Gaspar Muro - VIDA DE LA PRINCESA DE ÉBOLI

La Vida de la Princesa de Éboli, debida a la pluma del Sr. D. Gaspar Muro, precedida de un notable prólogo del Sr. Cánovas, y enriquecida con número copioso de documentos inéditos importantísimos, es un trabajo histórico de gran valía que merece examen más detenido que el que nos consienten los estrechos límites de una revista. Indicaremos, sin embargo, las cuestiones capitales que su estudio provoca y la opinión que sus conclusiones nos merecen.
El libro del Sr. Muro tiene por objeto resolver un importante problema histórico y responde a un doble propósito del autor, que consiste en rehabilitar a Felipe II y dulcificar las negras tintas que hasta ahora rodeaban la figura de la Princesa de Eboli. El problema histórico es dilucidar si hubo o no relaciones amorosas entre estos personajes, cuestión que siempre fue muy controvertida por la crítica.
El Sr. Muro niega terminantemente que hubiese entre el rey y la princesa correspondencia amorosa, fundándose en todo el conjunto de documentos que en su libro se publican y en razones de crítica histórica que menuda y discretamente expone. Pero una vez concedido este aserto, ocurre preguntar cuál fue la verdadera causa del rigor desplegado por Felipe II contra Antonio Pérez y la princesa, a lo cual no satisface, ni mucho menos, la contestación del Sr. Muro, para quien la razón del precitado rigor queda reducida a no querer dichos personajes reconciliarse con el secretario Mateo Vázquez, a haber indicios de que éste corría peligro por parte de aquellos, y a ser demasiado altiva la de Eboli.
Esto, no sólo no es resolver el problema, sino que pone a Felipe II en peor lugar de lo que quisiera el Sr. Muro, tan atento a enaltecerlo y rehabilitarlo. Una estrecha prisión de doce años en que se prodigan contra la princesa el desprecio, el rigor y el ultraje; una tenaz y cruelísima persecución contra Antonio Pérez, la cual más parece obra del odio que de la justicia; cosas son que no pueden explicarse por tan fútiles motivos; y de aceptarse tal explicación, Felipe II aparecería como el más caprichoso e insensato de los tiranos, mejor aún, como un imbécil, pues sólo quien tal es puede ser capaz de aplicar a tal falta tan terrible castigo y de dar a las rencillas y chismes mezquinos de dos ministros y una mujer intrigante las colosales proporciones de un grave negocio y proceso de Estado.
Ni cabe atribuir el hecho a la muerte de Escobedo, a no aceptar la juiciosa opinión del Sr. Cánovas; pues no se comprende que por ceder a las instancias de Mateo Vázquez y a las gestiones de los parientes del difunto, consintiera el rey tan fácilmente en cometer la negra [511] villanía de someter a proceso al que había obrado por su orden y la grave torpeza de comprometer su nombre en tal negocio. Menos cabe suponer en Felipe tal apasionamiento por Vázquez que el hecho de no poder avenirlo con Pérez y la princesa pudiera decidirle a privarse de los valiosos servicios del primero y a perseguirlo con sin igual ensañamiento, ni menos a castigar con tanta dureza a la que, sobre ser tan alta señora, era viuda del mejor de sus amigos y consejeros.
Es, pues, necesario ahondar el asunto y buscar una causa más transcendental de hechos tan graves; y que esta causa existe, cosa es que sin duda no aparece con la claridad de una prueba evidente en los documentos publicados por el Sr. Muro y en los demás ya conocidos a que se refiere; pero que palpita y se adivina de tal suerte en todos ellos, que sólo la preocupación le ha impedido ver lo que tan claramente ha adivinado con su natural perspicacia el señor Cánovas.
Pero ¿qué es lo que ha visto el Sr. Cánovas? ¿Por ventura la añeja anécdota de los amores del rey y la princesa, tal cual la refirieron Branthome y Leti? No, ciertamente; la falta de fundamento serio de esta anécdota resulta plenamente probada con la publicación del libro del Sr. Muro. Pero queda otra hipótesis, que es la sostenida por el Sr. Cánovas, fundándose en multitud de indicios sueltos, que no ha sabido o no ha querido relacionar el Sr. Muro, en muchas y significativas fases de los documentos que éste publica, y sobre todo en las Relaciones de Antonio Pérez, cuya veracidad defiende el señor Cánovas con sólidas razones. Esta hipótesis es que el rey solicitó sin éxito a la princesa, y que al descubrir, no sólo que ésta se hallaba en amorosa intimidad con Pérez, sino que a la venganza de ambos habían sacrificado a Escobedo, engañando al rey y tomándole por instrumento de sus planes, Felipe II se sintió ofendido como rey y como hombre, y su terrible cólera estalló, no sin razón por cierto, para caer como rayo vengador sobre la cabeza de los culpables.
Con esta hipótesis no sólo se explica todo cumplidamente, sino que la figura de Felipe aparece menos odiosa; pues a decir verdad, pocos en su caso y disponiendo de su poder dejaran de hacer otro tanto. Herido en el amor propio, que nunca perdona; engañado por los que le debían confianza y favores; trocado en cómplice inconsciente de personal venganza, que él creyó resolución de Estado, no era maravilla que su ira se encendiera y le llevara a terribles extremos; ni ha de extrañar en tal caso que tratara a la princesa con un desprecio y a Pérez con un rigor, que no tienen excusa posible en la hipótesis del Sr. Muro.
Extraño es el empeño con que este señor procura enaltecer a la de Éboli, llegando a presentarla como merecedora de figurar dignamente en las páginas de la historia como el último representante de la antigua nobleza castellana. ¡Medrada estaba la nobleza castellana [512] si su digna representante hubiera de ser una mujer impúdica, ambiciosa, casquivana, altiva y sin juicio, dominada por una pasión culpable, capaz de no retroceder ante el asesinato, el engaño y la deslealtad para con su rey, poco atenta al gobierno de su casa y de sus hijos, y piedra de escándalo en toda ocasión y lugar! Hay personajes históricos que no pueden rehabilitarse y uno de ellos es la Princesa de Éboli, por más que haga su discreto historiador.
Por no prolongar esta Revista, no entramos tampoco en el examen de la rehabilitación de Felipe II, que también intentan el señor Muro y su prologuista. Decimos del rey lo que de la princesa; para él no hay rehabilitación posible. Pruébese que no amó a la de Éboli, que no fue autor directo ni indirecto de la muerte de D. Carlos; sea enhorabuena; con ello dejará de ser el monstruo que antes se soñaba; pero no dejará de ser el tirano funesto, causa principalísima de los infortunios de la patria. Dejad suprimido el parricida y el adúltero; todavía quedará el verdugo de Flandes, de los fueros de Aragón y de la libertad del pensamiento; todavía quedará el entronizador del más ciego absolutismo y de la más desatentada intolerancia; todavía quedará lo suficiente para que su nombre sea mirado con execración por los amantes de la libertad y de la patria, y su recuerdo maldecido por la historia.

Manuel de la Revilla Moreno, Revista Contemporánea, Madrid, 30 de junio de 1877, año III, número 38, tomo IX, volumen IV
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