Ángel Ganivet – ESPAÑA FILOSÓFICA CONTEMPORÁNEA Y OTROS TRABAJOS

Índice del volumen:

PRIMERA PARTE
España filosófica contemporánea
La vida social
El pensamiento social
La filosofía científica
Causas
La filosofía en la educación

SEGUNDA PARTE
Una derrota de los «greñudos»
Los grajos
Trogloditas
El rey de la Alhambra
El alma de las calles
Las ruinas de Granada
Un bautizo
De mi novia, la que murió
Cau Ferrat

Dividido en dos partes, el presente volumen comprende (Parte primera) la tesis del joven Ganivet (1889), rechazada por el tribunal académico de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Madrid presidido por Nicolás Salmerón, España filosófica contemporánea, así como un conjunto de trabajos sueltos (Segunda parte), donde podemos apreciar las dotes poéticas y periodísticas del autor granadino.

Como primer ensayo “quasi-filosófico” de juventud, la España filosófica contemporánea, no publicada hasta 1930, conserva toda la frescura de documento, a tenor de muchos, precursor del movimiento regeneracionista del 98. Algo de lo que el propio Unamuno disiente, no sin estimar en su justa valoración la figura de su amigo Ganivet, considerándose él “primogénito” en aquello de las reformas espirituales del alma de España. Con todo, el ensayo académico de Ganivet contiene en ciernes los análisis y las propuestas renovadoras que más tarde explayará en su más conocido Idearium.

Sin duda, Ángel Ganivet ha sido, y de hecho sigue siéndolo, motivo de controversia. Desde acérrimos apologistas de la figura y pensamiento del granadino, pasando por todos aquellos que tratan de contextualizar sus reflexiones en el marco finisecular, como Ortega y Gasset, y acabando por los que, siguiendo el parecer de Manuel Azaña, rechazan de plano la mayor parte de las concepciones ganivetianas, el caso es que aplaudido por unos, criticado por otros, y utilizado por muchos, Ángel Ganivet se ha ganado un merecido puesto en la historia del pensamiento y la literatura de España.

En su obra Ideólogos, teorizantes y videntes (1922), el periodista, editor y político Santiago Valentí Camp, nos presenta la siguiente semblanza de Ganivet:
Ángel Ganivet fue un espíritu inaudito, contradictorio, arbitrario y desconcertante. No cabe clasificarle en escuela alguna determinada. Fue a un tiempo romántico y naturalista, observador sagaz y pensador clarividente, sutil y de una alteza incomparable. Su existencia fue breve, pues no llegó a cumplir los treinta y tres años. Había nacido en Granada en 13 de Diciembre de 1865 y falleció en Riga en 29 de Noviembre de 1898. Según refieren algunos de sus biógrafos, Ganivet no fue un niño precoz, sino que se desarrolló de un modo normal, sin ofrecer ningún rasgo que señalase un desenvolvimiento prematuro en sus facultades psíquicas. En 1880, próximo a cumplir los quince años, comenzó el bachillerato en el Instituto de su ciudad natal, después de haber estudiado en su propia casa la enseñanza primaria, según el testimonio de su paisano el malogrado periodista Francisco Seco de Lucena. Desde los primeros años de su vida académica no solo evidenció Ganivet gran aptitud, rapidez de comprensión y amor al estudio, sino que aventajó a los demás por sus condiciones nada comunes y, sobre todo, por la brillantez de su ingenio.
(…) En 1885 obtuvo el grado de bachiller, por oposición, con la calificación de sobresaliente, matriculándose inmediatamente después en las Facultades de Filosofía y letras y Derecho, como alumno pensionado. En ambas carreras demostró condiciones verdaderamente excepcionales, saliendo de la Universidad granadina en 1890, después de obtener el grado de licenciado en las dos Facultades.
(…) Una vez terminados sus estudios universitarios y a pesar del gran afecto que sentía por su ciudad natal, como lo demostró algunos años después escribiendo las admirables páginas de Granada, la Bella, sintió en su ánimo el deseo vivísimo de trasladarse a Madrid, porque en el ambiente apacible y tranquilo de la ciudad arábiga no tenía su espíritu inquieto campo suficiente para desenvolverse con amplitud.
