La primera obra que publicó Ganivet fue Granada la bella, cuyo capítulo inicial apareció en El Defensor de Granada el 23 de Febrero de 1896.
Ganivet censura con desenfado y valentía poco comunes, la serie de manías que han convertido a las ciudades en campo experimental de los mayores absurdos y truena contra la epidemia de reformas que han pasado casi todas las grandes urbes de Europa y que tarde y con daño ha venido a apoderarse de este humilde rincón granadino.
Las demoliciones y los ensanches, destruyendo a capricho barriadas enteras, tal vez, las más interesantes desde el punto de vista del arte y la arqueología, han quitado a las poblaciones el sello espiritual que supieron imprimirlas sus habitantes, han destruido la fisonomía de cada una para convertirlas a todas en ridícula alineación de casas, manzanas y calles que nada inspiran al sentimiento y a la imaginación, como no sea la idea desconsoladora de la vulgaridad.
Éste es sólo uno de los puntos de vista de la originalísima Estética urbana que aplicando los principios del sentido común a su amadísima ciudad, creó Ganivet en Granada la bella. La cuestión del alumbrado y la limpieza, la del agua, la de la educación popular, la del arte, en sus diversos aspectos, y con especialidad en sus relaciones con la naturaleza, la casa, los monumentos y la mujer, forman la gradación admirable que eleva en cada capítulo el interés de Granada la bella, que es la obra de un artista, un filósofo y un buen granadino, hecha de una pieza, como vulgarmente se dice, escrita a vuela pluma en dos semanas, y a pesar de ello, brillante y tersa de estilo, cuajada de pensamientos felices, y tratando por primera vez, al menos en España, cuestiones importantísimas de la más diversa índole; pero todas relacionadas íntimamente, como una de tantas fases de la ley universal de armonía, que se muestra así en los dominios de lo meramente ideológico, como en la naturaleza, en la vida individual como en la vida colectiva.
Granada la bella no es sólo una «Estética urbana» es también un ensayo felicísimo de una ciencia que ahora empieza a mostrarse con caracteres propios y a recoger en un sistema de doctrina sus materiales antes dispersos, la Psicología colectiva. Ese ensayo, lo aplicó Ganivet a lo que él más directamente tenía experimentado, su ciudad natal, y puede afirmarse que Granada la bella es el más completo y fino análisis del carácter granadino. Aunque las cuestiones se encuentran sólo esbozadas a pincelada larga, en este libro hay materiales sobrados para una construcción científica de excepcional importancia y extraordinario desarrollo, que seguramente formaba uno de los planes de producción futura que se proponía Ganivet.
Francisco Seco de Lucena (Prólogo a El escultor de su alma).
Granada, Mayo 1904.
«Voy a hablar de Granada —escribe Ganivet al iniciar su obra—, o mejor dicho, voy a escribir sobre Granada unos cuantos artículos para exponer ideas viejas con espíritu nuevo, y acaso ideas nuevas con viejo espíritu; pero desde el comienzo dése por sentado que mi intención no es cantar bellezas reales, sino bellezas ideales, imaginarias. Mi Granada no es la de hoy: es la que pudiera y debiera ser, la que ignoro si algún día será. Que por grandes que sean nuestras esperanzas, nuestra fe en la fuerza inconsciente de las cosas, por tan torcidos caminos marchamos las personas, que cuanto atañe al porvenir se presta ahora menos que nunca a los arranques proféticos».
Granada la bella: aunque muy corta — como que no es más que una colección de doce artículos, — bastó para acreditarlo de escritor original y profundo. Son páginas éstas vibrantes, saturadas de ideas simpáticas, que se leyeron en Granada con avidez. Tiene artículos magistrales, como los titulados Nuestro arte y Nuestro carácter, que son intensos estudios psicológicos y críticos; el que lleva por título Luz y sombra, que es un capítulo de estética de las ciudades, así como Lo viejo y lo nuevo, El constructor espiritual, y todos, en fin. Es difícil en tan pocas páginas haber encerrado tanta substancia en estilo tan vigoroso y bizarro. Puede decirse que Ganivet salió formado escritor del primer golpe.
A pesar de haber publicado después obras de mayor transcendencia y de más empeño, para muchos de sus amigos— yo entre ellos — Granada la bella sigue siendo la obra predilecta.
Su asunto también contribuye á hacerla más sugestiva: la pureza del ideal estético; el culto de lo bello, de lo típico y característico de cada pueblo; el atractivo de lo sencillo y sincero... «el embellecimiento de las ciudades por medio de la vida bella, culta y noble de los seres que las habitan,» como dice el autor, es la idea dominante de este librito encantador.
Nicolás María López (Prólogo a las Cartas finlandesas).
Granada, Julio de 1898.
Es triste, tristísimo, que inteligencias como la de Ganivet se agosten en plena florescencia por un exceso de voluntad, por una ambición de espíritu. Tal vez si Ganivet hubiese obtenido la cátedra de lengua griega de Granada en las brillantes oposiciones que en 1891 hizo en lucha con Alemany, hoy le tendríamos en la cúspide de los pensadores españoles, enriqueciendo las letras patrias, con los raudales de su talento clarísimo: pero la expatriación nos le arrebató, y la ambición espiritual fue su ruina.
