Nicolás Estévanez, antes de caer en un olvido casi absoluto, fue una figura rodeada por el halo de la constancia política y la conspiración. Ministro de la Primera República, exiliado en París por la Restauración, representaba algo así como la integridad personal y el cumplimiento de lo jurado. Baroja nos ha dejado su estampa de hombre «simpático y alegre, un poco terco y arbitrario», recorriendo nostálgico el parisiense barrio latino, encerrando en su imagen de militar francés del Segundo Imperio un ibérico recalcitrante.
Se explica la admiración de Baroja por el personaje. Fue un hombre de acción, un hombre que atravesó todo un siglo de luchas, políticas enconadas y de rasgos de impulsivo romanticismo.
En los Fragmentos de mis memorias (Recuerdos de los años 1838-1878), Estévanez repasa su infancia, los primeros años de vida militar, la africana guerra del 60, otra guerra colonial en Santo Domingo, los primeros compromisos conspirativos que conducen a la septembrina, siendo los recuerdos de los días inmediatos a ésta los de mayor atractivo de todo el libro. Asistimos con ellos a la dinámica política que se deshizo con el asesinato de Prim, que desbarató los planes republicanos. Estévanez abandona la milicia al no poder soportar las contradicciones que luchaban en él: la idea de patria, tal como la entendían las fuerzas monárquicas y gubernamentales, y lo que él sentía como Humanidad. El hecho que le hizo saltar fue el famoso fusilamiento de estudiantes en La Habana en 1871.
Llega la República y, con ella nuevas turbulencias. Estévanez llega a ser ministro de la guerra de la República, por antonomasia, como si no hubiera habido otros cinco y él sólo ocupase el cargo dieciocho días. De tal modo le mitificó la opinión popular. El general Pavía acaba con la inestable República, disolviendo el Congreso y facilitando los planes de Cánovas, que son precipitados por la proclamación de Sagunto.
Estévanez inicia su prolongado exilio. Lástima que quedaran truncadas sus memorias al llegar a este punto. Nunca se publicó el ofrecido segundo tomo de sus recuerdos.
Las páginas de Estévanez se salvan por su gusto de la anécdota. Ve a los personajes desde un nivel prosaico, sin mitificar. Incluye coplas satíricas o festivas, con lo que contribuye a preservar el testimonio de esa vida cotidiana -y de un pensamiento- que llenó más de medio siglo de vida española. Pero también pueden sacarse conclusiones más profundas y sus palabras nos ayudan al entendimiento del complicado siglo de no interrumpida contienda entre las dos Españas.
JORGE CAMPOS 18/08/1976 para EL PAÍS