Vicente Salvá y Pérez nació en Valencia, el diez de noviembre de 1786. Su familia, originaria de Mallorca, se dedicaba al arte de la seda. Creció en un ambiente favorable a la cultura y a los libros. Su padre, gran lector, le inspiró la afición por los autores del Siglo de Oro. Estudió Filología, Filosofía, Teología y Jurisprudencia.
En 1808, ante la invasión francesa, marchó a Valencia, donde se dedicó, desde 1809, al comercio y la edición de libros. Vicente Salvá llevó a cabo una gran labor como gramático y bibliófilo. Entró en contacto con el mundo editorial al contraer matrimonio, en 1809, con una hija de Diego Mallén, librero francés establecido en Valencia. Al fallecer éste, se asoció con su cuñado, Pedro Juan Mallén, en la empresa «Mallén, Salvá y Cía.». La librería Mallén era considerada en la época una de las mejores de España, estaba situada en Valencia, en la calle de San Vicente n.º 18. La incorporación de Salvá a la librería dio gran impulso a las actividades de ésta. Así pues, Salvá inicia aquí lo que más tarde desarrollará ampliamente y que será la base de su prestigio y fortuna posteriores: la labor editorial y la selección de libros antiguos. La tenencia de algunos libros no permitidos, junto con la llegada en 1814 de Fernando VII, le obligó a salir de España como a otros liberales y a viajar por Francia e Italia. En Roma, solicita y consigue del Papa Pío VII una licencia para leer, adquirir y conservar libros prohibidos, alegando sus estudios universitarios y el deseo de adquirir mayores conocimientos.
Fue diputado a Cortes por Valencia entre 1822 y 1823, y ocupó el puesto de secretario de las mismas. Emigrado a Londres, creó allí en 1824 una Librería Clásica y Española con la ayuda de sus amigos ingleses, y en ese lugar hubo tertulia de liberales españoles emigrados. Fue también profesor de griego en el Ateneo español de Londres, fundado en 1829. Amplió sus negocios a la edición en Londres y, a partir de 1830, a París, adonde se trasladó ese año.
Los Catálogos de libros españoles y portugueses que publicó en 1825 y 1826 se hicieron prontamente famosos entre los bibliófilos de todo el mundo, aunque circularon poco por España. Colaboró en el Repertorio Americano (Londres, 1827) y publicó además una celebérrima y reeditadísima, con muchas correcciones y ampliaciones, Gramática de la lengua castellana, Belfast, 1827, segunda edición París 1830. Junto con la Gramática de Andrés Bello, forma la pareja de gramáticas clásicas del siglo XIX, en cierto modo complementarias, ya que lo que en Vicente Salvá es sobre todo empirismo y casuística en Bello es profundo análisis y teoría lingüística.
En cuanto a su obra literaria, Palau le atribuye Don Termópilo o defensa del Prospecto del Doctor Puigblanch. Por Perico de los Palotes, Londres, 1829, y La bruja, o cuadro de la corte de Roma, París, 1830, e Irene y Clara o la madre imperiosa, París, 1830, novelas estas últimas. Trasladó su casa a París no regresando a España hasta 1835. Fue diputado por Valencia en las constituyentes de 1836-1837, en las que fue otra vez secretario. Escribió Apuntes sobre la propiedad literaria, Valencia, 1838.
Las obras de ficción escritas en el exilio tienen por fin la propaganda política, ya que tanto los afrancesados como los liberales que emigraron en el año 14 y en el 23, tuvieron todos en común la enemiga al absolutismo y a la Inquisición. Las escritas en castellano se tradujeron pronto al francés y, sobre todo, al inglés pues fue en Inglaterra donde sus autores contaron con mayores simpatías. Huelga decir que, excepto en la época de las Cortes o ya durante el Trienio, si hubo ediciones castellanas, éstas se imprimieron fuera de España.
Este fue el caso de La Bruja, o cuadro de la Corte de Roma. Novela hallada entre los manuscritos de un respetable teólogo, grande amigote de la curia romana. En la obra, El pretendido editor de La Bruja afirma que encontró el manuscrito entre los papeles de un clérigo difunto, y el autor de la “novela” compara ésta con un Diablo Cojuelo eclesiástico pues asegura que tras aplicarse el unto que le vendió una bruja de Huete, voló hasta la Luna, desde donde contempló la Tierra y en ella a Roma y a los cardenales. Y ya desde la cúpula de San Pedro ve pasar una procesión de Papas y de sus víctimas, lo que le da ocasión para comentar el sangriento historial del Pontificado. Al final, despierta de su agitado sueño.
La novela —expresa José Luis Molina Martínez en su Anticlericalismo y literatura en el siglo XIX—, gracias a su artificio, presenta semejanzas con la estructura del cuento maravilloso, se puede leer, aunque resulta muy aburrida la enumeración de fechorías papales, porque las adorna con citas latinas y erudición pesada.