¡Cuánto debió escribir, que no es conocido! En la obra literaria de Ganivet, hoy conocida, hay revelaciones, de una labor primaria, de ensayo, que él mismo, acaso, destruyó: El escultor de su alma, por ejemplo, es un drama de versificación inspiradísima que no puede ser trabajo de improvisación. Ganivet, indudablemente, había escrito muchos versos, porque era un verdadero poeta; pero ¿dónde están sus escritos? Preciso es reconocer que en aquel insigne literato hay algo enigmático, algo inaudito; algo que se aparta de las leyes que suelen regir la vida de la mayor parte de los escritores.
Ganivet no puede ser juzgado con absoluta certeza, porque su obra es incompleta, fragmentaria, y él mismo no acabó de revelar todo su bagaje cerebral, dándonos tan solo esbozos. Es sibilítico en sus juicios; pero no como el oráculo apolino que vaticinaba ambiguamente, sino como aquellos patriarcas de la Biblia que tenían algo de profetas. Si no fue un profeta, fue desde luego un vidente, un precursor, con inspiración cierta de las cosas que estaban por venir o que venir debían.
¿Qué es su Idearium español? Una serie de aspiraciones, una cadena de pronósticos sobre el porvenir de la patria, redimida por el arte, por la ciencia, por el trabajo, más espiritual que material, con olvido de grandezas pasadas, de sueños ya irrealizables, de utopías guerreras, de quijotismos ilusorios. Y esto que Ganivet quería y vaticinaba tiene ya realidad en España, donde no se piensa en conquistas ni en vuelos icaros, sino en una paz laboriosa, que al cabo llegará, tal como la soñó Ganivet en su Idearium, el más bello tratado de ciencia política de los tiempos modernos.
¿Qué es El escultor de su alma? Una condensación de todo lo que ha venido a engendrar el modernismo contemporáneo en la literatura y en el arte. ¿Qué son Los trabajos de Pío Cid y la Conquista del reino de Maya, con todo y estar ambas obras incompletas? Pío Cid es un genio, un profeta, de cuyos labios brota un raudal de filosofía práctica, compendio de todas las aspiraciones de la vida moderna. La Conquista del reino de Maya es el ideal de un pueblo redimido por su propia fe, el Ave Fénix renaciendo de sus propias cenizas. Rafael Gago y Palomo es el que mejor ha descifrado las grandes concepciones de estas dos obras de Ganivet.
Ganivet es en todo grande: grande para concebir, grande para expresar. Observador de recio vuelo, se coloca siempre en la altura, y su mirada de águila sorprende cosas que no pueden ver los que no pueden remontarse. Muchos le llaman enigmático por que no han sabido comprenderle. Pío Cid y Pedro Mártir no son dos esfinges sin alma, dos Ídolos caprichosos, dos creaciones sin espíritu: son dos símbolos hermosos, inmortales (como lo es el Doctor Fausto) de las eternas aspiraciones de la humanidad.
Literato y critico de juicio hondo, de comprensión clarísima, sus Hombres del Norte es una exposición hermosa del fondo ético, del alcance social y del nervio literario de las literaturas escandinavas, como las Cartas finlandesas son una labor afiligranada sobre la cultura, usos y costumbres de aquellos pueblos, y sobre otras muchas materias candentes de sociología, literatura y arte en general; todo discreto, acertado, profundo, avalorado por una observación critica que asombra.
Estas mismas perfecciones se ven aumentadas en su Epistolario, condensación del presente y del porvenir español, y de enorme labor crítica sobre materias abstrusas, que solo un espíritu curtido en la filosofía social puede desentrañar.
No es, sin embargo Ganivet, ni un pensador hosco, ni un escritor severo, siempre colocado en el trípode de la seriedad. Tiene, con frecuencia, rasgos de humorismo que hacen reír, descripciones vivas que hablan a los sentidos, sin rebasar los moldes de la corrección; desenfados de estilo y lenguaje que parecen tocar los límites de la crudeza; pero estos que alguien pudiera creer pecados de sentido moral, no son otra cosa que accidentes de forma, detalles de expresión más o menos realistas, pero que no llegan al fondo, siempre pulcro, sano, elevadísimo; que no descomponen ni deprecian el alto mérito de la concepción estética, como no disminuyen la hermosura de un vaso griego ciertos detalles de atrevimiento en las figuras, sino que antes bien contribuyen a embellecer y avalorar el conjunto de la obra.
Ganivet, en su voluntario ostracismo, siempre dirigió sus ojos a Granada. Granada la bella condensa en sus doce capítulos todo el amor que Ganivet sentía por su patria; sin dejar por ello de censurar lo mucho que en ella hallaba de censurable, ofreciéndonos un cuadro de lo que él quería que fuese Granada. Y a este propósito habla con suma discreción de sus costumbres, de sus hermosas mujeres, del carácter de los granadinos, de su arte, de su especial manera de ser que tanto le perjudica en sus aspiraciones, de todo en fin, lo que él estimaba digno de alabanza o merecedor de correctivo.
Esta misma tendencia tuvo su colaboración en El libro de Granada, que trabajaron con él Méndez Vellido, Nicolás María López y Ruiz de Almodóvar. No se ha hecho hasta hoy, gran cosa en Granada para enaltecer y perpetuar la gloria de Ganivet; es más, yo afirmo que fuera de Granada y aún fuera de España, le conocen y alaban más que nosotros. Su Idearium, sobre todo, ha entrado de lleno, por derecho de conquista, en el Catálogo de libros de los grandes pensadores modernos».
Ángel del Arco en La Alhambra (Revista quincenal de Artes y Letras) de 15 de julio de 1917.