En la tragedia de Shakespeare, el rey de Dinamarca ha sido asesinado por su hermano Claudio, que ha usurpado el trono y se ha casado, sin respetar las costumbres, con la viuda del muerto, Gertrudis. El espectro del padre aparece a Hamlet en la muralla del castillo de Elsinore, refiere las circunstancias del delito y pide venganza. Hamlet promete obedecer, pero su naturaleza melancólica le hace irresoluto y le obliga a diferir la acción; mientras tanto se finge loco para evitar la sospecha de que amenace la vida del rey. Se cree que ha turbado su mente el amor de Ofelia, hija del chambelán Polonio, a la que, habiéndola cortejado anteriormente, trata ahora con crueldad.
Hamlet comprueba el relato del espectro, haciendo representar ante el rey un drama (el asesinato de Gonzago), que reproduce las circunstancias del delito, y el rey no sabe dominar su agitación. En una escena en que clama contra su madre, Hamlet supone que el rey está escuchando detrás de una cortina y saca la espada, pero mata en cambio a Polonio. El rey, decidido a hacer desaparecer a Hamlet, le envía a Inglaterra con Rosencrantz y Guildenstern, pero los piratas capturan a Hamlet y lo devuelven a Dinamarca.
A su llegada encuentra que Ofelia, loca de dolor, se ha ahogado. El hermano de la muchacha, Laertes, ha vuelto para vengar la muerte de su padre Polonio. El rey, aparentemente, quiere apaciguarlos e induce a Hamlet y a Laertes a rivalizar, no en un duelo, sino en una partida de armas que selle el perdón; pero a Laertes le dan una espada con punta y envenenada. Hamlet es traspasado, pero antes de morir hiere mortalmente a Laertes y mata al rey, mientras Gertrudis bebe la copa envenenada destinada al hijo. El drama concluye con la llegada del puro Fortinbrás, príncipe de Noruega, que se convierte en soberano del reino.
Entre las escenas famosas, figuran la del monólogo de Hamlet (acto III, esc. IV, en la versión de 1798 que aquí presentamos) que empieza con el célebre verso "Ser o no ser, he aquí el problema" ("Existir o no existir, ésta es la cuestión", en la presente versión) ("To be or not to be: that is the question"), o la del cementerio, donde Hamlet hace consideraciones sobre la cabeza de Yorick, bufón del rey.
La famosa duda hamletiana se constituye en el centro del armazón teatral montado por Shakespeare. Hamlet no es un hombre de acción, ni un guerrero en el sentido clásico, Hamlet es un príncipe moderno, un scholar o caballero erudito de naturaleza reflexiva que encontrará dificultades para restaurar sus heridas con actos impremeditados. Antes de matar, Hamlet deberá justificar todas sus acciones mediante la autoconsciencia y las palabras. La retórica es el verdadero instrumento de su desquite. Con toda razón Borges llamó a Hamlet «el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca». Para defenderse de las amenazas y traiciones que lo acechan en Elsinor, Hamlet habla, habla y habla. Words, words, words (palabras, palabras, palabras), tal será la respuesta que dará Hamlet al entrometido consejero Polonio cuando le pregunta qué está leyendo. Los demás deberán escapar de las trampas semánticas que Hamlet les tiende. Ofelia queda confundida, la madre de Hamlet humillada por sus acusaciones, el rey Claudio golpeado («Tales palabras son azote doloroso para mi conciencia»). A la hora de su muerte, Hamlet seguirá perorando, para sí mismo, para su amigo Horacio, para el mundo que en adelante no se cansará de escucharle, pero advierte ya la inutilidad de su ritual monologante y en sus últimas palabras declarará: «the rest is silence». Y el resto es silencio.
La famosa duda hamletiana se constituye en el centro del armazón teatral montado por Shakespeare. Hamlet no es un hombre de acción, ni un guerrero en el sentido clásico, Hamlet es un príncipe moderno, un scholar o caballero erudito de naturaleza reflexiva que encontrará dificultades para restaurar sus heridas con actos impremeditados. Antes de matar, Hamlet deberá justificar todas sus acciones mediante la autoconsciencia y las palabras. La retórica es el verdadero instrumento de su desquite. Con toda razón Borges llamó a Hamlet «el dandy epigramático y enlutado de la corte de Dinamarca». Para defenderse de las amenazas y traiciones que lo acechan en Elsinor, Hamlet habla, habla y habla. Words, words, words (palabras, palabras, palabras), tal será la respuesta que dará Hamlet al entrometido consejero Polonio cuando le pregunta qué está leyendo. Los demás deberán escapar de las trampas semánticas que Hamlet les tiende. Ofelia queda confundida, la madre de Hamlet humillada por sus acusaciones, el rey Claudio golpeado («Tales palabras son azote doloroso para mi conciencia»). A la hora de su muerte, Hamlet seguirá perorando, para sí mismo, para su amigo Horacio, para el mundo que en adelante no se cansará de escucharle, pero advierte ya la inutilidad de su ritual monologante y en sus últimas palabras declarará: «the rest is silence». Y el resto es silencio.