"Toda nuestra Historia demuestra que nuestros triunfos fueron debidos más a nuestra energía espiritual que a nuestra fuerza puesto que nuestras fuerzas siempre fueron inferiores a nuestras obras; no pretendemos hoy trocar los papeles y confiar a un poder puramente material nuestro porvenir. Antes de salir de España hemos de forjar dentro del territorio ideas que guíen nuestra acción, porque caminar a ciegas no puede conducir más que a triunfos azarosos y efímeros, y a ciertos y definitivos desastres".
Llegaba á este punto de mí crónica —escribe Emilia Pardo Bazán en su artículo El correo (La Ilustración Artística, diciembre de 1898)— cuando el correo me trae la triste nueva del fallecimiento del escritor granadino Ángel Ganivet.
En otra crónica anterior le consagraba mención elogiosa á propósito de sus Carlas finlandesas, por las cuales acababa de enterarme de que existía, no en España, sino muy lejos de ella, un escritor lleno de ingenio y de picante atractivo. Leídas las Cartas finlandesas, mi deseo de poseer los demás libros, algunos raros ya en el mercado, de tan chispeante autor, deseo manifestado al docto catedrático de Granada Sr. González Garbín, me valió, además del único ejemplar que le quedaba á Ganivet de su Granada la bella, una carta que por extremadamente halagüeña para mí debo á un tiempo esconder y conservar como oro en paño, en memoria de tan corta como agradable relación literaria.
¡No dio tiempo la muerte ni á que yo respondiese á Ganivet, manifestándole mi gratitud, diciéndole el interés vivísimo que despertó en mí el Idearium. Séame lícito entretejer aquí, á modo de corona de siemprevivas, algunas impresiones acerca de este libro muy singular. Ganivet, en el Idearium, muéstrase católico, y católico ferviente, pero enemigo de todo empleo de la fuerza, de toda coacción religiosa. Es tolerante,…, porque cree. Al combatir como error vulgar ó común la idea de que las naciones protestantes poseen mayor cultura y mayor influencia política que las adheridas al catolicismo, cita á Bélgica: «Allí —advierte— no se emplea sistemáticamente la fuerza.» Nosotros, por haberla empleado largos siglos, estamos ya, en opinión del autor, como embotados, anestesiados, dormido el nervio religioso; y siente Ganivet que para vigorizar nuestro catolicismo, nos harían falta unas cuantas docenas de herejes, pero verdaderos, revoltosos, de talla, contra los cuales reaccionaríamos, despertándose así nuestra alma, en lo más íntimo y sensible de sus fibras. Si esta es la explicación del actual indiferentismo religioso que en España hace estragos, la de nuestro espíritu de independencia está en nuestro territorio: somos independientes porque formamos una península: nuestra forma nos aísla, sin alcanzar á evitarnos las invasiones de que las islas como la Gran Bretaña están casi exentas; expuestos á la agresión, cultivamos el propósito de rechazarla; hemos llegado, con la imaginación, á creernos isleños, «Nuestra historia es una serie inacabable de invasiones y de expulsiones, una guerra permanente de independencia. »
Una de las páginas más profundas del Idearium y más aplicable ahora, es la que establece la distinción, mejor dicho, la oposición entre el «espíritu guerrero» y el «espíritu militar».
El primero es espontáneo, el segundo reflejo; aquél está en el hombre, éste en la sociedad... «Una nación que teme, que no se siente segura, pone toda su fe en los cuarteles... España es por esencia un pueblo guerrero, no un pueblo militar.»
A la tétrica luz de los recientes sucesos, ¡cuánta enseñanza encierra la fórmula indiscutible de Ganivet! Y no puede negarse; pruébase con la historia en la mano. Mi nunca olvidado amigo Cánovas del Castillo defendió un día, teniendo la bondad de discutir conmigo, la superioridad del valor pasivo y obediente, mudo y mecánico, sobre el valor tumultuoso, individualista-el valor de guerrilla. Yo, aprendiendo en las doctas palabras del maestro, sostenía mi afirmación: será más grande el soldado-máquina, pero no será español jamás. Aquí, lo bueno que se hizo, hízose por arranque, como dice Ganivet; sin compás, plan ni medida. Y esto es tan nuestro, que los extranjeros no lo comprenden, no se dan cuenta de ello, y califican de bandoleros á nuestros espontáneos é inspirados conquistadores.
