Alfonso Pardo Manuel de Villena (Marqués de Rafal) - EL CONDE DE LEMOS, un mecenas español del siglo XVII

Reseña de la obra para el Boletín de la Real Academia de la Historia nº 61 de 1912.

No hace mucho tiempo que tenía yo el gusto grande de presentar á la Academia, á nombre de su novel autor, el primer libro, fruto estimable del ingenio y laboriosidad del Marqués de Rafal, en que este joven Procer daba, con seguridad no acostumbrada, los primeros modestos pasos por el sendero hermoso y atractivo de las letras. Y cuando le presentaba el estudio titulado El Marqués de Rafal y el levantamiento de Orihuela, que con tanto aprecio recibió nuestra Corporación, le anunciaba yo que no habríamos de tardar demasiado en saborear una nueva producción de esa aristocrática pluma, conociendo como tanto conocía á su dueño, que, desdeñando los requerimientos de la moda, se habia entregado de lleno en los brazos de la Historia, no por mero pasatiempo ni capricho, sino por seria y decidida vocación.
Este nuevo libro sobre El Conde de Lemos viene en efecto á acreditarnos, de buen profeta á mí, y al Marqués de verdadero literato y de historiador excelente: hay que congratularse de ello, porque en este nieto de los Manuel de Villena tales gratos comienzos son fundado motivo para esperanzas lisonjeras, de que nuestros caros estudios habrán de reportar, en grado no corto, honra y provecho.
Hale seducido en esta ocasión la figura señoril y simpática del séptimo Conde de Lemos, D. Pedro Fernández de Castro Andrade y Portugal, el gran Conde de Lemos, sin duda ninguna el primero de todos los Mecenas españoles de su siglo, con tratarse del XVII, en que nuestra más alta Nobleza sintió como nunca el amor de las letras y tuvo como nunca á justa gala el otorgar su amistad y favorecer con su protección á los que en primer término con tanta gloria las cultivaban.
Explicóme de sobra la atracción que tal personaje ha ejercido sobre el Marqués, como la ejerció sobre mí, pues en mi extenso trabajo de la Casa de Castro y sus Condes de Lemos, que abarca casi 200 páginas en el tomo IV de mi Historia Genealógica y Heráldica, dediquéselas en abundancia, contra lo que en realidad consiente la índole de libros como el mío, forzados á mucho reducirse en la parte puramente biográfica, aun de las mayores ilustraciones y celebridades. Es, en efecto, para despertar la noble curiosidad de los doctos cuanto, en la no muy larga vida del Conde, Virrey de Nápoles, Embajador en Roma y Presidente de los Consejos de Indias y de Italia, sobrino y yerno del Duque de Lerma, puede referirse á sus relaciones y trato con los mayores ingenios de aquella grande época, con Lope de Vega, con Miguel de Cervantes, con los hermanos Argensola, con Mira de Mescua, con Góngora, con Vicente Espinel, con Barrionuevo, con los primeros mantenedores de aquel gran siglo de las letras en España. Sujeto de quien el Fénix de los Ingenios escribió aquello de
El dulce trato del discurso nuestro (perdonad el lenguaje) os tuvo y quiso por Señor, por Apolo y por Maestro
 diciendo luego de él:
Bien sabéis cuánto os amo y venero, y cuántas veces he dormido á vuestros pies como un perro; hombre á quien D. Luis de Góngora llamó
florido en años, en prudencia cano
y D. Francisco de Quevedo, honra de nuestra edad; personaje que tales elogios mereció á Lupercio y Bartolomé Leonardo, y á quien el autor del Quijote declaró tantas veces su verdadero señor y bienhechor, confesando que me sustenta, ampara y hace más merced que yo acierto á desear, escribiéndole, ya para morir, la carta famosa que sobre todo lo demás ha inmortalizado su nombre:
Puesto ya el pie en el estribo,con las ansias de la muerte, gran Señor, ésta te escribo.
