Luis Coloma Roldán, sacerdote jesuita que alcanzó notable fama en el elenco (Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Pereda, Alarcón, Fernán Caballero, Palacio Valdés,...) de aquella generación literaria que algunos consideraron como “digna sucesora de la novela cervantina”, nació en Jerez de la Frontera en 1851 y falleció en Madrid en 1915. Coloma cosechó un insólito éxito con sus cuentos, novelas y relatos en las que supo plasmar su vocación religiosa. Así, su obra se caracteriza por una peculiar mezcla de religiosidad y de profundo conocimiento de la vida y sus costumbres, siempre escrita con un matiz moralizador.
El Padre Coloma inició sus estudios en la Escuela Naval Preparatoria de San Fernando en 1863, pasando luego a cursar la carrera de Derecho en la Universidad de Sevilla, momento que coincidió con la trascendental revolución de 1868, hacia la cual el joven jerezano mantuvo una actitud hostil que reflejaría en sus escritos. De esta época data su amistad con Fernán Caballero y Gertrudis Gómez de Avellaneda, convirtiéndose, especialmente la primera, con mezcla de cariño filial y veneración de discípulo, en mentora ideológica de Coloma, tal como se percibe años más tarde en su libro Recuerdos de Fernán Caballero.
Coloma se trasladó posteriormente a Madrid, donde empezó a frecuentar las tertulias elegantes, en las cuales reunió elementos que después habrían de servirle para la creación de su obra literaria. Por estas fechas colabora en el periódico madrileño El Tiempo, periódico político de la tarde, fundado el 23 de febrero de 1870 por el marqués de Bedmar y el conde de Toreno. Su director y sus principales redactores representaban la tendencia conservadora afín a la Restauración. Colaboraciones periodísticas que también se extenderían a publicaciones de su ciudad natal, como sus artículos insertos en El Porvenir. Se trata de una época azarosa, de incertidumbre política, en la que Coloma participa de forma activa, postulándose en los círculos literarios y en las tertulias políticas como claro defensor de la Restauración borbónica.
Un incidente casi mortal, una grave herida en el pecho a causa de habérsele disparado el revólver que limpiaba, afianzó su decisión de hacerse jesuita; y así, en 1873 ingresó en el seminario de Poyanne, en Las Landas (Francia), donde los jesuitas españoles, desterrados de España, habían establecido un noviciado. Allí, al siguiente año fue ordenado sacerdote. Durante los años 1875, 1876 y 1877 permanece en Poyanne. En este último año regresa a España ocupando diferentes cargos propios de la Institución. Por estas fechas colabora en la revista La Ilustración Católica, semanario que empezó a editarse a partir del 1 de agosto de 1877. Durante el curso académico 1877-1879 ejerce la docencia como profesor de Derecho Romano en la Universidad Pontificia de Comillas. Estudia Filosofía Escolástica durante el periodo académico 1879-1880 en el colegio de Carrión de los Condes (Palencia). En años posteriores será profesor en distintos centros docentes de los jesuitas y completará su formación religiosa en diversos seminarios de la Orden, como en la Casa de Estudios de Oña (Burgos) y Manresa. El 2 de febrero del año 1886 se produce su inclusión definitiva a la Compañía de Jesús con la emisión de los últimos votos, incorporándose a partir de esta fecha a la Universidad de Deusto, cuya principal misión será formar parte del consejo de redacción de la revista El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús.
Por estas fechas, el Padre Coloma ya tiene en su haber literario Solaces de un estudiante, redactado bajo la tutela de la entonces anciana escritora Fernán Caballero. También en época temprana inicia la publicación de cuadros de costumbres, cuentos y relatos breves que se irán hermanando bajo el título de Lecturas Recreativas. El mismo Luis Coloma en su introducción al primer volumen que figura al frente de dichas Lecturas, 24 de septiembre de 1884, explica con nitidez a los suscriptores de El Mensajero del Corazón de Jesús sus propósitos e intenciones de claro matiz reflexivo y moral.
