Evaristo Escalera - GARIBALDI Y SUS GLORIAS

Las antiguas monarquias se aliaban frecuentemente, no solo para resistir al genio conquistador de algún príncipe que intentase sojuzgarlas, sino tambien, y mas principalmente, para mantener sumisos a sus subditos, a quienes despreciaban como los dueños de los ingenios a sus esclavos comprados, pero cuya fuerza irresistible no les era desconocida. De esta manera aquel pueblo en que se despertaba el espíritu de Espartaco, al primer grito de independencia, al primer movimiento de rebelion, veia cubrirse sus fronteras de soldados enemigos, que le amagaban con sus armas, como los centinelas de una prisión al reo que quisiera luchar con su carcelero; y el rey, que contaba con el auxilio de todos los ejércitos de Europa para sostener su autoridad, doblaba el peso de sus cadenas y mofándose de su impotencia, obligándole a pagar a los extranjeros opresores el precio de su servicio, robustecía las bases de su trono con los huesos de algunos millares de mártires, que sacrificaba fríamente para escarmiento de las generaciones futuras.
Si los pueblos se hubieran aliado a la manera de sus opresores, este sistema de nada hubiera servido; pero por muchos siglos los pueblos han vivido sin conocerse, separados por preocupaciones que sus tiranos han explotado, luchando unos con otros, como hermanos engañados en las sombras de la noche. Hoy es cuando, derramada la luz por todas partes, se reconocen y se abrazan : alíense, pues, hoy para siempre, consideren que alcanza a todos el ultraje que a uno de ellos se infiera, consideren que tienen bienes comunes, que son raices de un mismo árbol, partes de un mismo corazon, y dejarán de ser el juguete del depotismo, cuyo triunfo ha sido la vergüenza de la humanidad.
¡Union, union! esta es la palabra que debe sonar constantemente en nuestros labios, la idea que debe iluminar nuestra mente, el sentimiento que debe llenar nuestro corazón; con ella lo podemos todo; sin ella seremos como flechas esparcidas que puede quebrar un niño. «Union,union,» y nuestros hijos bendecirán nuestra memoria porque les habremos redimido borrando de la frente de la humanidad la mancha que en ella han impreso tantos siglos de esclavitud; «union, union,» y comenzará el reinado de la libertad, que no es otra cosa que la justicia.

Hoy nuestros hermanos pelean en Italia por recobrar su independencia. Esa nación tan bella, y cuya frente coronan tantos laureles, esa nación que tantas veces ha tenido en sus manos el cetro del mundo, esa nación en cuyo altar brilla siempre la llama del genio, y que podriamos llamar la musa de Europa, yacia esclavizada a los pies del Austria, que de trecho en trecho como una argolla de coyuntura en coyuntura habia puesto en ella un centinela coronado que la impidiera todo movimiento. Hoy un soplo de vida ha pasado sobre las tumbas, un milagroso vigor se ha derramado por los miembros entumecidos del encadenado Prometeo, y los lazos que le oprimian se rompen uno per uno; no necesita nuestro auxilio material, pero la fuerza de nuestra opinion dobla la suya en su empresa: mostremos todo el interés que nos inspira, mostremos a sus héroes la admiracion que les consagramos, extendamos por todas partes la noticia de sus glorias, y plegue al cielo que dentro de poco la hija de los Césares recobre su trono y la patria de Bruto se levante entre los pueblos como un faro de la libertad.
En estos momentos, todo libro, todo folleto, toda hoja suelta que cante las glorias de Italia y popularice los nombres de sus héroes es un servicio que se presta a la causa de la libertad, porque contribuye a mantener vivo el entusiasmo, a robustecer y ensanchar el círculo de la opinion liberal, y en nuestro siglo si todavia desgraciadamente el sol refleja en los sables ensangrentados, la verdadera fuerza, la única irresistible, es la de la opinion pública, sin la cual al cabo de la jornada (el mismo Napoleon lo confesó en Santa Elena), el sable es siempre vencido.
He aquí el pensamiento que ha inspirado este libro, acerca de cuya ejecucion no me creo autorizado para hablar, por la amistad que con el autor me une y que se robustece de dia en dia en mi corazón viéndole trabajar con infatigable celo por el triunfo de la idea política a que he consagrado mi vida, a la gran obra de la redencion del pueblo, a la realizacion del triple dogma de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Carlos Rubio, 1860



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