Trasladado a la Corte, atravesó Ganivet un período de intensísima actividad, obteniendo en la Central, mediante ejercicios de oposición, el título de doctor en Filosofía. Poco después, por el mismo procedimiento, alcanzó una plaza del Cuerpo de archiveros y bibliotecarios y tras una preparación de menos de veinte días, tomó parte en las oposiciones a una cátedra de Lengua y Literatura griega en la Universidad de Sevilla, obteniendo la plaza uno de sus contrincantes, que se había distinguido por haber traducido la Illiada y la Odisea.
En Febrero de 1892, Ganivet, que ansiaba vivamente viajar por Europa, ingresó en el Cuerpo consular, siendo destinado como agregado al Consulado español de Amberes. (…) Su permanencia en Amberes, en donde residió durante cuatro años, fue para Ganivet utilísima, ya que con sus frecuentes viajes a Bruselas y París, se puso en relación con los principales representantes de las distintas escuelas filosóficas y literarias que por aquel entonces predominaban en los grandes centros europeos. Este fue el período en que Ganivet trabajo más activamente, poniendo de relieve cuánta fue su actividad, pues se perfeccionó en el estudio de los idiomas, profundizando en el inglés, el alemán, el italiano, el sueco y llegando a dominar el francés de tal modo, que, según sus propias palabras, habituóse, no solo a hablar, sino a pensar en francés, siéndole familiares tanto la poesía clásica como los autores contemporáneos (…).
La voracidad intelectual de Ganivet fue única, pues ningún otro escritor español contemporáneo ha llegado a poseer en la medida que él, un instrumento tan útil y tan preciso como el conocimiento de las lenguas del Norte y el Centro de Europa. Lo que no logró la cultura enciclopédica que atesoraba Ganivet esfumar de su espíritu, fue la influencia que en él había ejercido la Filosofía y la Ética de Séneca, que fue indudablemente, el autor que moldeó en la juventud su pensamiento. Ganivet, que sentía un vivísimo interés por seguir al día las diversas y encontradas corrientes de la espiritualidad contemporáneas y que conocía a fondo las literaturas inglesa, alemana, escandinava, rusa, italiana, etc.; conservó siempre su prístina afición a las literaturas clásicas y más que todo al pensamiento porque en el fondo, a pesar de que comprendía como pocos lo que significaba nuestro atraso, comparado con el despertar de los demás pueblos, amaba con devoción religiosa las glorias del genio español de otros tiempos.
De ahí que en su espíritu hubiese siempre una lucha, en ocasiones verdaderamente dolorosa, para adaptar su personalidad a las conquistas y ventajas de la época presente; por que en lo íntimo de su ego sentía renacer su españolismo de rancio abolengo.
Acaso por esto, Ganivet, a pesar de haber adquirido una cultura vasta, profunda y siempre de primera mano, no solo no se adaptó a las costumbres y al espíritu europeo por completo, sino que en muchos pasajes de sus libros se advierte que, aun contra su propio deseo, surgían en su espíritu ciertas reminiscencias de nuestro pasado legendario. En cierto respecto, fue Ganivet una paradoja viviente, pues tan pronto suspiraba por el europeismo, como ante ciertos aspectos de la vida cosmopolita, que censuraba con acritud, hacía una apología del feudalismo o de otro régimen pretérito.
Sin embargo, aunque fue Ganivet un espíritu antisistemático, se halla en su obra una seriación ideológica, un eje central, que fácilmente encontrará el lector avisado, si logra sustraerse a la influencia de la sugestión del estilo vigoroso y del lenguaje opulento que resplandecen en la mayoría de los libros del llorado autor de Ideárium español.
Del insigne y malogrado escritor granadino se tiene, en general, un concepto que no responde a lo que fue aquel audaz buceador del alma nacional. Para algunos pseudo críticos fue Ganivet un sofista que discurría con agilidad intelectual, ingenio y erudición acerca de los problemas históricos, filosóficos, políticos y estéticos, como hayan podido hacerlo los pensadores subjetivistas de más fama en todos los países y épocas. Para otros era un teorizante irreductible y falto de sentido práctico. Ambos juicios son, en mi sentir, igualmente inexactos, y quienes los formularon es evidente que no habían estudiado la obra de Ganivet a fondo o que acaso no acertaron a descubrir lo que en ella hay de esotérico.
