Nos acercamos al fin de siglo y, en línea con los aires de revolución espiritualista que vive Europa, el gran novelador Galdós vuelve en Ángel Guerra (1894) al asunto religioso para iniciar un modernísimo camino de especial interioridad: es la mirada desde dentro de la novela europea de la época, tras la que asoma el ideal galdosiano de una religiosidad reformista como renovación social.
Tras un trauma personal complejo, el protagonista, hombre de contrastes y desconciertos, querría convertir en divino un amor humano; y emprende la búsqueda de sí mismo y de dios desde un proceso de profunda revolución personal. Toledo, mística, caballeresca, mágica y tolerante, será espacio simbólico adecuado que protagonista y lector vivirán a través del alma del autor. Tal vez, nunca han estado tan cerca novelador y personaje. ¡Y qué atractivo el de los personajes secundarios!
La crítica de Clarín sobre la presente obra se expresa de la siguiente manera: Para la psicología del ingenio y del carácter del autor, en los estudios que se llegarán á hacer de las ideas de este novelista, Ángel Guerra será de los más importantes documentos. Pero en cuanto novela que se entrega á un público que más entiende, por instinto, de proporciones que de honduras espirituales, Ángel Guerra no puede competir con Gloria, Marianela, Doña Perfecta, etc.
Ángel Guerra es un espiritualista que vive fuera de sí; su ideal no está en él, está en Leré, su amor y la religiosidad que este ideal engendra no es un verdadero misticismo, sino que necesita el alimento del símbolo vivo, la obra nueva. La psicología de Guerra no se estudia dentro de él principalmente, sino en el mundo que le rodea. Por eso tienen tanta importancia en esta novela las calles y callejuelas de Toledo, los tabiques y ladrillos más ó menos mudéjares, las capillas de la catedral, las iglesias de monjas y las desgracias y lacerías de los miserables.