Un amante desdichado, un doctor poco astuto, un fraile vividor, y un parásito malicioso y cuco, serán hoy vuestra diversión. Y si esta materia no es digna, por ser demasiado ligera, de un hombre que quiere parecer sabio y prudente, perdonadle por eso, que trata de hacer con esos vanos pensamientos más llevadera su triste existencia porque no tiene fuera de eso dónde volver los ojos; que le ha sido vedado mostrar su virtud en otro tipo de empresas al no premiar sus fatigas.
En esta exitosa comedia escrita en 1518, no estamos frente a un mero pasatiempo de su autor, como irónicamente presenta el propio Maquiavelo en el prólogo de la obra, sino ante su declarada intención de reírse y desnudar una realidad en crisis como la que conoce Florencia y la península, partiendo de su profunda comprensión del comportamiento humano ya desarrollada en sus obras teóricas.
Maquiavelo construye un texto en el que la conquista amorosa, con su exaltación y situaciones de emergencia, sirven como pretexto para desarrollar un tratado práctico y sabroso de estrategia política, sobre el arte de la participación, la manipulación, la persuasión y, finalmente, la conquista de una meta.
En La mandrágora se cuenta la historia de Calímaco, un joven florentino residente en la ciudad de París, quien termina obsesionado de una mujer florentina de cuya belleza ha escuchado mas nunca ha visto en su vida (Lucrezia). La mujer resulta estar casada con un veterano doctor al que todos tomaban por tonto (Nicia) con el que parecía no poder tener hijos. Para lograr su objetivo, el de poder estar con ella, Calímaco se hace con la ayuda de un pícaro charlatán (Ligurio), un criado de su casa muy fiel (Siro), y un fraile que de forma sutil disfraza su hipocresía con su investidura (Fray Timoteo); juntos planean una estratagema que termina involucrando de forma inconsciente al mismo doctor y a la madre de Lucrezia (Sortrata) para convencer a la muchacha de acceder a un tratamiento exótico, a partir de una pócima hecha de mandrágora, propuesto por un médico recién aparecido que supuestamente venía de París, quien no es otro que Calímaco fingiendo ser un médico.
La Mandrágora, aún siendo pasatiempo cómico para ser representada en el carnaval, es sin duda una obra que merece una lectura desde el espacio teórico abierto por El Príncipe y los Discursos sobre la Primera década de Tito Livio. El autor no abandona su lugar de reflexión sobre la realidad política en ese papel de comediante que asume circunstancialmente, sino que desarrolla, tal vez de modo más directo y crudo, bajo el amparo del tono de comedia, una crítica contundente a su realidad.
La comedia le permite ciertos excesos que no se encuentran en las obras teóricas. El genero no requiere fundamentaciones basadas en la historia, tan habituales en las obras “serias”, y permite ciertas tomas de posición que reflejan, sin duda, la esencia del pensamiento de Maquiavelo, más allá de su método y de los reparos que lo condicionan como ciudadano y servidor. Es en este sentido el comediante nos muestra la posición desnuda, que el teórico defiende y fundamenta.