(…) En efecto, de todos los escritores jóvenes españoles que aparecieron en los últimos lustros de la centuria pasada se destacó Ganivet por su vigor mental, por su audacia y por su originalidad inaudita, siendo absolutamente falso que fuese un sofista ni un teorizante, por cuanto era uno de los contados pensadores que vivieron las ideas que propugnaron. Lo que ocurrió a Ganivet que no fue comprendido más que a medias, se ha repetido después con Unamuno, con Silverio Lanza, con Azorín y en estos momentos con nuestro paisano Eugenio D’ors. Por lo que refiere a Xenius es indudable que entre sus lectores de La Veu de Cataluña no hubo ni dos docenas que se percataran de lo que significa la figura del prolígrafo y crítico más insigne con que cuentan hoy las letras catalanas. Nada, por otra parte, tiene de extraordinario que en un ambiente de vulgaridad y depresión intelectual como el nuestro, se moteje a los escritores cuando no se les puede admirar por carencia de capacidad en el público. Ahí está el ejemplo de Clarín, que para la gente de su tiempo no fue más que un escritor mordaz, cuando, en realidad, era un novelista insigne, un filósofo y un vidente.
Con ser grandes sus virtudes como ciudadano, no fue este el aspecto en que más sobresalió, pues lo que principalmente distinguía a Ganivet era su intenso amor al trabajo intelectual, que llegó a convertirse en una pasión inextinguible. Sentía por la autocreación un fervor inmenso y es digna de mención la circunstancia de que, a pesar de haber llegado a las cimas más elevadas del pensamiento, jamás experimentó el vértigo de las alturas, sino que fue un ejemplo de modestia y de cortesía para sus compañeros y para cuantos se acercaban a él, considerándole como un maestro esclarecido. Por esto, en las breves temporadas que paso en Granada buscando descanso a su vida de estudios, se complacía en indicar a sus amigos las corrientes de la actividad intelectual europea y en sus conversaciones al aire libre, ante la Cofradía del Avellano, hacía un derroche de amabilidad y saber, tratando ampliamente los temas filosóficos y estéticos que más atraían a sus camaradas.
Durante tres años, de 1896 a 1898, el influjo de Ganivet trascendió considerablemente a las letras granadinas, que adquirieron mayor vitalidad. Algunos de sus paisanos y amigos que más tarde diéronse a conocer en la Literatura, debieron a las enseñanzas de Ganivet su orientación y su cultura.
El eminente escritor hizo su debut con la publicación de Granada la Bella, escrita en Helsingfors en 1896. Esta obra es una brillante colección de artículos primorosamente escritos y cuyo primer capítulo vio la luz en el periódico El Defensor de Granada, en 22 de Febrero del citado año.
(…) Para Ganivet la ausencia de la patria sirvió de acicate a su españolismo y creyó que el modo más fácil de servirla era trabajar con civismo en el estudio para aportar la contribución viva de su intelecto al examen del pasado y del presente. Persuadido de que por aquella fecha, en 1896, nuestro país atravesaba una crisis agudísima y previendo la pérdida de nuestro imperio colonial y acaso nuestra derrota, escribió en la soledad de su gabinete de estudio de Helsingfors su obra magistral, intitulada Idearium español, que, a mi juicio, es la que ha inmortalizado su nombre. Ahora, transcurridos seis años, puede hablarse de Idearium con completa objetividad y señalar que significa este libro, que es uno de los trabajos de filosofía política más profundos y clarividentes que se han escrito en el siglo XIX y como obra de pensamiento, es el ensayo más sólido y severo de la civilización española, no solo en lo relativo a la vida contemporánea, sino también a todas las superposiciones de la cultura que han tenido lugar en nuestro país.
(…) Idearium sugiere a un hombre culto muchas más reflexiones que todas las obras de nuestros eruditos y polígrafos. No hay otro libro español que en menos páginas contenga un caudal de ideas tan originales y que ofrezca, un análisis de la realidad hispánica tan ingenuo y vigoroso a la par. Con acierto y sencillez indaga Ganivet en las causas de la decadencia nacional y señala uno a uno los gérmenes de nuestra descomposición interna con sagacidad nunca igualada. Ganivet había penetrado en lo más íntimo del alma española y sin aparato científico y casi en términos corrientes bosquejó todas las fórmulas de regeneración, aplicándolas a cada uno de los padecimientos del cuerpo social de España.
