Yo, señora, soy de Segovia; mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer.
El Buscón, obra maestra en su género, y por ende, de la literatura universal, no es una novela picaresca al uso. La maestría de su escritura, la vivacidad y sarcasmo en la descripción de personajes y situaciones, la inteligente crueldad de sus anécdotas, hacen de ella, una obra que rebasa los límites de su género, una novela picaresca que da una vuelta de tuerca al arquetipo.
Quevedo, como buen exponente del Barroco, cultivó todos los géneros. Su poesía abarca desde la sátira burlesca (es famosísimo el soneto “Érase un hombre a una nariz pegado” dedicado a Góngora), realizada con extraordinario talento, pasando por la poesía de tema existencial, en los que reflexiona sobre la muerte y la brevedad de la vida, hasta sus poemas de amor, considerados los más importante del Siglo XVII, siendo ésta la producción más paradójica del autor ya que era declarado misántropo y misógino pero fue, sin embargo, el gran cantor del amor y de la mujer. Escribió numerosos poemas amorosos dedicados a varios nombres de mujer: Flora, Lisi, Jacinta, Filis, Aminta, Dora, y dejó algunos de los mejores poemas de amor en lengua española como: "Amor Constante Más Allá De La Muerte".
Quevedo fue el máximo representante de la corriente "conceptista", frente al "culteranismo" de gongorista.
Francisco Ayala se pronuncia así sobre el estilo de Quevedo en el Buscón: “El poeta oprime y exprime los vocablos, los aprieta o, por el contrario, los dilata hasta más allá del límite de su elasticidad, los deforma, los contrahace, los acopla, los combina, los funde unos con otros, los retuerce y desmembra, les saca – pudiera decirse – las tripas y con todo eso extrae del lenguaje significaciones inéditas que apenas éramos capaces de sospechar que nos dejan fascinados”. Sobra decir que la escritura quevedesca no se limita a ser puro juego verbal sino que surge de la visión propia del autor, una visión deformada y caricaturesca: la realidad está sometida al ácido disolvente de su estilo, a la terrible desvalorización. Quevedo lleva al extremo el gusto barroco por la transformación de la realidad mediante la palabra, pero su palabra transforma el mundo en inframundo y las pasiones humanas en escenas dignas del más macabro guiñol.