien veces; este códice, si no es conocido del mundo literario, será porque no merezca los honores de serlo. Veamos, pues, si los merece ó no los merece, pensé, y comencé á hojearle. Como está dividido por períodos de un año, busqué el de 1525, en que aconteció la batalla de Pavía, hecho tan genuinamente trascrito en la historia que escribió Sandoval, y me sorprendió el cúmulo de noticias, la precisión de los hechos, la curiosidad de tanto detalle, y sobre todo, el sello y el carácter de veracidad que por todas partes rebosa la relación de tan prodigiosa victoria. El interés vivísimo que despertó en mí aquella narración, contada nada menos que por uno de los arcabuceros españoles que tan principal parte en ella tomaron, hízome suspender mi tarea investigadora, y no dedicarme aquel verano , sino á leer, ¿qué digo leer?, devorar las páginas del códice; cobrándome con creces de la molestia que la dificultad grande de su lectura me causaba, con el gran placer que cada párrafo, cada línea me proporcionaba en tantas descripciones de los más interesantes hechos y más gloriosas hazañas de nuestros viejos tercios españoles, así en África como en Alemania, Hungría, Francia, Italia y Grecia; tropezando á cada paso con nuevos datos que brotaban sin número de tan abundosa como cristalina fuente de noticias coetáneas, fieles, genuinas y autorizadísimas para la historia del siglo de oro de nuestra grandeza- El códice, pues, merecía, y muy mucho, los honores de la publicación. Y, ¿cómo no había sido aun conocido García Cereceda de los modernos historiadores españoles hallándose en esta Biblioteca, llenando un solo volumen y revelando en sus primeras páginas su grande importancia? Pregunta era ésta á la que hallé satisfactoria respuesta cuando hube registrado los índices antiguos y modernos, y vi que el Cereceda no constaba más que en el catálogo de D. Manuel Carnicero, hecho en el año de 1852, y que, por lo tanto, no se sabe que llegara á formar parte de la Biblioteca del Escorial, ni que estuviera á disposición del público hasta la mencionada fecha, no pudiendo, por lo mismo, ser conocido de los curiosos que antes de esta época visitaran la Biblioteca.
El como haya llegado el Tratado de Martin García Cereceda á la Biblioteca de manuscritos del Escorial, cosa es que aun no me ha sido posible averiguar.
Demostrada la inmensa importancia de mi hallazgo, cada vez me parecía más imposible que fuese desconocido de los muchos y sapientísimos eruditos que en Madrid cultivan el estudio de nuestra historia patria, y desconfiando cada vez más de que tan buena hubiera sido mi suerte, y no queriendo con vencerme de que, en efecto, había tropezado con tan inestimable joya histórica, procedí, para tranquilizar mis dudas, á hacer algunas papeletas detalladas y extensas del Cereceda, y a Madrid llegué con ellas en consulta á las autoridades en la materia. Ni uno solo de todos mis buenos y competentísimos amigos tenía la más ligera noticia del Tratado de Cereceda, ni aun siquiera de su nombre, y todos absolutamente, en vista sólo de la papeleta, convinieron en la urgente necesidad de darlo á luz inmediatamente; y, como para estos casos fundamos hace ya años esta nuestra Sociedad de Bibliófilos Españoles, propuse su publicación, en la inmediata junta que celebramos. Convinimos unánimemente en ello y procedí á hacer esta edición, haciéndome el honor de ofrecerme su cooperación para ilustrarla y dirigirla mi buen amigo y compañero el Excmo. Sr. Marqués de la Fuensanta del Valle, con cuyo auxilio podrán ser dignas del texto las muchas ilustraciones que necesita, y hallarse libre la edición de las faltas en que yo solo hubiera seguramente incurrido.
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