La obra obedece a la mano anónima de "un admirador" del famoso guerrillero. Fue publicada en España por la Imprenta de Fermín Villalpando (Madrid, 1814) y tuvo una traducción al inglés (The Military Exploits,... of Don Juan Martin Diez, The Empecinado, translated by a general officer. Londres, Carpenter and son.) en 1823.
Juan Martín Díaz, llamado el Empecinado, nació en Castrillo de Duero, Valladolid, el año de 1775. Este hijo de un labrador acomodado de Castilla tenía experiencia como soldado desde que combatió contra la Francia de la Convención en la Guerra del Rosellón (1792-95). Posteriormente, su animadversión contra los franceses le llevó a realizar alguna operación de sabotaje en la época en que Francia era aliada de España. Tras el levantamiento popular de 1808, con el que dio comienzo la Guerra de la Independencia, se unió a las fuerzas del general Cuesta, vencidas por los franceses en las batallas de Cabezón y Medina de Rioseco.
Tras la derrota del ejército regular, y consciente de la dificultad de vencer al poderoso ejército napoleónico en campo abierto, organizó partidas de guerrilleros que hostigaron continuamente a los franceses con pequeñas acciones rápidas que dificultaban las comunicaciones; amparándose en el conocimiento del terreno y en la movilidad de pequeñas partidas irregulares, sostuvo una guerra de desgaste penosa para el ejército napoleónico, que mantuvo abierta la «guerra peninsular» hasta 1814.
El Empecinado (apodo que recibían los vecinos de su pueblo natal, al parecer a causa del cieno del río que atravesaba la población) organizó diversas partidas por las actuales provincias de Valladolid, Burgos, Segovia, Guadalajara y Cuenca, como la «Partida de descubridores de Castilla la Vieja», los «Tiradores de Sigüenza» o los «Voluntarios de Guadalajara», hasta un total de unos diez mil hombres; sus acciones se extendieron ocasionalmente hasta la costa mediterránea y la frontera portuguesa, y estuvieron coordinadas con la ofensiva inglesa mandada por Wellington.
Los franceses intentaron infructuosamente capturarle, encargando de ello al general Joseph Leopold Hugo, que tenía experiencia en la lucha contra la guerrilla en la Vendée y en los Abruzzos italianos.
El Empecinado se convirtió en un héroe mítico en la imaginación del pueblo que sufría la ocupación francesa; la Junta Central y la Regencia le reconocieron sus méritos concediéndole el grado de general.
Pero cuando, derrotados los franceses, recuperó el Trono Fernando VII y éste restauró el absolutismo monárquico rechazando la obra de las Cortes de Cádiz, El Empecinado se declaró partidario del liberalismo y reclamó al rey que aceptara la Constitución. Lejos de ello, Fernando VII le confinó en Valladolid.
Cuando la Constitución volvió a ser puesta en vigor tras el pronunciamiento de Riego (1820), se le encomendaron al antiguo guerrillero cargos de responsabilidad en la Administración liberal (gobernador militar de Zamora, segundo jefe de la Capitanía General de Castilla la Vieja). Participó en la resistencia contra la nueva invasión francesa de los «Cien mil hijos de San Luis», que en 1823 vinieron a acabar con la experiencia liberal en España. Tras la derrota se exilió brevemente en Portugal, de donde regresó aquel mismo año para ser detenido y encarcelado en el castillo de Roa. Allí fue sometido a un trato denigrante por los Voluntarios Realistas hasta que, después de una farsa de juicio fue condenado a muerte y ejecutado (1825) por expreso deseo del rey.
Juan Martín Díaz, llamado el Empecinado, nació en Castrillo de Duero, Valladolid, el año de 1775. Este hijo de un labrador acomodado de Castilla tenía experiencia como soldado desde que combatió contra la Francia de la Convención en la Guerra del Rosellón (1792-95). Posteriormente, su animadversión contra los franceses le llevó a realizar alguna operación de sabotaje en la época en que Francia era aliada de España. Tras el levantamiento popular de 1808, con el que dio comienzo la Guerra de la Independencia, se unió a las fuerzas del general Cuesta, vencidas por los franceses en las batallas de Cabezón y Medina de Rioseco.
Tras la derrota del ejército regular, y consciente de la dificultad de vencer al poderoso ejército napoleónico en campo abierto, organizó partidas de guerrilleros que hostigaron continuamente a los franceses con pequeñas acciones rápidas que dificultaban las comunicaciones; amparándose en el conocimiento del terreno y en la movilidad de pequeñas partidas irregulares, sostuvo una guerra de desgaste penosa para el ejército napoleónico, que mantuvo abierta la «guerra peninsular» hasta 1814.
El Empecinado (apodo que recibían los vecinos de su pueblo natal, al parecer a causa del cieno del río que atravesaba la población) organizó diversas partidas por las actuales provincias de Valladolid, Burgos, Segovia, Guadalajara y Cuenca, como la «Partida de descubridores de Castilla la Vieja», los «Tiradores de Sigüenza» o los «Voluntarios de Guadalajara», hasta un total de unos diez mil hombres; sus acciones se extendieron ocasionalmente hasta la costa mediterránea y la frontera portuguesa, y estuvieron coordinadas con la ofensiva inglesa mandada por Wellington.
Los franceses intentaron infructuosamente capturarle, encargando de ello al general Joseph Leopold Hugo, que tenía experiencia en la lucha contra la guerrilla en la Vendée y en los Abruzzos italianos.
El Empecinado se convirtió en un héroe mítico en la imaginación del pueblo que sufría la ocupación francesa; la Junta Central y la Regencia le reconocieron sus méritos concediéndole el grado de general.
Pero cuando, derrotados los franceses, recuperó el Trono Fernando VII y éste restauró el absolutismo monárquico rechazando la obra de las Cortes de Cádiz, El Empecinado se declaró partidario del liberalismo y reclamó al rey que aceptara la Constitución. Lejos de ello, Fernando VII le confinó en Valladolid.
Cuando la Constitución volvió a ser puesta en vigor tras el pronunciamiento de Riego (1820), se le encomendaron al antiguo guerrillero cargos de responsabilidad en la Administración liberal (gobernador militar de Zamora, segundo jefe de la Capitanía General de Castilla la Vieja). Participó en la resistencia contra la nueva invasión francesa de los «Cien mil hijos de San Luis», que en 1823 vinieron a acabar con la experiencia liberal en España. Tras la derrota se exilió brevemente en Portugal, de donde regresó aquel mismo año para ser detenido y encarcelado en el castillo de Roa. Allí fue sometido a un trato denigrante por los Voluntarios Realistas hasta que, después de una farsa de juicio fue condenado a muerte y ejecutado (1825) por expreso deseo del rey.
Extraído de biografías y vidas