Anatole France – TAIS

Tais, la cortesana de Alejandría, es una narración de 1890 que desarrolla la historia-leyenda de esta mujer que llegó a ser venerada como santa. La historia nos lleva a la Alejandría del siglo IV DC., donde Tais, mujer sensual y hermosa, ejerce un enorme poder merced a la fascinación que causa entre los hombres. De hecho, Tais es una gran pecadora, un ser entregado a la lujuria y las pasiones, de tal manera que “abrasaba en el fuego de la lujuria a todos los espectadores, y cuando arrogantes jóvenes o ricos ancianos acudían, impulsados por el amor, a depositar flores en el umbral de su casa, ella los acogía y se les entregaba”. En su opuesto estaba Pafnucio, un monje asceta que, de juventud disipada, como corresponde a muchas de las hagiografías de santos tan estudiadas por Anatole, desde su conversión al cristianismo “ya no hervía en la caldera de las delicias, y se maceraba provechosamente con los bálsamos de la penitencia”.
Pafnucio, fruto de sus reflexiones, resuelve como sagrada misión el salvar a Tais de aquella vida de pecado: “iré a encontrar a esa mujer en Alejandría, y, con el auxilio de Dios, la convertiré. Tal es mi propósito”. Poco podía sospechar Pafnucio que andaba jugando con el fuego de su propia naturaleza, pues en sus años mozos “poco había faltado para que Tais indujese también a Pafnucio al de la carne. Con el deseo encendido en su venas, una vez se había dirigido a casa de Tais. Pero se detuvo en el umbral de la cortesana, por la timidez natural de la extrema juventud (entonces tenía quince años) y por el miedo a verse rechazado, falto de suficiente dinero, porque sus padres no le autorizaban para hacer derroches”. Así fue que, aún triunfando con la conversión de Tais, Pafnucio sufrirá las consecuencias de su obra, porque él mismo se verá enfrentado a la confusión y pondrá en duda a la que él creía era su sólida fe: “el deseo de Tais le consumía interiormente, y le hacía exclamar: ‐¿No es aún bastante, Dios poderoso? ¡Más tentaciones! ¡Más pensamientos inmundos! ¡Más monstruosos deseos! ¡Señor, haz que venga sobre mi toda la lujuria de los hombres, para que yo la expíe!”. Se produce así un viaje doble y en sentido inverso: el de Tais hacía la religiosidad y el de Pafnucio hacia el pecado.
Se dice que Tais, en su estructura narrativa, es un claro ejemplo gráfico de reloj de arena: dos personajes centrales en lados opuestos que en un momento determinado convergen; de este punto crucial en adelante cada uno de ellos prosigue en sentido inverso al inicial. Historia, en definitiva, de una situación que se invierte.
En Tais, cada uno de los personajes que tejen la obra representa a una de las diferentes concepciones de la existencia que defendían sus postulados en aquella Alejandría del siglo IV. Aparecen filósofos nihilistas, epicúreos, sibaritas y cristianos. El escéptico Anatole no pudo sustraerse a componer un dialogo entre el cristiano Pafnucio y un extranjero filósofo en torno a la trascendencia de la vida:
“‐Pero ¿qué? ‐arguyó Pafnucio‐. ¿acaso no deseas vivir en la Eternidad? ¿No habitas una cabaña en este desierto a la manera de los anacoretas?
‐Eso parece.
‐¿No vives desnudo y desprovisto de todo?
‐Eso parece.
‐¿No te alimentas con raíces y no practicas la castidad?
‐Eso parece.
‐¿No has renunciado a todas las vanidades de este mundo?
‐En efecto: he renunciado a todas las cosas vanas que, comúnmente, suelen ser la preocupación de los hombres.
‐Así, pues, eres como yo, pobre, casto y solitario. ¡Y no lo haces como yo por el amor de Dios, y con miras a la felicidad celestial! Eso es lo que no puedo comprender. ¿Por qué te privas de los bienes de este mundo, si no esperas ganar los bienes eternos?
‐Extranjero: yo no me privo de ningún bien, y me place haber hallado una manera de vivir algo satisfactoria, por más que, a decir verdad, no haya buena ni mala vida. Nada es en si honesto ni vergonzoso, justo ni injusto, agradable ni penoso, bueno ni malo. La opinión es la que da cualidades a las cosas, como la sal da sabor a, los alimentos.
‐Así, pues, según tú, no hay certidumbre. Niegas la verdad que hasta los idolatras buscaron. Descansas en tu ignorancia, como un perro fatigado que duerme sobre basura.
‐Extranjero: tan vano es injuriar a los perros como a los filósofos. Ignoramos lo que son los perros y lo que somos nosotros. No sabemos nada.
‐¡Oh anciano! ¿perteneces, pues a la ridícula secta de los escépticos? ¿Sin duda eres uno de esos miserables locos que niegan igualmente el movimiento y el reposo y que no saben distinguir la. luz del sol de las sombras de la noche?
‐Amigo mío: sí soy escéptico, y de una secta que me parece loable, mientras tú la juzgas ridícula. Porque las mismas cosas tienen diversas apariencias. Las pirámides de Menfis parecen al amanecer, conos de luz rosada, y a la puesta del sol, sobre el cielo rojizo, se muestran como negros triángulos. Pero... ¿quién penetrará su íntima sustancia? Tú me reprochas que niegue las apariencias, cuando, al contrario, las apariencias son las únicas realidades que reconozco”.
No hay duda que su escepticismo, cada vez más agresivo, le valió violentos ataques de los defensores de la fe y la moral tradicionales.





La leyenda que surgió sobre esta mujer de vida fácil que, dejando los placeres mundanos, se convirtió en monja y llegó a ser santa, dio lugar a varios escritos, de los cuales el más relevante data del siglo X. Su autora es una religiosa benedictina alemana, llamada Hrostvitha de Gandersheim. En 1839, la publicación de ese relato, bajo el nombre de "Pafnucio o Conversión de la meretriz Tais", sería el punto de partida para la posterior novela de Anatole France, que a su vez serviría de directa inspiración para la ópera de Jules Massenet, en 1894. El libreto de esta ópera fue obra de Louis Gallet, quien siguiendo la obra de Anatole France cambió el nombre del monje Pafnucio por el de Atanael. Gallet trabajó este libreto en lo que él denominó “poésíe mélique”, una suerte de verso libre apto para la declamación musical.
Esta ópera es sobre todo conocida por el precioso fragmento para violín solista que acabó por conocerse como “Meditación de Thaïs”, pieza habitual de repertorio que debe ser el fragmento que se ha adaptado más veces para ser interpretado por los más variados instrumentos.



ENLACE 1                                  ENLACE 2