Necesitaría extenderme en triple ó cuádruple espacio del que estas crónicas usufructúan en La Ilustración, si quisiese recontar los puntos de vista nuevos, muchas veces felices, siempre expuestos de un modo sugestivo que hace pensar, que encuentro hojeando el Idearium, obra tan compendiosa y tan nutrida. Escrito por un meridional, el libro es claro, sucinto, sin alardes de método ni extensas demostraciones; libro de guerrilla también. Ejemplos familiares y de carácter pintoresco lo ilustran, quitándole toda pretensión de tratado de filosofía. Es un estudio del alma española, que revela á un hombre capaz de razonar, como dicen los pintores, la figura de la patria. Se ve que está escrito al correr de la pluma, pero sobre material que el autor ha meditado despacio y sentido con calor de cariño. Es libro de joven por los manantiales que brotan de él; libro jugoso, vibrante, un libro que palpita. ¡Van escaseando tanto los libros así!
Hay un insidioso galicismo, que empleo de mala gana, y que no sé evitar; Ganivet muere sin dar su medida. Quizás, viviendo, no produjese cosa más eléctrica que el Idearium; como el malogrado Joaquín Bartrina, con quien tiene Ganivet vaga semejanza intelectual —á pesar de ser católico y optimista, y Bartrina lo contrario—, es probable que nos haya dejado la medula honda de su espíritu en su breve tomo de poesías. De los cuatro períodos que según Pablo Bourget comprende la vida del gran escritor —el primero en que se le ignora, el segundo en que se le aclama para hacer rabiar á los que le preceden, el tercero en que se le difama porque triunfa, el cuarto en que se le perdona porque se le olvida—, Ganivet sólo conoció el primero, y empezaba á saborear el segundo, que gracias á su muerte está ahora en la plenitud… Sí, ahora la prensa, cada día más avara de sitio, más cerrada á lo que es verdaderamente literario y sin embargo no es teatral, entierra á Ganivet con una apoteosis. Peor suerte tuvo España, á quien entierran clandestinamente.
Emilia Pardo Bazán, 1898.
Decíamos que en La España filosófica contemporánea, Ganivet sostenía en germen muchas de las cuestiones que más tarde habría de abordar en el Idearium. A juicio del profesor Jorge Novella Suárez (Angel Ganivet y su España Filosófica Contemporánea, en Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, vol. 19, Universidad Complutense, Madrid, 2002, pp. 241- 253), esta génesis de pensamiento se corresponde a los tres principales bloques que conforman el Idearium: En primer lugar, el estoicismo senequista, de raíz cínica, que entusiasma al joven Ganivet; la virtud de la autarquía, de la autosuficiencia del sabio que conlleva un cierto rechazo de la política: su lectura de Séneca y del estoicismo contiene los rasgos que le caracterizarán durante toda su vida y conformaran su pensamiento: filantropía, libertad interior, independencia del individuo, pesimismo, teorizante-profético, religiosidad, iluminado, místico, solitario, etc.
En segundo lugar, la necesidad de reconstrucción de España en torno a ideas-madre o ideales, así como “sobre los pilares de la tradición”.
Y en tercer lugar, la abulia como la enfermedad de España, “esa debilitación natural de la voluntad por la ausencia de convicciones vitales que le suministren energía”. El camino no es difícil para salir de ese marasmo, eso sí, siempre que no sea infiel a sus tradiciones y a su espíritu individualista.
Por su parte, Francisco Seco de Lucena, en su prólogo a El escultor de su alma, amigo personal del autor y ganivetiano de pro, escribe lo siguiente:
En Idearium español, obra importantísima de filosofía política en la que el autor se eleva a prodigiosas alturas en una admirable concepción sintética de la Historia, el trabajo de auto-creación se encomienda a las energías propias de la raza española, y en la restauración del espíritu español que hace cuatro siglos se escapó de España, es donde encuentra el insigne hijo de Granada la única forma de redención posible para este desventurado pueblo que hoy se agota por no encontrar nuevos ideales con que sustituir los que ya cumplió hace siglos en la Historia de la Humanidad.