(…) La vida de Ganivet puede decirse que fue una carrera de obstáculos en la que logró vencer casi siempre. En el orden intelectual jamás buscó el insigne escritor granadino el triunfo fácil, sino que, por el contrario, trató de marcar nuevos derroteros. Así, por ejemplo, La conquista del Reino de Maya por el último conquistador Pío Cid, que apareció en el verano de 1897, causó entre los amigos de Ganivet una impresión vivísima, llegándose a decir que con esta obra había dado un salto a las tinieblas. Ganivet, que, ya en Granada la Bella, estudió el alma de la colectividad en un estado de desenvolvimiento social superior, examinando la ciudad en reposo, trató en La conquista de proyectar el estudio de un organismo social rudimentario, en los primeros vagidos, y cuando se inicia la evolución ascendente y progresiva. Haciendo gala de su humorismo, fue disecando una a una todas las instituciones sociales, poniendo de manifiesto sus defectos, sus errores y las consecuencias funestas a que muchas veces dan lugar los intentos de reforma cuando los pueblos carecen de capacidad para recibirlos.
(…) Las Cartas finlandesas que escribió Ganivet con el propósito de mantener una correspondencia particular con sus numerosos amigos y admiradores de Granada, son una notabilísima colección de impresiones en las que estudia el modo de ser íntimo del pueblo finlandés en todos sus aspectos, desde el culinario hasta el religioso. Ganivet no era cronista brillante ni ameno, en el sentido que se suele dar a esta palabra, confundiéndola muchas veces con la frivolidad. A pesar de estar escritas sus cartas en tono confidencial y sin la menor pretensión de literatismo; propende en ellas Ganivet hacia los temas transcendentales, y propósito de una observación, de un dato, vuelca en las cuartillas un número de reflexiones verdaderamente extraordinarias e incidentalmente expone sus opiniones acerca de los más importantes grupos étnicos de Europa y en especial del pequeño núcleo de población finlandés (…).
Las Cartas finlandesas es, indudablemente, la contribución más personal que se ha publicado en castellano acerca de aquel país, no solo por su valor objetivo, sino también por la cantidad enorme de ingenio, observación e ironía que resplandece en todas sus páginas. Como libro de viaje puede considerarse uno de los mejores que se han publicado en España en estos últimos tiempos.
Era tal la pasión que tenía Ganivet por la producción intelectual, y sus facultades de escritor eran tan prodigiosas, que desde Febrero de 1896 a Mayo del año siguiente, compuso Granada la Bella, Idearium español, La conquista del Reino de Maya y Cartas finlandesas, y desde 1897 a Noviembre del 98, escribió los dos volúmenes de Los trabajos del infatigable creador Pío Cid, Los hombres del Norte, las semblanzas de Jonás Lie, Bjorsterne y Henrieh Ibsen, El porvenir de España y el drama místico en tres actos El escultor de su alma.
Los trabajos de Pío Cid, que quedó sin terminar, es el libro en que la concepción ganivetiana alcanza una mayor intensidad psicológica y el que reviste mayor trascendencia ética y filosófica. A raíz de su aparición, esta obra fue juzgada superficialmente y a excepción de algunos amigos íntimos del autor, como el notable y malogrado crítico Francisco Navarro Ledesma, Azorín, Maeztu, Gómez de Baquero y más tarde el biógrafo de Ganivet, Francisco Seco de Lucena, también difunto, apenas si la crítica periodística tuvo para ella los elogios que se dedican a cualquier libro vulgar. Y esto es verdaderamente doloroso, porque Los trabajos de Pío Cid es la obra más trascendental de Ganivet, aquella en que el insigne escritor granadino puso su alma entera, tratando de reflejar su propia existencia. Cuantos hayan leído los libros de Ganivet estarán seguramente convencidos de que Los trabajos de Pío Cid es el más personal y en el que la emoción palpita en todas las páginas.
