La Numancia —en sus testimonios más antiguos Comedia del cerco de Numancia, La destruición de Numancia y Tragedia de Numancia—, se ha transmitido a partir de dos textos manuscritos: el número 15.000 de la de la Biblioteca Nacional de España —una copia de representantes (para ser empleada por una compañía teatral) del siglo XVII— y el códice «Sancho Rayón», conservado en la Hispanic Society of America, transcrito por Antonio Sancha en 1784 modernizando la ortografía, junto con el Viaje del Parnaso. Ninguno de los dos testimonios puede considerarse cercano al original cervantino, aunque los editores modernos prefieren editar La Numancia a partir del manuscrito Sancho Rayón.
El sitio de Numancia (conquistada finalmente el año 130 a. C.) es narrado en la obra Ab urbe condita de Tito Livio, en la Geografía de Estrabón y en la Historia romana de Apiano de Alejandría (mediados del siglo II d. C.), que a su vez bebe en Salustio y Polibio, para contar más detalles del hecho, advirtiendo que muchos de ellos prefirieron sacrificarse ante la inminente victoria romana. Quizá ya para esta época comenzaba a fraguarse una tradición legendaria, recogida por Lucio Anneo Floro en su Compendio de las hazañas romanas (libro II), que relataba que no quedó un solo superviviente en la ciudad soriana.
La Estoria de España de Alfonso X recoge en el siglo XIII esta idea. Pero ninguno de los autores romanos parece haber sido fuente directa de Cervantes, que probablemente se basó en alguna de las crónicas impresas renacentistas, como la Crónica general de España de 1553 de Florián de Ocampo, que continuó Ambrosio de Morales, y a su vez eran refundiciones de la historiografía cronística medieval de origen alfonsí.
Por otro lado, la idea de la escena del final de la tragedia en la que el joven Bariato (Viriato) se niega a entregar las llaves de la ciudad a Escipión para después suicidarse despeñándose de una torre aparecía en 1481 en la Crónica de España abreviada de Diego de Valera. Aparece asimismo en el romance Rosa gentil de Juan de Timoneda en 1573. Sin embargo, y en palabras de Schevill y Bonilla en su introducción a la edición de 1922 de las Comedias y entremeses nuevos de Cervantes, dicen que dicho autor:
(...) no se cuidó de seguir ninguna histroria fidedigna, sino más bien algún relato tradicional y popular.
Señalan además los editores citados que la elección de Bariato para el nombre del último de los resistentes numantinos es un homenaje al conocido héroe ibérico Viriato, muerto poco antes de la toma de Numancia.
Tradicionalmente se ha considerado La Numancia una de las mejores tragedias renacentistas españolas, si bien ninguna de las que se compusieron en la España del siglo XVI durante el resurgir de este género tiene una calidad notable. Pero Cervantes cuenta que las obras teatrales de su primera época fueron llevadas a las tablas y ninguna fue denostada. Se ha venido contando que fue representada con éxito durante los Sitios de Zaragoza en 1808 y se sabe que se dio también en Madrid una Numancia hacia 1815 que fue alabada por el público, según transmite Mesonero Romanos; pero probablemente se trate de la neoclásica Numancia destruida (1775) de Ignacio López de Ayala o de la Numancia, tragedia española (1813) de Antonio Sabiñón. El éxito del tema venía de antiguo, pues ya Rojas Zorrilla compuso una Numancia destruida en el siglo XVII. Es posible que la Numancia cervantina gozara de otras representaciones en el Siglo de Oro, pues el manuscrito de principios de la decimoséptima centuria en que se conserva uno de los testimonios textuales de la obra, o bien sirvió para libreto de una compañía de comedias o, al menos, interesó su copia en el ámbito de los profesionales de las tablas.
Destaca sobre todo en La Numancia el desarrollo del protagonista colectivo, la habilidad con que se modula su esperanza, siempre contrariada por el destino, y la posibilidad humana de actuar en libertad, incluso cuando parece imposible. La obra culmina con la decisión numantina de no entregar nada ni a nadie al enemigo suicidándose colectivamente, lo que les dignifica y honra sobre los romanos, a pesar de la muerte y la derrota.
En cuanto a los defectos, también se ha reiterado la torpeza de Cervantes en algunos versos, rimados con la misma palabra, y empedrados de ripios. Sin embargo hay momentos de poesía eficiente y hasta elevada. La auto deprecación que Cervantes hizo de sus facultades para la poesía («la gracia que no quiso darme el cielo») ha venido repitiéndose como un lugar común, aunque a finales del siglo XX y principios del XXI, con la conmemoración del cuarto centenario de la primera edición del Quijote, ha vuelto a valorarse en su justa medida la lírica cervantina, no tan mediocre como siempre se ha dicho. Ahora bien, las carencias métricas de La Numancia no se pueden soslayar, si bien todos los manuscritos en que se ha transmitido esta tragedia son copias bastante imperfectas de lo que habría podido ser la versión definitiva del autor.
Fuente: Wikipedia