Leonardo de Vinci (1452-1519) dejó constancia de su ilimitado interés por el conocimiento de la naturaleza y del arte en una ingente masa de escritos y dibujos. Entre ellos destacan los dedicados al arte de la pintura, sobre el que proyectaba redactar un tratado que nunca llegó a realizar. Fue probablemente Francesco Melzi, el amigo y discípulo que heredó sus manuscritos, quien compiló, hacia 1550, la antología conocida como Tratado de pintura (el Codex Urbinas 1270), fundamental, a pesar de sus graves defectos, por la fiel transmisión del pensamiento de Leonardo y porque reproducía numerosos fragmentos de originales hoy perdidos. Tras la muerte de Melzi los manuscritos sufrieron una lamentable dispersión y algunos desaparecieron para siempre.
El códice compilado por Melzi permaneció inédito, pero circularon algunas copias, algo reducidas y retocadas, una de las cuales, realizada en el siglo XVII (el Codex Barberinus 832), respondía al proyecto de Cassiano dal Pozzo de imprimir el Tratado con ilustraciones de Poussin.
La edición no se llevó a cabo, aunque en 1640 una copia de este proyecto fue entregada a Paul Fréart de Chantelou y, finalmente, el Tratado pudo ver la luz en una cuidada edición de Rafael Trichet du Fresne impresa por Langlois en suntuoso infolio (París, 1651), que contenía también los tratados de pintura y escultura de León Bautista Alberti. La inclusión de estos escritos, en particular la de su fundamental De pictura (1435), redoblaba la atracción del volumen.
Ya bien avanzado el siglo XVIII, en el marco de la renovación clasicista impulsada por la Real Academia de San Fernando, el ilustrado Diego Antonio Rejón de Silva tradujo al castellano la edición de Trichet du Fresne (Madrid, Imprenta Real, 1784), de la que suprimió tan sólo «El libro de la estatua», de Alberti.
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