En 1894 France escribió La azucena roja (o El lirio rojo, que hace referencia al emblema de Florencia), libro en que, de manera deliberadamente "estética", al modo de las novelas románticas o mundanas, estudiaba los efectos devastadores de la pasión y la irremediable soledad de los hombres.
Aquí el autor se revela como un hombre dolorido y atormentado, abandonando, en cierta manera, ese personaje escéptico al que nos tiene acostumbrados. A buen seguro, el influjo de Madame de Caillavet, unida a Anatole por algo más que una amistad, se deja sentir en esta historia, a caballo entre Florencia y París, y rasgada por la exaltación de las pasiones amorosas y los celos.
Aquella noche Teresa, ya en la cama, como tenía por costumbre, abrió un libro antes de dormirse. Era una novela. Volvía las hojas distraídamente, y tropezó en estos párrafos:
ʺ(…) El mariposeo está permitido, se concilia con todas las exigencias de la vida elegante; pero el amor, no. El amor es la menos mundana de las pasiones, la más antisocial, salvaje y bárbara. Por esto las gentes lo juzgan con mayor severidad que los devaneos galantes y el relajamiento de las austeras costumbres”.
(…) Teresa cerró el libro. Reflexionaba que aquello era una divagación de novelistas y que los novelistas desconocen la vida. Bien sabía ella que no hay en la realidad, ni Carmelo apasionado, ni cilicios amorosos, ni vocación encantadora y terrible a la cual resistiera vanamente la predestinada. Conocía el amor como embriaguez breve que dejaba un rastro de tristeza. Nada más. Pero ¿no es posible que lo desconociese, que ignorase algo, que hubiera en realidad amores en que se abismara deliciosamente un alma? .. . Apagó la luz. Los ensueños de su primera juventud resurgían entonces entre las confusas memorias de su pasado.
Roma: un viejo cuaderno de notas.
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Tengo sobre mi mesa un viejo cuaderno de notas que había quedado en el
olvido. Son apuntes, con caligrafía nerviosa y casi inteligible, que tomé
hace ya un...