Los duendes de camarilla –monjas, religiosos, cortesanos– rodean con sus esperpénticos manejos la corte de Isabel II a mediados del siglo XIX, tratando de imponer los intereses de una orientación política ultramontana. Sus maquinaciones y enredos se prolongan hasta influir en los destinos de esas gentes populares que Galdós tan bien supo captar y retratar.
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