Ausente de su país, el fondo imborrable de españolismo que atesoraba el granadino ilustre adquirió mayor relieve; estudió para su patria y para el honor de su patria como obrero incansable; y más español cuanto más lejos de España le empujaba el destino, escribió la obra más consoladora, y de más noble hermosura, de más sano patriotismo y de más elevada filosofía política que se ha publicado durante el último siglo en nuestro país.
Esta obra es el Idearium español, libro que en poco más de ochenta hojas contiene la sustancia de centenares de volúmenes. La índole de las materias que contiene, la concisión con que están expuestas, pues, el Idearium es un compendio cuyo desarrollo aplazó el autor para más tarde, hacen dificilísimo dar idea de esta obra. Sin embargo, de estas dificultades, he aquí un extracto de extractos, una especie de quinta esencia del bellísimo libro.
Considerando la nación española como un gran ser que vive en la Historia, dedica el autor la primera parte de su libro a analizar el espíritu nacional en todas sus fases: espíritu religioso, espíritu territorial, espíritu militar, espíritu jurídico, espíritu artístico; y del estudio de estas fases, que el autor explica llevando la convicción al ánimo de quien lo lee, pasa a examinar el desarrollo histórico de la nación y demuestra cómo por un extravío de las aptitudes naturales de nuestro espíritu, independiente y de resistencia como definidamente peninsular, pero contrario al ideal conquistador que su territorio impone a los países continentales, España se lanza a la conquista y realiza una expansión militar como no se conoce otra en la Historia, abarcando con sus únicas fuerzas todo el mundo, y semejando, por ello nuestra política internacional en la Edad Moderna, una rosa de los vientos.
No correspondía ni a nuestras aptitudes ni a nuestras fuerzas obra tan colosal, lograda a costa del empobrecimiento de nuestra vida interior y propiamente nacional que debe tener su asiento en la península, y tras la expansión vino la decadencia representada en un largo Calvario de cuatro siglos, que se inicia apenas llegado el apogeo de nuestro poderío con el descubrimiento y la conquista de América. Extraviado en esta forma el rumbo histórico de la nacionalidad, se pierden unas aptitudes y otras no llegan a su completo desarrollo como ocurre en el arte español cuyo siglo de oro, es solamente un anuncio de lo que hubiera sido el genio nacional desarrollándose en su propia y natural esfera.
España agobiada bajo el peso de sus grandezas llega a la época presente debilitada y empobrecida; apenas puede sostener el recuerdo de su antiguo esplendor, y sus últimas colonias son para ella no un objeto de beneficio, sino pesada carga como lo fueron siempre, porque en el espíritu nacional no encarna la idea de la colonización como la entienden algunos pueblos, limitada a explotar la colonia; sino el sentimiento más noble de la asimilación de las razas y la propaganda de las ideas.
En estas condiciones hay que considerar cerrado nuestro período histórico que arranca de la toma de Granada, abandonar la antigua teoría que computaba la grandeza de las naciones por la extensión de su dominio material y entrar de lleno en otra evolución histórica cuyo principio tiene que ser la reconcentración de las fuerzas nacionales en sí mismas y el desarrollo de todas nuestras energías en el verdadero territorio de la patria, en el viejo solar europeo de donde ha de surgir la nueva fase de nuestra historia y la dominación duradera del genio de España en el mundo mediante la conquista ideal, ante la que son efímeras e infecundas todas las obras cimentadas en la fuerza. Hay que reconstituir en cierto modo la nacionalidad española, precisa la restauración espiritual de España, si hemos de cumplir la noble misión que nos corresponde en la historia futura, la que estaríamos cumpliendo, sin aquella distracción del espíritu territorial: la de constituir un centro de universal cultura que convierta a España en una Grecia cristiana.
Otro amigo del círculo granadino de Ganivet y miembro del grupo que componía la denominada Cofradía del Avellano, Nicolás María López, prologando la edición de las Cartas finlandesas, escribe:
Muy poco después de Granada la bella (cuya edición hecha en Helsingfors es una curiosidad bibliográfica), apareció en nuestra ciudad, impreso en casa de Sabatel, el Idearium español. Es obra de muchos vuelos y de muchas pretensiones, tal vez más de lo que á la misma convenía; pero hay que reconocer que es un trabajo de mérito, no sólo por su riqueza de pensamiento, novedad é imparcialidad de algunos juicios, sino por su estilo conciso, enérgico, brillante, como una superficie de acero bien bruñido.
