Pedro Antonio de Alarcón es, sin lugar a dudas, una de las figuras más representativas de la literatura española del siglo XIX. Escritor considerado por la crítica como eslabón o enlace entre el Romanticismo y el Realismo al utilizar en sus novelas, como en el caso de El escándalo o El Niño de la Bola, los resortes típicos de ambas escuelas. El célebre autor de El sombrero de tres picos conoció en vida un éxito inusual. Envidiado y admirado al mismo tiempo gracias a sus producciones novelísticas que alcanzaron una difusión poco común. Con anterioridad a sus éxitos editoriales protagonizados por sus trabajos de creación narrativa -entiéndase El escándalo, principalmente-, Alarcón demostró enorme interés y gran acierto en sus crónicas de viajes. Su primera incursión en este preciso género vendría dada por la publicación de Diario de un testigo de la guerra de África (1860), libro que alcanzó la inusual venta de cincuenta mil ejemplares en pocos días y que dejaría un beneficio al editor, Gaspar y Roig, de noventa mil duros.
De Madrid a Nápoles, al igual que el Diario de un testigo de la guerra de África y La Alpujarra, fue redactado según confesión propia del autor en Historia de mis libros «en los propios sitios o ante las propias obras de arte que menciona [...] En ferrocarril, en silla de postas, a caballo, en mulo, embarcado, marchando a pie; dentro de los museos, en mitad de plaza o calles, en las iglesias, en los cafés, en los palacios de los Reyes, en las estaciones y posadas del camino; dondequiera que veía, pensaba, sentía o me contaban algo, allí tomaba nota de ello, con todos sus pelos y señales, o bien con el color, material o sabor moral de la realidad fehaciente, y no otro es el secreto de lo muchísimo que se leen (si los libreros no me engañan en perjuicio suyo) mis crónicas de soldado o caminante».
Extraido de Fundación Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Autor: Enrique Rubio Cremades
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