Perpleja estaba aquella mañana Pepita Ordóñez sentada en su tocador, con dos cartas, una en cada mano. Dejolas al fin sobre un acerico erizado de alfileres, y, apoyando ambos codos entre la multitud de cachivaches que ocupaban la mesa de un Pompadour algo turquesco, fijó esa mirada sin vista conque la juventud contempla las ilusiones, en la luna del espejo. Allí se reflejaba su carita de muñeca de china, coronada por dos papillotes que levantaban sobre su frente sus cuatro puntitas de papel, como otros tantos erguidos cuernecitos.
Indudable era que Pepita Ordóñez soñaba despierta, paseándose por los floridos jardines que había hecho brotar en su imaginación alguna de aquellas cartas. Era ésta un billetito triangular, de un rojo subidísimo, márgenes negros, letra de mujer en el sobrescrito, de rasgos firmes y elegantes, y un diablito negro por sello, muy primoroso, montado en un velocípedo.
No por esto olía a azufre: apestaba a oppoponax, esencia entonces muy en boga, y bien merecía por todo su aspecto contener la cita de alguna cocotte en el kiosco de Saint-James. Nada de esto contenía sin embargo: las honradas damas españolas acogen con tanto afán las chucherías venidas de Francia, que no se cuidan de inquirir el mayor o menor decoro de su procedencia.
Suele decirse que detrás de la cruz está el diablo, y en aquella carta sucedía al revés: delante estaba el diablo y detrás la cruz, al frente de lo escrito, hecha con dos rasguitos muy devotos. Debajo decía: …
«El Padre Coloma no sólo se sabía de memoria lo que en la introducción a su Gaviota escribió Fernán Caballero, que «el objeto de una novela de costumbres debe ser ilustrar la opinión sobre lo que se trata de pintar, por medio de la verdad, no extraviarla por medio de la exageración». Sino que la gracia chispeante y la ironía sutil se dieron allí la mano para levantar un poco del suelo esos personajes vividos, y así, tocándolos el autor con la varita mágica de su arte, y concentrando sus rasgos esenciales, supo darles el mágico realce ideal que los hizo graciosísimos tipos, y que, sin dejar de ser individuos, hizo que pasasen a la categoría de entes simbólicos.
Si queréis ver condensados en uno o en varios tipos, no sólo las diversas fases de un carácter complejo, sino los varios sujetos que coinciden en una misma nota de malignidad o de simpleza, daos una vuelta por La Gorriona o Por un piojo. Los tipos afines al de Currita (Pequeñeces), malignos aunque velados por el disfraz de la hipocresía, tienen su representación concreta, por ejemplo, en la Pepita Ordóñez de Por un piojo y en la Ritita Ponce de La Gorriona, retratadas ambas con brocha y pintura cáusticas.
Unidad personal de características entre los diversos rasgos de un mismo tipo, unidad específica de trazos y facciones entre los varios tipos de la misma idiosincrasia, y, por último y sobre todo, unidad artística, siempre igual a sí misma y en grado muy superior a lo vulgar, (…). Formaban en su imaginación genial, como un cortejo variado, pero simétrico y coherente, aquellas mismas figuras que, vistas en sus libros, las llevamos ahora todos en nuestro magín, como seres de carne y hueso: Rosita Piña y Consolación, Currito Pencas y Desperdicios, Manolo y Lulú, Mariana y Lopijillo, el Caín Roque, Diego Corrientes, etc., etc.» (Constancio Eguía Ruiz en El P. Luis Coloma y su vocación literaria (Razón y Fe, 1915)