(…) Ideas semejantes y, puntos de vista análogos desarrolló Ganivet en el drama El escultor de su alma, que envió desde Riga pocos días antes de su fallecimiento, en noviembre de 1898, a su fraternal amigo Seco de Lucena. En distintas ocasiones había mostrado Ganivet una vivísima preocupación por el teatro español, cuya decadencia le entristecía, y, pensando que podía contribuir a la regeneración de nuestra dramática, trató de adaptar al espíritu de la época, lo que era privativo de nuestro genio literario y que tan alto puso el nombre de la escena española en otros tiempos. Al planear y escribir su drama se propuso acomodar al gusto actual, a las aspiraciones presentes, los autos sacramentales de nuestra época de florecimiento. La idea central de El escultor de su alma no es otra que el lograr la perfección del espíritu humano por medio de la lucha y el dolor, y de ahí que toda la obra revista un carácter místico. Sin embargo, hay en el drama un gran calor de humanidad y por eso conmueve hondamente al público, llegando a fascinarle en los momentos culminantes(…).
Dos días antes de su muerte, el 27 de noviembre de 1898, cuando ya estaba decidido a suicidarse, Ganivet dejó en el domicilio de su amigo el barón Bruck, ilustre prócer sueco residente en Riga, un pliego dirigido a su otro amigo Navarro Ledesma y en el que formulaba algo así como su testamento, haciendo, entre otras manifestaciones, la siguiente:
«No recuerdo haber hecho mal a nadie, ni siquiera en pensamiento; si hubiera hecho algún mal, pido perdón».
Ganivet fue un hombre extraordinario, que si hubiera residido siempre en España, acaso hubiese vivido aún menos de lo que vivió, pues, como Larra, Espronceda y tantos otros españoles insignes, significaba un error de lugar y de tiempo. Nació demasiado pronto para vivir con intensidad y expansión sus ideas reformadoras, basadas en la tolerancia, la ética, sin obligación ni sanción y un humanismo integral, o demasiado tarde para vivir con la nobleza y la hidalguía propias de los tiempos caballerescos. De todas suertes, de su paso por el mundo deja un recuerdo imperecedero que, probablemente, no será infecundo. Su maravilloso libro Idearium español, habrá de influir no poco en el resurgimiento de la patria, y la obra en conjunto de Ganivet no solo será útil a España, sino también a la cultura universal, pues no tardaron en ser traducidos a los idiomas extranjeros algunos de los libros que la integran, aquellos que revisten una mayor objetividad. No puede negarse que Ganivet representa para nuestro país uno de los contados escritores que han removido el pensamiento nacional hasta en sus mismas raíces y en este sentido es acreedor a la gratitud de todos los amantes de la europeización de España.



ESPAÑA FILOSÓFICA CONTEMPORÁNEA

Esta obra, escrita en la primavera de 1889 y muchas veces obviada por ser uno de sus primeros escritos, fue el proyecto de tesis doctoral presentado por Ganivet en la Facultad de Filosofía. Se da el caso que el proyecto fue rechazado por Nicolás Salmerón, entonces catedrático de Metafísica en la Universidad Central de Madrid. Todo indica que para Salmerón el trabajo del doctorando adolecía de coherencia expositiva y de base científica. La tesis se divide en seis secciones (España filosófica contemporánea, La vida social, El pensamiento social, La filosofía científica, Causas y La filosofía en la educación) y no solo pretende ser un ejercicio descriptivo del estado de la filosofía en la España de finales de siglo XIX, sino que, como un testimonio temprano de cómo la Generación del 98 veía a la nación, pretende ser también un ejercicio prescriptivo y regeneracionista con objeto de «primeramente, determinar las causas diversas que han producido los males con anterioridad observados, y en segundo lugar deducir de la comparación entre los hechos y sus causas, los medios hábiles de modificar la realidad en un sentido de perfección, contribuyendo en lo posible a la obra de la general armonía y el verdadero progreso».
Para Ganivet, asunto en que se ocupa durante la primera parte de su tesis, uno de los profundos males que aquejan a España consiste en el divorcio que se produce entre la filosofía científica, esto es, aquella que se concibe por los academicistas en el cerrado círculo de las universidades, y la llamada filosofía vulgar (contraste, entre la dóxa y la epistéme), una filosofía que define como «carente de fondo sistemático y ordenado», pero que es patrimonio de todos los hombres e inspiradora de toda la vida social.
Para Ganivet, la filosofía científica debería ser un resultado de la vulgar, cosa que habrá de llevar por «el camino de la Humanidad». Algo análogo a lo sentenciado por Unamuno, amigo de Ganivet, en su En torno al casticismo con respecto a la historia y la intrahistoria.
