Este barcelonés nacido en 1767 dedicó su vida a los mas diversos trabajos entre los que destacaron el de etnógrafo, cartógrafo, astrónomo y espía.
Disfrazado de príncipe musulmán, Domingo Badía vivió una de las aventuras más fascinantes en la historia de los exploradores. Entre 1803 y 1807 recorrió buena parte de los países árabes, siendo el primer cartógrafo y espía europeo que visitó la Meca.
Cuando Manuel Godoy (Primer Ministro de Carlos IV), recibió la audaz propuesta de Domingo Badía y Leblich, probablemente pensó que se encontraba ante un loco o un suicida. Sin embargo, según confiesa Godoy en sus cartas al rey, el arrojo y la seguridad de aquel hombre terminaron por merecer su confianza.
En su proyecto inicial, Badía pretendía encontrar las fuentes del Nilo, meta de todos los exploradores de la época. También deseaba certificar la dirección del curso del río Níger y reunir datos sobre la ciudad de Tombuctú. Además proponía a la corona una recopilación de datos botánicos, geográficos, antropológicos y etnológicos sin precedentes para la ciencia española. Y lo más interesante para Godoy: le planteaba la posibilidad de urdir un plan para conspirar contra el sultán de Marruecos y arrebatarle el trono.
Comienza aquí una singular aventura que le llevará por Marruecos, Túnez, Egipto, Palestina, Siria y Turquía.
En 1808, durante plena guerra de independencia y tras haber tenido una conversación con Carlos IV el 10 de mayo animado por el rey destronado se presenta a Napoleón para prestarle sus servicios. Éste, tras desconfiar al comienzo lo envía junto con una carta de recomendación a su hermano José I.
El 5 de abril de 1810, es nombrado prefecto de la ciudad de Córdoba por José I, donde introdujo el cultivo del algodón, la remolacha y la patata; ostentando este cargo por espacio de 15 meses hasta el 14 de julio de 1811.
A finales de 1812, Badía inició la redacción de los tres volúmenes de su libro de viajes. Cinco años después, empujado por la necesidad, Badía decidió «resucitar» a Alí Bey para un nuevo viaje, esta vez al servicio de Francia. Desde Constantinopla pretendía llegar a la Meca, donde se uniría a alguna caravana para cruzar el Mar Rojo, y de allí hacia el corazón de África. Puesto que en Marruecos se había descubierto su falsa identidad, en su segunda aventura Badía usó el nombre de Hayy Alí Abu Utman («el peregrino Alí»).
En enero de 1818 salió de París en el que sería su último viaje. Llegó a Constantinopla el 19 de marzo y después cruzó el Bósforo, llegando a Alepo dos meses después. Desde su llegada a Damasco el 4 de julio, su salud empeoró rápidamente. La disentería le obligó a guardar cama varios días. Pero tenaz en su propósito continuó hacia Zarqa, en la actual Jordania. Esa fue la última ciudad que vieron sus ojos. El 31 de agosto, a medianoche, sintiendo su fin cercano, se quitó el anillo que le servia de sello y lo entregó a sus criados. Por la mañana sus sirvientes lo encontraron muerto.
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