Vamos a anudar la historia de nuestra nación en el punto mismo que comienza su decadencia. Hemos de contar ahora cómo de tanta grandeza vinimos a humillación tan grande; cómo de tamaño poderio a tamaña impotencia, y de sucesos tan prósperos, a tan inauditas desgracias como lloran ojos españoles en los días de Carlos II...
Más de una vez la pluma ha de vacilar en el propósito de seguir adelante, al inquirir y apuntar los hechos de esta era desdichada; más de una vez el rubor ha de manchar nuestras mejillas y la ira ha de agitar nuestro corazón. Míseros reyes y ministros torpes que cometieron todas las faltas de sus antecesores y no supieron estudiar ni imitar ninguno de sus aciertos; movidos, príncipes y subditos, no de erróneos pensamientos de religión ó de política, sino «de la pereza del ánimo ó del deleite del cuerpo, de lujuria, vanidad y codicia. Bien ha sido hacer alto en la severa y noble relación de Mariana y Miñana antes de pasar á referir cosas tan diversas y tan inferiores. Sólo se echará ahora de menos la pluma con que pintó Tácito las vilezas de Galba y de Vitelio y la decadencia de la virtud romana.
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