La educación filosófica será para el autor granadino la solución indispensable que regenere desde su interior la enfermedad de España (abulia, escepticismo, marasmo,…): «los individuos y las colectividades obran guiados por una idea directiva, en la cual radica la causa de todos los males; a esta causa, que es la educación insuficiente o viciada, hay que dirigirse, y en ella no basta atender a las ideas particulares o de orden secundario, sino dirigir y completar la educación filosófica moral, la más fecunda y la más práctica en todos los órdenes de la vida».
En la sección dedicada a la vida social, Ganivet, con un esquema un tanto simplista, estereotipado, y en cierta medida ingenuo, diserta en torno a ciertas generalidades que se dan en los diferentes sustratos de la sociedad española (clase obrera, media, aristocracia, clase ilustrada y clero). Sus conclusiones, analizadas unas y otras, dictaminan que todas ellas, bien por su escepticismo, apatía, egoísmo de clase, o dependencia del positivismo, mantienen a España como una enferma sin pulso.
Para el autor, la prosperidad y la potencia creadora de una nación dependen de las de su sociedad. Pero una sociedad prospera y crea sólo si vive animada por grandes principios filosóficos, erigidos en ideales cuya elevación varía con la importancia de los fines sociales supremos. A los ideales los llama Ganivet "ideas madres", que orientan a todos los hombres por el mar de la vida. Se ha demostrado suficientemente la influencia de los filósofos y sociólogos antipositivistas y en particular de las obras, entonces muy influyentes en España, de Alfred Fouillée, quien abanderaría la promoción de lo que llamaba «ideas-fuerza». Ganivet conoce la obra de Fouillée y sencillamente trastoca la nominación de «ideas-fuerza» por la de «ideas-madre». Sabido es que Ganivet apuesta por las ideas-madre porque, entre otras circunstancias, se oponen al escepticismo desmotivador en una nación a la que falta la voluntad: «En el fondo de estos hechos encontramos siempre la falta de una sólida educación filosófica afirmativa; la constancia en las ideas tiene como necesario sostén a la filosofía, que dota a la inteligencia de una fuerza poderosa, de una norma de conducta para la vida, de una suma de ideas que se imponen a la voluntad, que la dirigen y que son en todo caso para el hombre, un fiscal severo que le acusa de sus veleidades».

En su tesis, Ganivet indaga en el pensamiento social español a través de la literatura: «en la literatura el público no es sencillamente un lector, sino un elemento activo, porque su censura o aplauso, ya sean inmediatos, directos y colectivos, como acontece en las representaciones escénicas, ya mediatos, indirectos e individuales, como en la poesía o en la novela, influyen decisivamente sobre el artista y lo impulsa por el camino emprendido o lo detiene». Para ello, se retrotrae a los tiempos del medievo donde « el pueblo ha creado colectivamente la obra prodigiosa y nos la ha legado en fablas, trovas, cantares y romances, que son el cuadro vivo y animado de nuestros siglos medios. La exaltación del espíritu religioso, la veneración a los reyes, la caballerosidad y la galantería, la lucha por la fe y por la patria son las ideas que laten en esos cantares y romances, síntesis en que a veces se confunden la vida subjetiva y objetiva y de la que pudiera pacientemente sacarse todo un sistema de filosofía moral, demostrándose de esta suerte, que aun en los períodos en que la ignorancia sea mayor, pueden conservar los pueblos profundamente arraigadas esas ideas fundamentales que son como las piedras angulares del edificio de la vida. Esta poesía popular pasó de la Edad Media a la Moderna por el conducto de nuestro teatro del siglo de oro, que fue esencialmente popular y se transmitió con la persistencia característica de todas las tradiciones, aumentándose con la constante labor del pueblo, inspirada en los sentimientos predominantes en cada fase de su existencia». Pero para Ganivet, toda esta evolución del pensamiento social quedo truncada con la Revolución venida de Francia, la cual, a su vez, no es sino una consecuencia de la Reforma protestante: « Puestos enfrente el dogmático y el libre examen, no podía dejar de sobrevenir una filosofía racionalista o crítica, que se opusiera a la ortodoxa y un nuevo sistema político que intentase sustituir a las monarquías tradicionales, que eran como un dogma político apartado de toda