Leandro Fernández de Moratín - EL SÍ DE LAS NIÑAS

Tras el esplendor y la expresividad del teatro Barroco del siglo XVII se instala una nueva concepción artística, caracterizada por la contención. Se trata del Neoclasicismo del siglo XVIII. Así, el teatro Neoclásico, haciendo honor a su nombre, se ajusta a las normas clásicas. Una de éstas, muy relevante, es la observación de la regla de las tres unidades: de tiempo, de acción y de lugar. Además, busca moralizar y/o educar al público. Nos referimos a la época ilustrada, cuyo exponente literario es El sí de las niñas. En ésta, Leandro Fernández de Moratín transmite, a través de lo teatral, su crítica óptica acerca del amor por conveniencia. Al autor le debemos el haber sentado las bases del teatro español contemporáneo.

Hombre de vasta cultura, Leandro Fernández de Moratín, fue un polifacético autor que se atrevió con varios géneros. Así, escribía poesía, prosa y ante todo, teatro. Con la comedia El sí de las niñas Moratín quiere, sobretodo, educar. Para ello hace una fuerte crítica a las familias que se mueven por interés, así como a los jóvenes que aceptan el matrimonio para lograr la estabilidad económica deseada.
El sí de las niñas se estrenó en enero de 1806 y obtuvo un gran éxito. En ella se plantea el conflicto que provoca el matrimonio que la autoritaria doña Irene ha concertado entre su joven hija, doña Paquita, y don Diego, un hombre de edad avanzada. Paquita, sin embargo, está enamorada de don Carlos, que a su vez también la ama. Esta trama que, en principio, puede asemejarse a la de cualquier comedia de enredo barroca, tiene un desarrollo mesurado que se ajusta a los moldes neoclásicos: con coherencia, verosimilitud y sin sorpresas.

El sí de las niñas, como obra cumbre de la literatura neoclásica, adquiere un carácter universal. A través de la historia de ese matrimonio concertado, Moratín plantea cuestiones que afectan a cualquier ser humano, como la necesidad de sentirse dueño de las propias decisiones, las nefastas consecuencias de una opresión injusta o el daño que ocasiona la hipocresía.
El final es ilustrado y aleccionador: se derrota la falsedad y se instaura una situación social propicia para la virtud y la transparencia de los personajes. La luz, que progresivamente aumenta en escena, adquiere un valor simbólico relacionado con el triunfo de lo racional en la vida de sus personajes; es la actuación mesurada y reflexiva, profundamente neoclásica, lo que proporciona un desenlace feliz.
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