Galdós publicaría en 1889 Torquemada en la hoguera, y entre 1893 y 1895 el resto de la serie: Torquemada en la cruz, Torquemada en el purgatorio y Torquemada y San Pedro.
Ya en Torquemada en la hoguera se hace un dibujo preciso del protagonista, Francisco Torquemada. Es éste un prestamista que ha logrado amasar un interesante capital a base de prestar dinero con usura, exprimiendo sin piedad a los desgraciados que por necesidad caían en sus manos.
Tacaño hasta llegar a la mezquindad, Torquemada sufrirá el duro golpe de ver enfermar a su hijo, un niño prodigio, genio de las matemáticas. En esa crisis, su naturaleza quedará patente: aconsejado por amigos, trata de humanizarse y congraciarse con Dios, para rogarle que salve a su hijo. Sin embargo, su espíritu de negociante quiere convertir esa operación en un cambalache por el que compra con buenas obras la vida de su hijo.
Torquemada es un personaje construido de una pieza. Su inveterada avaricia puede en él más que ningún otro instinto. Tal y como le conocimos en la primera novela le reencontramos en las siguientes: Torquemada en la cruz y Torquemada en el purgatorio. En ellas se narra el meteórico ascenso de nuestro hombre a las más altas esferas sociales, gracias a su matrimonio con una aristócrata arruinada. Sin embargo, Torquemada no es un advenedizo que desee encumbrarse; en él, la tacañería es vicio irrenunciable y someterse al gasto al que obliga su nuevo tren de vida le produce grandes sinsabores.
En su nuevo estado, el avaro se aprovecha de la posibilidad de hacer negocios a gran escala que su nueva posición le brinda. De igual manera, disfruta de las alegrías de ver reconocido su talento para los negocios y su capacidad para multiplicar el dinero como por arte de magia. Pero su gozo se ve ensombrecido por el duelo que mantiene con su cuñada, Cruz del Águila, obstinada en retornar con su familia a la esfera de la que la ruina les arrojó, sirviéndose para ello de la fortuna de Torquemada.
Como apuntaba, Francisco Torquemada no es un advenedizo, pero comprende que ciertas costumbres de su anterior vida de prestamista no casan con su nuevo papel de financiero del gran mundo; en consecuencia, está resuelto a hacer concesiones, a renunciar a ciertas satisfacciones “de pobre”; incluso pone buen cuidado en pulir su lenguaje y otros aspectos de su persona. Pero el gasto desbocado al que le conduce el tren de vida que su cuñada impone en su casa le provoca terribles desazones y la continua sensación de vivir sojuzgado por la tiranía de Cruz.
En Torquemada y San Pedro, Galdós da una vuelta de tuerca más al personaje. Como en la primera novela de la serie, el carácter de Francisco Torquemada queda por completo de manifiesto ante una situación trascendental. En este caso, nuestro hombre se enfrenta a su propia enfermedad y riesgo de muerte. En estas sensibles circunstancias, su conciencia se divide atormentada: desea salvar su alma, pero nuevamente cree poder engañar a Dios, comprando su indulgencia a cambio de ceder sus bienes a la Iglesia; pero al mismo tiempo, desea igualmente su salvación material para poder completar un jugoso negocio que le reportara pingües beneficios.
Aliviada su conciencia tras seguir los pasos que sus íntimos le dictan para la salvación de su alma, da por seguro que Dios pagará lo que le debe a cambio: dejarle vivir hasta completar su negocio y reservarle para más adelante una plaza en el cielo.
De este modo, Torquemada concluye siendo fiel a sí mismo. Galdós consigue que el personaje evolucione, y presenta de hecho esa evolución con acierto (y ese humorismo que le caracteriza); pero a la vez, entrega un personaje sin fisuras, cuya esencia ningún acontecimiento externo logra atacar. Un personaje que, a pesar de poseer más defectos que virtudes, logra conquistar al lector.
Extraído de solodelibros