En 1786, Goethe realizó un viaje a Italia que cambió su vida:
"Este viaje maravilloso no responde al deseo de formarme falsas ideas sobre mí mismo, sino al de conocerme mejor. Cuando llegué aquí, no aspiraba a nada. Y ahora sólo persigo que nada siga siendo para mí un mero nombre, una simple palabra. Quiero ver y descubrir con mis propios ojos todo aquello que se considera bello, grandioso y venerable".
"Este viaje maravilloso no responde al deseo de formarme falsas ideas sobre mí mismo, sino al de conocerme mejor. Cuando llegué aquí, no aspiraba a nada. Y ahora sólo persigo que nada siga siendo para mí un mero nombre, una simple palabra. Quiero ver y descubrir con mis propios ojos todo aquello que se considera bello, grandioso y venerable".
El viaje a Italia era entonces y siguió siendo durante mucho tiempo para los alemanes (Goethe, Winckelman), los ingleses (Byron, Shelley, Ruskin, Keats) e incluso para los franceses (Stendhal), algo así como un viaje de iniciación, el encuentro con el gran arte, con las obras más hermosas realizadas por el hombre.
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