Compuesta entre 1605 y 1606, Macbeth es sin duda una de las cumbres de la producción de William Shakespeare
Concebida en el ambiente medieval escocés, la obra logra anclarse perfectamente a la realidad que busca representar, y de ahí la presencia de brujas, profecías, desenfrenadas ambiciones, traiciones, asesinatos ... en fin, la existencia de un mundo caótico dominado por una comprensión esotérica de la realidad, en la que las pasiones, movidas por irrefrenables deseos de poder y riqueza, aprisionan, empequeñeciendo, a los individuos, creándose las bestiales dictaduras del medievo.
Asistimos a una tragedia sangrienta que, no obstante, no es un mero juego escénico sobre el asesinato, sino más bien la representación de la lucha del protagonista contra sí mismo. El ambicioso Macbeth combate contra sus brotes de ética, venciendo siempre el lado oscuro humano. Las brujas refuerzan el carácter tenebroso de toda la trama; Lady Macbeth es el impulso necesario para hacer caer a su dubitativo marido en el abismo; y todo parece apuntar a la intención de dejar al espectador con la certeza de que el mal es un hecho de permanencia inevitable.
En los cinco actos de Macbeth asistimos al nacimiento de un tirano. Ávido de poder, nuestro héroe mata al rey para ocupar su lugar. Sin embargo, el miedo por la posibilidad de perder el ansiado trono, le lleva a realizar y ordenar otra serie de asesinatos con la esperanza de matar así sus propios temores. Sus actos, sin embargo solo sirven para aumentar su tormento. Se encuentra solo, lleno de desconfianza y remordimientos. Lo hermoso del poder ansiado se transforma en una inquietante vigilia que desgasta sus fuerzas y su mente.