Los dramas históricos de Shakespeare, especialmente los que se refieren a los anales de Inglaterra, tienen forzosamente un número más reducido de lectores, por la preparación indispensable que exigen, que sus tragedias de mera fantasía o las comedias de imaginación. La crítica, sin embargo, los coloca, por lo menos, a igual altura que las concepciones más generalmente celebradas del poeta. El encadenamiento cronológico de esos dramas que empiezan con el Rey Juan y acaban con Enrique VIII, parece darles, a primera vista, cierto carácter de crónica rimada, a la manera de los viejos cronistas feudales.
Enrique IV se trata de una de las obras históricas que tiene como tema central la historia de Inglaterra, en este caso centrada en la figura de este rey y de su hijo el príncipe, el futuro Enrique V, y los problemas internos que surgieron por su acceso al trono. Como es habitual podemos apreciar otra serie de temas como son la fidelidad, las apariencias, el honor en la batalla, etc. junto a temas más frívolos como la juventud o las amistades poco recomendables que aligeran la tragedía y crean grandes momentos de humor.
Si al escribir Ricardo II, Shakespeare fue más allá de los avatares del juego político e indagó en la condición humana del rey y en el comportamiento de los hombres, en Enrique IV no sólo avanzó más aún por esta senda, sino que incorporó por primera vez un decisivo ingrediente de comedia al drama histórico. En pocas ocasiones planteó Shakespeare tan claramente la relación entre diversión y obligación, humanidad y autoridad, logrando una abundancia de contrastes y una riqueza de emociones que ya no volverían a aparecer en este género. La incorporación de este mundo cómico con escenas de taberna y vida popular se centra en la figura de Falstaff, una de las creaciones más extraordinarias del autor y uno de esos personajes de la literatura universal que se salen de la página.