Es un sumario de ideas, un estudio de lo que el autor llama la constitución ideal de España.
Sin plan al parecer, en párrafos ó ideas sueltas y disgregadas, sin más jalones que las tres primeras letras del alfabeto, se va ocupando:
A) Del carácter ó espíritu español en sus manifestaciones religiosa, filosófica, territorial ó debida á la naturaleza del país, guerrera y militar, jurídica y artística; después, B) de la política exterior de España en sus distintas épocas, y sus diversas tendencias y direcciones, hasta el día; y por último, C) trata de la aplicación de las ideas expuestas antes para llegar á la regeneración ó restauración espiritual de España.
Téngase en cuenta que esta espacie de índice (que acabo de hacer ahora mismo, pues el libro no lo tiene, ni epígrafe alguno por ninguna parte) es sólo relativo al pensamiento general de la obra, porque en ella, en párrafos inmediatos, y á veces en un mismo párrafo, se tocan las cuestiones más diversas que puedan imaginarse.
Recuerdo que leí el Idearium muy despacio, á pequeños sorbos como licor fuerte y de muchos grados, y siempre sacaba la sensación del vértigo. Marea aquella rapidísima serie de ideas, unas veces brillantes, otras violentas, absurdas, que el autor va arrojando con la habilidad y ligereza de un juglar que nos deslumbra con vistosos juegos.
Las transiciones imprevistas, la sorprendente variedad de pensamientos, que en Granada la bella y en las Cartas constituyen un poderoso atractivo, perjudican en el Idearium: en las dos primeras, la idea fundamental está circunscrita, y las divagaciones son agradables adornos; pero en el Idearium estas divagaciones no hacen otra cosa sino meter al lector en intrincado laberinto. Si bien es cierto que el autor no se propuso hacer un libro de exposición, sino una colección de notas, de ideas sueltas, sugeridas por la meditación después de abundante lectura, también lo es que, á fuerza de sintetizar el pensamiento, éste se disgrega, procede á saltos, y la abundancia de ideas produce confusión.
La ingenuidad con que está escrito, su estilo austero é imperativo, le presta un poder que se impone al lector, el cual sigue deslumbrando aquella abundante vena intelectual, que brota incesantemente hasta la última página; pero apenas el lector medita un poco, encuentra allí muchas afirmaciones indemostradas, caprichosas; consecuencias extrañas, por no decir ilógicas, que si en el pensamiento del autor aparecieron en serie correlativa, en el del lector provocan sorpresa y desconcierto, toda vez que roto el hilo del raciocinio, y sucediéndose las ideas rapidísimamente, como las imágenes en el cinematógrafo, resultan contradicciones y paradojas. Si este desconcierto, producido por una sintetización demasiado rápida, no estuviera explicado por la índole de la obra (que el mismo título denuncia), y si en muchas de sus partes no tuviera períodos de vigoroso juicio, nos induciría á pensar en un estado de honda perturbación.
En suma: el Idearium parece el epílogo ó resumen de un largo proceso polemista, y es una disertación ó filosofía sintética acerca de España, principalmente en su política exterior.
Hacer de esta obra un detenido estudio nos ocuparía demasiado, pues es mucho lo que habría que puntualizar y discutir, y ahora además sería inoportuno.
La clave del Idearium está expresada en este párrafo con que termina la parte B del libro, que no podemos sustraernos al deseo de reproducir, por su extraordinaria oportunidad en la actual y tremenda crisis nacional: «Una restauración de la vida entera de España no puede tener otro punto de arranque que la concentración de todas nuestras energías dentro de nuestro territorio. Hay que cerrar con cerrojos, llaves y candados todas las puertas por donde el espíritu español se escapó de España para derramarse por los cuatro puntos del horizonte, y por donde hoy espera que ha de venir la salvación; y en cada una de esas puertas no pondremos un rótulo dantesco que diga: «Lasciate ogni speranza», sino este otro más consolador, más humano, muy profundamente humano, imitado de San Agustín: «Noli foras iré; in interiore Hispaniae habitat veritas».