Bien merecía de nuestra literatura un libro especial, como el que ha tenido el Marqués de Rafal la feliz idea de consagrarle, ya que el de nuestro llorado compañero D. José María Asensio no pudo pasar de un folleto de pocas páginas, aunque tan interesante y nutrido de noticias como suyo.
Claro es que el Conde de Lemos tuvo una muy varia personalidad, como su alto nacimiento, sus grandes alianzas de familia, sus aptitudes y talentos reconocidos, habían de concurrir á formar; y así se le encuentra presidiendo primero en Valladolidel Consejo Supremo, de las Indias; rivalizando con el célebre don Pedro Franqueza, primer Conde de Villalonga, cuyo Título pasó luego á ser Villa-franqueza, en el ánimo y afecto de su propio suegro; gobernando como Virrey y Capitán General el Reino de Napóles; inspirando ciertas empresas militares contra los turcos desde su gobierno; dirigiendo de allí mismo el socorro del Milanesado contra el Duque de Saboya Carlos-Manuel; presidiendo más tarde, en Madrid, el Supremo Consejo de Italia; tomando parte principal en los asuntos de la Monarquía al lado del Duquede Lerma y enfrente de su cuñado el Duque de Uceda, hasta la caída de aquél, que motivó su propio destierro.
En todas estas situaciones lo estudia Rafal, aunque siempre, en primer término y con mucho mayor detenimiento y cuidado, en su calidad de cultísimo Mecenas, objeto preferente de sus investigaciones y trabajos.
Ciertamente que mucha parte de todas estas noticias no son desconocidas, y andan por ahí sueltas y desperdigadas en mil libros distintos, lo que hace su consulta por todo extremo fatigosa; mientras que ahora, agrupadas y reunidas con arte y con acierto evidentes por este su nuevo biógrafo, la figura del gran Conde de Lemos aparece toda entera y de una vez sobre vistoso pedestal, desde donde puede ser de todos contemplada y apreciada debidamente.
Nacido el Conde D. Pedro en su propia Villa Señorial de Monforte de Lemos, cuando estaba á la mitad el gran reinado del Señor Don Felipe II, y lucía en todo su soberano esplendor aquel período, no igualado en parte alguna, que iniciaran los Reyes Católicos, acreciera todavía el gran Emperador Carlos V y mantuviera en toda su plenitud la Majestad del Rey Prudente, vino al mundo este vastago de los Castros, de la Sangre Real de Portugal, destinado á hacer el papel principalísimo que los Grandes de la vasta Monarquía tuvieron sobre sus hombros de gigante, mientras no llegó el momento de su voluntaria incomprensible abdicación, en nuestros días y casi á nuestros ojos. Ayudábanles el prestigio del nombre, la riqueza de los Estados, el respeto general, las energías de la voluntad y la preparación política y literaria; el conocimiento, en suma, del papel que la Providencia les había señalado sobre la escena de la más grande España y de toda la Europa cristiana, que era como decir la del mundo civilizado.
El Marqués de Rafal toma á su héroe casi desde la cuna; lo lleva desde el paterno alcázar solariego á la Universidad salmantina; desde allí á la Corte, aún andariega, de Valladolid, al desempeño de alto cargo político y á la intimidad de los Reyes; á la representación después de su Soberano en Nápoles, donde tiene él mismo Corte lucida y fastuosa; lo trae de nuevo á España y á Madrid, ya no sólo para presenciar la caída del omnipotente Valido, á quien era tan allegado, sino para verse arrastrado y cogido en su desgracia definitiva; lo acompaña á su destierro en el retiro de su casa de Monforte, desde donde no salió ya más que para morir cristianamente en la de Madrid; y aún sigue el viaje de sus restos mortales á Galicia, para que durmieran el sueño eterno en el monasterio de Descalzas Franciscanas, por él mismo fundado.
