Juan Antonio Llorente fue un erudito, político y eclesiástico, nacido en Rincón del Soto (La Rioja) en 1756 y muerto en Madrid en 1823.
Dedicado a la carrera eclesiástica, más bien por asegurarse una posición que por vocación verdadera, fue sucesivamente beneficiado en Calahorra, doctor en Derecho canónico, abogado de los Reales Consejos, vicario general del obispado de Calahorra, secretario de la inquisición de Madrid, dignidad de maestre-escuela de la catedral de Toledo, canciller de la Universidad, condecorado con la cruz de Carlos III, y miembro de varias sociedades del reino.
Hallándose en su pueblo natal, prestó auxilios y proporcionó medios de subsistencia a muchos eclesiásticos franceses emigrados durante la revolución.
Profesaba ideas liberales y fue amigo del inmortal Jovellanos, en cuya desgracia fue envuelto, sufriendo como él persecuciones, y viéndose privado de algunos de sus empleos.
Al verificarse la invasión francesa en España, se adhirió al gobierno de José Bonaparte, desempeñando los destinos de consejero de Estado, director de Bienes nacionales y comisario general de Cruzada.
A la caída de este gobierno tuvo que salir de España, marchando a Paris, donde continuó en sus ocupaciones literarias. Pero la Historia de la Inquisición, que publicó en esta capital, con los materiales que había recogido mientras fue secretario en Madrid, y poco después otra obra titulada Retratos políticos de los papas, le suscitaron persecuciones.
Con la llegada de la Constitución de 1812 gracias al pronunciamiento de Rafael del Riego en 1820, Llorente se puso de parte del nuevo estado liberal español; esto, junto a sus actividades como carbonario, descubiertas por el estado francés, motivaron su expulsión de Francia, trasladándose de nuevo a Madrid al amparo del nuevo orden político, donde fallecería pocos meses después.
Uno de los escritos que le han dado justa reputación son las Observaciones críticas sobre el romance de Gil Blas de Santillana, en que demuestra de un modo incontestable la procedencia española de dicha novela. Además de las obras citadas, dejó las siguientes: Monumento romano descubierto en Calahorra; Discursos histórico-canónicos; Fuero-juzgo o Colección de leyes promulgadas en España por los reyes godos; Noticias históricas de las tres Provincias Vascongadas; Discurso heráldico sobre el escudo de armas de España; Colección diplomático de varios papeles; Disertación sobre el poder que los reyes españoles ejercieron hasta el siglo XII en la división de los obispados; ¿Cuál ha sido la opinión de España respecto a la Inquisición?; Discurso sobre la opinión nacional de España, relativa a la guerra con Francia; Observaciones sobre las dinastías de España; Memorias para la historia de la revolución española; Monumentos históricos relativos a las dos pragmáticas sanciones; Discursos sobre una constitución religiosa, considerada como parte de la civil nacional; Aforismos políticos.
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Juan Antonio Llorente es, posiblemente, el intelectual español que más ha sufrido críticas y denuestos y, lo que aún es más grave, el autor que ha soportado los efectos de una conspiración destinada a silenciar una ingente obra que aún hoy no está al alcance de cualquier curioso.
La presentación de su vida y obra se concentra en cuatro momentos o partes cuyo enunciado es suficiente para descubrir la importancia de su envite y en buen medida el de los ataques que hubo de soportar.
En primer lugar, entre otras muchas polémicas políticas e intelectuales en las que se vio envuelto, Juan Antonio Llorente fue el protagonista del mayor debate del siglo XIX: el que enfrentó por un lado a publicistas pagados por la Corona y por las Provincias Vascongadas de otro en torno a los fueros, un debate todavía vigente, muy enconado y desgraciadamente poco esclarecido.
La segunda parte concierne al Santo Oficio y a los intentos de Llorente para abolirlo. La Inquisición es la punta de un iceberg del que quedan bajo el agua las muchas cuestiones relativas a las relaciones Iglesia-Estado cuando el Antiguo Régimen se acerca a su fin. Tampoco puede decirse que los problemas relativos a la Inquisición hayan quedado olvidados y las opiniones de Llorente provocan réplicas las cuales demuestran que, al menos, no se equivocó a la hora de elegir sus temas.
La tercera parte trata de la conversión de Llorente a los ideales revolucionarios franceses. La invasión francesa y la entronización de José Bonaparte fue y es motivo de escándalo y el papel de Llorente en ella dio origen a denuncias no sólo por su militancia política sino por su actuación en la dirección al frente de Bienes Nacionales.
La cuarta parte describe el duro exilio de Llorente en Francia, sus peripecias en este país, su radicalismo político y su corta estancia en España antes de morir. Ni siquiera el exilio calmó su espíritu y en los diez años finales de su vida aún tuvo fuerzas para continuar viejos combates.
Extraído del Prólogo (por Miguel Artola) de la obra Juan Antonio Llorente, español maldito de Francisco Fernández Pardo