Prólogo a la obra.
Concebí esta obrita como una máquina de guerra contra la situación pasada. En unos tiempos en que la prensa, sobre esclava, estaba a merced de funcionarios, cuyo celo era superior a su ilustración, y nada la permitían que de cerca o de lejos turbase la plácida beatitud de los Ministros, era preciso acudir a la Historia para que a pretexto de esclarecer épocas y sucesos pasados, pudieran aventurarse observaciones y juicios acerca de todo lo contemporáneo, tan lleno de iniquidades y vergüenzas.
No hay duda alguna de que existe una gran semejanza, cuando no una triste identidad, entre los tiempos, de Enrique IV y los últimos por que ha pasado nuestra infeliz Patria. No hay duda alguna de que el espléndido período de la Reina Católica y los años postreros de la última domiación, constituyen una perfecta antítesis. Evocar vagamente una y otra época para atraer la indignación pública con este paralismo histórico, sobre esa dominación , asombrosamente igual a la de Enrique IV, por sus desórdenes y vicios, radicalmente opuesta a la de la primera Isabel, que tanta grandeza, virtudes , genio y patriotismo tuvo; hé aquí lo que me propuse al escribir la biografía del Gran Cisneros, que me daba ocasión para hacer excursiones sobre estos dos remados y deslizar mi critica, histórica al parecer, contra todo lo que pasaba en España.
El cañón de Alcolea derrumbó aquella situación antes de que empezase a ver la luz pública mi pobre trabajo, pero cuando ya estaba con repetición anunciado en las columnas de La Revista de España. Quise recoger el original que tenia dado, y no lo consintió el ilustrado Director propietario de la misma, fundándose en que era faltar a un compromiso contraido con el público. Cedí, y entonces empezaron de nuevo mis apuros, porque envuelto, a pesar de mi insignificancia, en el ardiente torbellino de la politica, individuo de la Junta revolucionaria de Madrid, teniendo que acudir a los Comicios electorales de una provincia lejana para poder
formar parte de la Asamblea Constituyente, y en caso de que el éxito coronase mis esfuerzos, como lo conseguí, habiendo de cumplir con los deberes que acompañan al cargo de Diputado, importantísimo hoy como nunca, iba a faltarme el tiempo para revisar lo escrito y acabar mi estudio.
No se extrañen, pues, sus defectos. De todos modos, era un ensayo; pero escrito en las condiciones en que éste lo ha sido, deben de ser muchas, son indudablemente muchas sus faltas. Dicen que siempre los padres encuentran a sus hijos hermosos, acabados, perfectos. No ocurre así al autor de estas líneas respecto a la biografía de Cisneros. No le maravillará que se la motegen en todos sentidos. Si algo le asombra, es que haya podido verla concluida, cuando tantos asuntos solicitaban perentoriamente su atención, y tenía que consagrarse horas enteras, durante muchos días, a un trabajo árido, oscuro, penoso, al de consultar libros antiguos, lo mismo de la Biblioteca Nacional que de otras particulares, y hasta papeles del Archivo de Simancas.
Mil gracias a mi docto y buen amigo D. Manuel M. Murguía, Director del último, que me ha facilitado gustoso cuantos datos le he pedido, y gracias también a D. Feliciano Ramírez de Arellano, deudo muy querido mío, que ha puesto a mi disposición los raros y curiosos libros de su escogida biblioteca.
Una observación para concluir. Los estudios históricos no brillan en proporción de los trabajos que suponen. Un escritor de imaginación, un poeta, un novelista, tiene dentro de su fantasía como la primera materia de todas sus obra: el que a la historia se dedica es, en primer lugar, el minero que va por galerías y subterráneos buscando el metal precioso que siempre encuentra mezclado con impuras escorias; después debe de tener algo del químico para analizar y depurar en el crisol de su crítica los materiales acumulados; y por último, necesita ser artífice para presentar al público con formas bellas, o agradables al menos, la plata o el oro que le han dado sus anteriores análisis.
En el ensayo que entrego a la estampa, y apenas si merece el nombre de estudio histórico, yo puedo asegurar que he tenido mucho del pobre minero. ¿Habré tenido algo del químico? ¿Habré tenido algo del artista? Mucho lo dudo, porque después de todo, cuando yo veo concluido mi libro, digo lo que Cisneros , que, al embarcarse en Cartagena para África, cuando creía tener admirablemente dispuesta su expedición , escribía con tristeza: Yo he recibido mucho trabajo y no poco desengaño que pensaba que sabia ordenar estas cosas.
Carlos Navarro y Rodrigo, 1869
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