En su libro testimonial Viaje a Oriente, del que reproducimos un fragmento, el escritor mexicano Luis Malanco relata las experiencias vividas durante su visita a Tierra Santa en el año 1875:
Nos fuimos a comer al hotel. Desde el día anterior habíamos encargado que nos sirvieran algunos platos especiales del país, diciendo al patrón que deseábamos comer a“la moda de Jerusalén”. Nos dieron una mezcla de lentejas y macarrones fritos en aceite con cebollas; unas calabacitas rellenas de carne picada con salsa de requesón; una torta de harina hecha de una gran tortilla enrollada en caldo con pedazos de carne; una ensalada de frijoles cocidos, chile verde y cebollas picadas con buen aceite y vinagre. El pan era compacto y blanco, como el español, en tortas grandes y redondas. De frutas nos pusieron granadas y dátiles de Esmirna e higos pasados, llamados de faraón, traídos de Gaza, y de postre un poco de miel de En-Gadi y un dulce parecido al pancololote cubierto, muy insípido y muy tieso. El vino fue del que hacen en la misma Jerusalén, rojo, sabroso, pero muy fuerte; se parece al de Chipre y un poco al de Palermo. La comida estuvo buena; hubo momentos en que nos figuramos que estábamos comiendo en México.
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