En la obra narrativa del Padre Coloma podemos distinguir dos modalidades, la novela extensa, bien adscrita al realismo o al género histórico, y el relato corto, configurado, como apuntábamos, por cuentos, escenas costumbristas y retratos. Y aunque Coloma comienza escribiendo relatos cortos, algunos de indudable calidad, como La Gorriona, El primer baile, Era un santo, Por un piojo, entre otros, es evidente que el éxito editorial lo alcanza con la publicación en 1891 de Pequeñeces, novela de tesis que lo acerca a la modalidad narrativa representada por Fernán Caballero, su gran maestra.
La aparición de Pequeñeces, primero por entregas en la revista bilbaína de los jesuitas El Mensajero del Sagrado Corazón de Jesús durante los meses de enero de 1890 a marzo de 1891, y este último año en dos volúmenes, suscitó un gran revuelo, al asociarse algunos de sus personajes con seres de existencia real, pero también por la pintura de una alta sociedad viciosa y mundana, la nobleza colaboracionista con el advenimiento del régimen liberal de la Restauración. El Heraldo de Madrid abrió un concurso de opiniones sobre Pequeñeces y durante quince días estuvo publicando críticas y erróneas interpretaciones que molestaron sobremanera al autor y a la Compañía y le impulsaron a cultivar desde entonces temas menos polémicos. A favor del autor se declaró doña Emilia Pardo Bazán en su revista Nuevo Teatro Crítico, alabando el realismo naturalista de su texto pero censurando el integrismo de su autor. Cierto, a pesar de la oposición de ciertos sectores conservadores, adoptó las técnicas naturalistas en la línea de E. Zola, que defendía el objetivismo del autor y el determinismo de la conducta de los personajes, aunque matizadas por algunos recursos propuestos por P. Bourget que alentaban a la indagación psicológica de éstos. La citada Pequeñeces (1890-1891), en la que llevó a cabo una virulenta crítica de la sociedad madrileña y, especialmente, de la aristocracia de la Restauración, es su obra más popular.
También reflejó un moralismo militante en otras novelas y cuentos, como Retratos de antaño (1895), La reina mártir (1902), novela en la que exalta la figura de María Estuardo, y, entre otras, Jeromín (1905-1907), en la que recrea la vida de Juan de Austria. Cierra la serie de relatos históricos el titulado Fray Francisco (1914), biografía novelada sobre la vida del cardenal Cisneros. Interesantes son también los Recuerdos de Fernán Caballero, la autora amiga a quien Coloma imitara al principio, aun cuando sin igualar jamás su vigor. Muchos de sus títulos fueron traducidos a varias lenguas, y algunos (Jeromín, Pequeñeces) pasaron posteriormente al cine. En 1908 ingresó en la Real Academia Española; su discurso de ingreso versó sobre el Padre Isla.
El día 10 de junio de 1915 el P. Coloma fallecerá en Madrid a los sesenta y cuatro años de edad. Sus novelas, especialmente Pequeñeces y Jeromín, revivirán décadas más tarde entre el gran público gracias a las adaptaciones cinematográficas. Sus relatos breves y cuentos insertos en sus Lecturas recreativas -Periquillo sin miedo, Ratón Pérez, La Gorriona,...- formarán parte indeleble de un legado cuentístico imprescindible para la historia del cuento español. Legado que junto a la producción de los maestros del cuento -Trueba, Campillo, Fernanflor, Blasco, Fernán Caballero, Valera, Alarcón, Pardo Bazán, Clarín, Pereda, Galdós, entre otros- configurarán la época áurea de dicho género literario.