discusión. El choque de ambas corrientes opuestas, produjo el gran desbordamiento social que se llama revolución francesa, la cual no se limitó a destruir unos organismos y a crear otros nuevos, sino que removió también los hondos cimientos de la fe, sobre los cuáles había sido edificado el gigantesco edificio de la «Edad Media» y las modernas nacionalidades, y no pudiendo echar otros nuevos, fundó en el aire sus nuevas instituciones, que por esto ofrecen también escasa estabilidad». He aquí, para Ganivet, el germen de este escepticismo finisecular: « El principio revolucionario, que a la vez que elementos destructores llevaba en su seno el germen de una nueva y completa organización, no podía llegar a constituir nada definitivo, porque además de la falta de base en que apoyarse, tropezaba con una insuperable dificultad. Si la tradición no pudo destruirla sin contrarrestarlo, en cambio produjo una reacción que no fue bastante para borrarlo por completo. Resultado de esta pequeña contradicción, que llega hasta nuestros días y que amenaza prolongar su existencia por mucho tiempo, es el escepticismo social. En España, donde cuanto llevamos dicho tiene aplicación exacta, el mal se infiltra, termina y se desenvuelve en el último tercio del pasado siglo, pero no se manifiesta claramente hasta nuestros días, merced a las circunstancias especiales porque ha atravesado nuestra patria».
Todo ello ha postergado los estudios filosóficos en España a un estado falto de dirección. A una tensión permanente entre dos eternos combatientes: el espiritualismo y el materialismo. A la insuficiencia del sistema de educación en España achaca la escasez en el país de filósofos rigurosos, su aislamiento de la sociedad y su escepticismo vulgar. El criticismo kantiano hizo nacer, por un lado, todos los racionalismos de la época y, por otro lado, todas las reacciones escolásticas. La reacción de la filosofía de Balmes y el racionalismo del krausismo le parecen a Ganivet los puntos de referencia obligados para todos los sistemas posteriores de la Península: «los dos ejes alrededor de los cuales giraron y con los cuales están enlazados todos los sistemas que posteriormente aparecido: el krausismo y la escolástica». Considera a Balmes como a imitador ingenioso de los escolásticos antikantianos extranjeros, y aplaude los esfuerzos del obispo Ceferino González por armonizar a Balmes con Santo Tomás. Elogia el krausismo por haber formado escuela en España ante la ortodoxia, pero sostiene que el apogeo de los krausistas ha pasado con su positivación. A juicio de Ganivet, hasta la aparición del krausismo, no existe “en España, verdadera escuela filosófica, fuera de la ortodoxa”, aunque sus seguidores se apresuraron a abrazar el positivismo y el materialismo, así como otras “direcciones heterodoxas”. El armonismo de Krause no deja de ser un racionalismo místico que entrará en confrontación con la neoescolástica y será blanco de las iras tradicionalistas. El krausismo y Balmes yerran, según Ganivet, en centrarse en consideraciones sistemáticas en vez de en una antropología filosófica que estudie el origen, naturaleza y destino humanos, sus leyes evolutivas y la consecución de sus fines.
Finalmente, en su última sección, La filosofía en la educación, Ganivet demanda una reforma urgente, «pronta y radical», de la enseñanza española. Enseñanza que ha de estar cimentada en una correcta instrucción filosófica: «todo el plan reformador debe partir de un solo punto céntrico: la acertada educación filosófica, que no se reduce a un simple problema pedagógico, sino que entraña cuestiones más esenciales, relacionadas ya con el fondo, ya con la forma de la enseñanza».
Ya en esta obra de juventud, Ganivet da muestras de su reacción frente a la mentalidad científica materialista que dominaba en toda Europa. Una filosofía positivista que imponía la ciencia sobre las ideas y a la que el granadino enfrenta una filosofía ideológica, que cerrase el auténtico debate filosófico e ideológico: "las ideas no sirven sólo para componer libros, sino para transformar las cosas reales que vemos y tocamos". Definitivamente, para Ganivet, el problema nacional era esencialmente de inicio un asunto espiritual.
Valga decir, que esta tesis de estudiante es en muchos aspectos germen de su ensayo, mucho más rotundo y elaborado, aparecido años más tarde con el nombre de Idearium español.



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