Cada una de estas variadas épocas de la vida del Conde proporciona al Marqués de Rafal muy natural ocasión de presentar al lector diversos é interesantes cuadros que se leen y se estudian con verdadero deleite, y dan cabal idea de cómo fué aquel siglo XVII, que en su primera mitad no marcó la decadencia política que suponen muchos, y en lo intelectual y literario fué tan verdaderamente brillante, de luz tan intensa y viva, como no lo ha conocido quizá ningún otro país, ni siquiera la Francia misma de Luis XIV y del siglo XVIII.
Hay que detenerse con singular encanto en esos últimos días que el Magnate gallego pasara en Monforte,
en este Montefuerte coronado de torres convecinas á los Cielos,
alejado del bullicio cortesano, en la cristiana paz de la aldea, en las fiestas religiosas de la Cofradía de Nuestra Señora, con los nobles aditamentos profanos que verá el que lea, y sin otra satisfacción verdadera, según dice en su célebre carta a Bartolomé Leonardo de Argensola, que los lindos ratos pasados con los libros y en el encomendarse á Dios.
De todos modos, consignemos complacidos que este libro es el primero que se consagra por la erudición española á este Conde de Lemos, honor de la gran nobleza de su tiempo, cuya figura era sin duda menos conocida de lo que mereciera su vida, no llegando á ello ni aun el propio trabajo de Barrera en su Catálogo Bibliográfico; y no es posible dejar de ver que en el del Marqués de Rafal ha acudido el autor á otras fuentes poco utilizadas, ó desconocidas del todo, poniendo por primera vez á la luz cartas, documentos, noticias y referencias interesantes que podrá apreciar en sus 300 páginas el que lo lea. Lástima que toda su buena voluntad y sus meritorios esfuerzos no hayan logrado dar con mayores y nuevos detalles acerca de las relaciones del Conde con Cervantes y de la clase de protección que éste mereció de aquél, por la gratitud honda del manco inmortal tantas veces y en tan diversos tonos proclamada. Sírvale á esta decepción de consuelo el recuerdo de las infructuosas pesquisas hechas por la última Duquesa de Berwick y de Alba, de buena memoria; aunque Condesa de Lemos ella misma y poseedora del Archivo de esta Casa; decepción de que tan amargamente se lamentaba al publicar el Catálogo de valiosos documentos con que enriqueció generosamente la cultura española.
Puede que algún día la casualidad ciega ponga tales noticias ante los ojos del que menos las buscare, y á quien quisiere hacer ese rico presente la ciega y caprichosa fortuna.
En el bien escrito proemio que el Marqués de Rafal pone á su libro, declara que era propósito modesto el suyo, que otra cosa no consintieran sus escasas fuerzas; y es de estricta justicia dejar sentado, como lo hago gustoso, que su bello trabajo excede en mucho de afirmaciones tan humildes, y que él puede servir de patrón á cuantos quieran en lo sucesivo sacar al público conocimiento y á la estimación que merecen estas nobles y simpáticas figuras de los Señores y Mecenas españoles, ellos mismos poetas y hombres de letras, tan poco conocidos hoy, y, desgraciadamente, apenas imitados.
Y por esto mismo, lo que no es posible dejar de hacer notar, para concluir este informe, es que el libro de nuestro ilustre Correspondiente llega con oportunidad notoria, en el mismo, momento en que hace falta, cuando los Grandes de España literatos se están acabando, y los Mecenas españoles son tan escasos —de unos y otros guarda quizá esta Academia los pocos que restan,— para despertar de nuevo tan nobles aficiones y tradicionestan honrosas en la patria del Conde de Lemos. Por todo ello hay que felicitar sinceramente al Marqués de Rafal, en espera de nuevos frutos de su ingenio, cada día más en sazón, como este libro suyo demuestra de sobra.
 
Madrid, 4 Junio 1912. F. FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT.


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