Los Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio no son sólo la obra de teoría política más ambiciosa de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), sino también un libro combativo y militante que, escrito entre 1513 y 1520 en el ostracismo político, alienta el propósito de servir de instrumento para edificar el futuro inmediato, con la perspectiva de una república italiana con centro en Florencia. Sin entrar en contradicción con "El Príncipe", que se ocupa de la formación de los estados o de su reforma en situaciones de crisis, esta obra de madurez defiende la superioridad de la república en relación con valores tales como la libertad, el bien común, la igualdad, el respeto a la ley o el patriotismo.
Tradicionalmente, se ha encontrado un conflicto ideológico en el pensamiento maquiaveliano como consecuencia de la difícil conciliación de sus dos obras principales, los Discursos sobre la primera década de Tito Livio y El príncipe.
En los Discursos, Maquiavelo se declara partidario de la república, partiendo del supuesto de que toda comunidad tiene dos espíritus contrapuestos: el del pueblo y el de los grandes (que quieren gobernar al pueblo), que están en constante conflicto. Para Maquiavelo el mejor régimen es una República bien organizada (toma como ejemplo la República Romana), aquella que logre dar participación a los dos partidos de la comunidad para de esta manera contener el conflicto político dentro de la esfera pública.
Maquiavelo señala, y de aquí la calificación de bien organizada, que es primordial que en dicha república se disponga de las instituciones necesarias para canalizar el conflicto dentro de las mismas sin las cuales la república se desarmaría. Ninguna de las otras formas de gobierno como la aristocracia, la tiranía, la democracia o la monarquía logran el equilibrio de los partidos dentro del régimen por lo que son inestables.
Sin embargo, la oposición a la república que podría inferirse en El príncipe, debe tenerse en cuenta que cuando Maquiavelo lo escribe está escribiendo para mostrar a Lorenzo II de Médici como debe desempeñarse si es que quiere unificar Italia y sacarla de la crisis en la que se encuentra. Maquiavelo aclara también que puede existir un hombre cuya virtud política (saber aprovechar los momentos de fortuna y escapar de los desfavorables) supere a la república en conjunto pero dicha virtud política morirá con el mortal que la posea, cosa que no ocurriría en una república bien organizada.
Además de esto, debe recordarse que el Príncipe presenta analogías con la figura romana y republicana del dictador, investido de poderes absolutos durante un breve período y teniendo que rendir cuentas posteriormente ante la república. En este sentido, la contradicción entre los dos textos principales de Maquiavelo no es tal. Si es así, entonces el principado y la república deberían ser entendidos como formas de gobierno subordinadas a la auténtica preocupación política de Maquiavelo: la formación de un Estado moderno en la Italia de su tiempo.
Es por esto que tanto en los Discursos como en El Príncipe, Maquiavelo contempla siempre apasionadamente la vida política, no desde el punto de vista de los diversos partidos y grupos, sino desde la perspectiva general del estado: el interés de éste, no el de los particulares, constituye el punto de partida maquiavelista. El autor aprueba así la lucha entre los plebeyos y patricios en Roma, no porque considere justo que se deje a cada cual expresar sus opiniones, sino porque juzga que dichas luchas fueron la primera causa de la libertad y la grandeza de la República, valorándolas por su efecto benéfico para el Estado, y no basado en un principio de derecho individual.
En esta obra, al autor florentino, verdadero precursor de la teoría política moderna, le interesa comunicar su experiencia y su conocimiento acerca de cuándo y cómo se crean las repúblicas, de lo grande y ejemplar que fue la república romana, y de por qué toda república que quiera durar deberá conocer la historia de aquélla e imitarla; de qué errores se deberán evitar y qué acciones habrá que llevar a cabo para salvaguardar el principio básico de toda república, la libertad, y, por tanto, para que la república no se corrompa, y, por último, acerca de cómo, si llegara a corromperse, volver a instaurarla de nuevo en su ser.