En nuestro país, el Romanticismo se desarrolla tardíamente a causa de la Guerra de la Independencia y la inestabilidad política y social de los años del reinado de Fernando VII. Será necesario esperar al retorno de los exiliados, en 1833, para que el nuevo movimiento se instaure definitivamente en suelo español.
Pero, desde 1834, con el estreno de ‘La conjuración de Venecia’, de Martínez de la Rosa, hasta 1844, fecha de ‘Don Juan Tenorio’, de Zorrilla, los dramas románticos se suceden a un ritmo vertiginoso.
Sin duda, los nombres que se nos vienen a la memoria al pensar en la literatura de este periodo son los de Zorrilla, Espronceda o Larra, los más conocidos. Pero hay muchos más. Y, de entre ellos, uno de los destacados es, sin duda, Antonio García Gutiérrez (Chiclana, Cádiz, 1813-1884), poeta, costumbrista y, sobre todo, dramaturgo de gran éxito, que legó algunas obras de muy buena factura: ‘El trovador’, ‘Venganza catalana’, ‘Juan Lorenzo’ o ‘Simón Bocanegra’ se encuentran entre ellas. Casi todas ellas pertenecen al drama histórico, pero también escibió comedias de enredo, melodramas y zarzuelas.
‘El trovador’ fue estrenada en el Teatro del Príncipe el uno de marzo de 1836, con un éxito clamoroso. El éxito de El trovador fue apoteósico, hasta el extremo que el joven autor hubo de salir a saludar al público desde el escenario, cosa totalmente nueva en el teatro español de entonces. La fama de El Trovador se extendió rápidamente por toda España y también por Italia.
Su fuente principal es la ‘Crónica de Juan II’, de Pérez de Guzmán, pero también toma elementos del ‘Macías’, de Larra; de ‘Lucrecia Borgia’ y ‘Hernani’, de Víctor Hugo; y de Dumas.
Con solo 22 años, Antonio García Gutiérrez construye, con alternancia de prosa y verso, este "drama caballeresco" en cinco jornadas (se prefería ahora denominarlas jornadas en vez de actos): El duelo, El convento, La gitana, La revelación, y El suplicio, y con varias escenas en cada jornada con diferentes cuadros o escenarios. Estos cambios de escenarios complicaban la representación y ponían en serios apuros a los empresarios.
La obra se sitúa en el Reino de Aragón en el siglo XV, más concretamente en torno al año 1410, durante las guerras civiles que se dieron tras fallecer Martín I el Humano sin descendencia directa. Manrique, culto y refinado trovador, criado por una gitana, está enamorado fervientemente de Leonor, perteneciente a la aristocrática familia de los Sesé; Leonor le corresponde con la misma pasión. Manrique tiene un adversario que también anhela el amor de Leonor: don Nuño, conde de Luna. Y a partir de ahí, y con la lucha política de fondo, se va desplegando el drama.
La mayor parte de la acción se desarrolla en una torre de planta rectangular del Palacio de la Aljafería. A raíz de este drama el pueblo comenzó a llamar a la torre como «del Trovador», denominación que perdura hasta el día de hoy y que ha sido adoptada por los eruditos en estudios versados sobre el castillo de la capital aragonesa.
Reseñando la obra, escribe Larra lo siguiente: El poeta ha imaginado un asunto fantástico e ideal y ha escogido por vivienda a su invención el siglo XV; halo colocado en Aragón, y lo ha enlazado con los disturbios promovidos por el conde de Urgel.
Con respecto al plan no titubearemos en decir que es rico, valientemente concebido y atinadamente desenvuelto. La acción encierra mucho interés, y éste crece por grados hasta el desenlace.
Sin embargo, no es la pasión dominante del drama el amor; otra pasión, si menos tierna, no menos terrible y poderosa, oscurece aquélla: la venganza.