SOLACES DE UN ESTUDIANTE (Cuadro de costumbres españolas), dirigida y prologada por Cecilia Böhl de Faber, Fernán Caballero, publicada en 1871 y escrita al tiempo que cursó sus estudios de Leyes en la Universidad de Sevilla, es clara muestra de la temprana vocación literaria de Luis Coloma:
«Don Luis Coloma —escribe Fernán Caballero en el prólogo— es un joven que no cuenta veinte años, no sólo modesto, sino tímido. (…)Llegado a la edad en que otros jóvenes dedican sus ocios a las diversiones, francachelas y juegos, él, sintiendo una fuerte inclinación a la literatura amena, los dedicó a escribir algunos cuadros, en los que, si bien se nota inexperiencia y reminiscencias demasiado marcadas de lo que ha leído, se encuentra, además de lo bien escritos, delicado buen gusto, rasgos muy poéticos, chistes, exquisita decencia, y, sobre todo, un admirable fondo de ideas, sentimientos y opiniones morales y religiosas. ( …) Lo que admira en tan corta edad es un don de observación, muy raro en la juventud; pues pocos son los que se toman el tiempo de observar, y menos son los que prefieren un personaje copiado a otro inventado por ellos: esto puede ser bueno para la novela fantástica o novelesca, pero no para aquellos que escriben en el género que, con el nombre de realismo, pintan las cosas tales cuales son».
Solaces de un estudiante, hay que añadir, son los primeros y modestos pasos literarios que afectan ya de inicio el marcado carácter antiliberal de Coloma, su conservadurismo político, y ataca lo que, a su juicio, era el perjudicial materialismo y el positivismo de los liberales.
«Una especie de injustificado rechazo personal —escribe el académico José López Romero en su artículo Jerez y Coloma—, quizá debido a la orden religiosa a la que perteneció, se ha trasladado a su obra y, por desgracia, buena parte de ella, por no decir casi toda, sigue durmiendo el sueño de los olvidados en viejas y poco asequibles ediciones. Pero al jerezano interesado en la historia, costumbres y formas de vida de su ciudad, el olvido de Coloma (más conocido por el nombre del Instituto, que por sus méritos literarios) le priva de disfrutar de textos tan interesantes en esos aspectos como amenos en su lectura. Tomemos un simple ejemplo: su novelita Solaces de un estudiante que pertenece a ese grupo de obras de juventud. (…)nos interesa aquí la visión que Coloma nos ofrece de ese Jerez de finales del XIX, (…) En Solaces de un estudiante la protagonista, Misita Arderá, acepta con radiante alegría la invitación que doña Petra, amiga de la familia, le hace para acompañarla al teatro, con la esperanza de ver allí a su enamorado Pedro. En esta ocasión es una ópera, “La Traviata”, la obra que representan y que aprovecha Coloma para arrojar con violencia el dardo de sus críticas más aceradas: “Daban aquella noche La Traviata, esa inmoralísima y asquerosa partitura… No alcanza, ni podrá alcanzar jamás la lindísima música de esta ópera a borrar la violenta impresión de asco, de desvío y de indignación que su repugnante argumento nos causa. ¡Llamar “víctima” a la mujer que sostiene un impúdico boato sacrificando familias enteras, es el colmo del cinismo y la desvergüenza!”.
La inclusión en la trama novelesca de un viajero inglés, algo truhán y timador, mister Snuff, le sirve al autor para hacer un pequeño recorrido que hoy denominaríamos turístico, al tiempo que también va diseminando opiniones sobre la ciudad; a la pregunta de doña Petra: “-¿Y qué le parece a usted Jerez?”, el inglés le responde: “-¡Oh! ¡Mucho “dinerro”; soberbias bodegas; muy lindas mujeres!... Sus calles son hermosas, si bien carecen de esos antiguos monumentos, que siempre son recuerdos históricos”. A lo que de inmediato le replica doña Petra con la leyenda de una cruz de hierro que había en la plaza de la Yerba, erigida en conmemoración de un milagro.
Pero quizá lo más interesante de este recorrido por el Jerez de la segunda mitad del XIX que nos ofrece Coloma en esta novela, como en buena parte de todas las que compuso en su juventud y que localizó en su ciudad natal, sea el comienzo de la obra: el breve pero intenso trayecto que recorre el tren desde el “lindo Puerto de Santa María” hasta el “hermoso, rico y noble Jerez de la Frontera”».