Así como este otro, que se halla algunas páginas más adelante, y que sirve de complemento al anterior: «Puesto que hemos agotado nuestras fuerzas de expansión material, hoy tenemos que cambiar de táctica y sacar á luz las fuerzas que no se agotan nunca, las de la inteligencia, las cuales existen latentes en España, y pueden cuando se desarrollen levantarnos a grandes creaciones que, satisfaciendo nuestras aspiraciones á la vida noble y gloriosa, nos sirvan como instrumento político reclamado por la obra que hemos de realizar.»
El Idearium, a pesar de su importancia, pasó desapercibido; nadie (que yo sepa) dijo una palabra de él; fuera de Granada, la prensa de Madrid, que dedica artículos de fondo, con hiperbólicos encomios, á los versos chulescos de López Silva y otras cosas así, no se fijó siquiera en este libro de tan jugosa labor intelectual. Al año de publicado, una dichosa casualidad, el amor á todo lo granadino del ilustrado Catedrático señor Segura, lo ha llevado á manos del Sr. Unamuno, joven Catedrático de Salamanca, que en poquísimo tiempo, por su estilo vibrante, intención demoledora y gran ilustración, se ha colocado, casi por asalto, en la vanguardia de nuestros escritores; el cual, con el título El porvenir de España, ha publicado acerca del Idearium una curiosa serie de artículos, que dieron lugar á amistosa contestación de Ganivet y á otra réplica de Unamuno: estos artículos han venido así á constituir un Apéndice del Idearium.
De buena gana echaría mi cuarto á espadas sobre tema tan interesante, sobre todo porque bien lo merecen ciertas atrevidas afirmaciones; pero tengo todavía algo más que decir de Ganivet, y temo abusar de la paciencia del lector. Quédese esto para otra ocasión; que ideas tan transcendentales, como las que apunta el Sr. Unamuno, nunca pierden su actualidad. Lo lamentable es que jóvenes que tratan de levantar el espíritu nacional; que se inspiran en tan noble deseo como el de ilustrar la conciencia colectiva con ideas puras, pongan el ideal demasiado lejos, en utopías, que reclaman paladinamente en un espiritualismo de perfección inasequible, en un pseudo-cristianismo que participa de los errores de antiguas sectas...
Para Julián Marías (El 98 antes del 98: Ganivet, publicado en Literatura y generaciones Madrid, Espasa-Calpe, colección Austral, 1975), el análisis tanto del Idearium como de la posterior correspondencia que el mismo suscitó con Unamuno, convierten a Ganivet en miembro de pleno derecho de la llamada generación del 98.
«Ganivet pertenecía, sin duda, a la generación del 98 —postula Marías— había nacido un año después que Unamuno, un año antes que Valle-Inclán-, pero, como Moisés, se quedó a las puertas de la tierra prometida. La inspiración que llevaba dentro, la de la nueva época, no llegó a florecer en su propia obra».
Reconoce, no obstante, cosa que Manuel Azaña había señalado anteriormente, que el Idearium encierra en su título una notable paradoja, pues «como construcción intelectual, como doctrina o teoría, el Idearium español no es demasiado consistente, sus mecanismos de justificación fallan, muestra la arbitrariedad con excesivo impudor». Algo que incluso, algunos de los más ganivetianos miembros de la Cofradía del Avellano, como Nicolás María López prologando la edición de las Cartas finlandesas, habían percibido. Percepción, en todo caso, que para los fieles al granadino no menoscababa el valor de la obra, más bien todo lo contrario, entendida en el contexto de su producción y de la personalidad de su autor, la dotaba de formidable frescura y originalidad. El propio Marías reconoce que a pesar de la señalada confusión e insuficiencia intelectual «el Idearium español es profundamente atractivo, y sentimos que Ganivet, confusamente, de una manera oscura y vacilante, "pone el dedo en la llaga" y ve o palpa cosas muy verdaderas».
Paradójico le resulta también a Marías que Ganivet, «hombre saturado de cultura europea —y no de las más próximas tradicionalmente a España, sobre todo la francesa, sino de las nórdicas—, que vive mucho tiempo fuera de su país, sea tan profunda y cerradamente español». Nada insólito, por otra parte, pues «conviene advertir que esta paradoja se repite muchas veces, y que todavía hoy vemos un precipitado de españolismo obsesivo en muchos hombres que han vivido los últimos treinta años lejos de España, que han hecho sus vidas —más o menos a contrapelo— en tierras extrañas. "España como privación", este sería un tema incitante».