Atala (1801), junto a René (1802), se sitúan en la encrucijada entre clasicismo y romanticismo, romanticismo en el tratamiento efusivo y lírico de temas heredados de la narrativa sentimental del XVIII, y clasicismo en la voluntad de simetría y equilibrio que denota su estructuración formal.
En 1789, año del estallido de la Revolución, Chateaubriand había empezado a escribir y se movía con soltura por los círculos literarios parisinos.
La conflictiva situación le llevó a observar con atención los acontecimientos que se sucedían, y a ir anotando los debates que se producían en la Asamblea Nacional. Se mostró partidario de la monarquía constitucional y absolutamente contrario al proceso revolucionario, aun antes de que miembros de su propia familia -de la vieja aristocracia bretona- fueran ejecutados y él mismo perseguido. En 1791, huyendo de la Revolución, visitó durante unos meses EE.UU., donde tuvo oportunidad de conocer a George Washington (la veracidad de dicho encuentro ha sido puesta en duda); pero esa breve estancia le inspiró sus novelas exóticas Les Nátchez (escrita en 1800 pero publicada en1826), Atala y René.
Atala es la narración que hace el viejo indio Chactas al francés René, de una aventura de su juventud: salvado por una joven india cristiana, llamada Atala, y enamorado de ella, la pierde porque ella prefiere la muerte, aunque le quiera a su vez, porque había sido consagrada a Dios por su madre moribunda.
En esta novela, en que domina el recuerdo de Pablo y Virginia de Bernardin de Sant-Pierre, no sólo en la voluntad de pureza de la protagonista, sino también en las descripciones de una naturaleza exótica, vibra una sensibilidad nueva en que se mezclan la religiosidad y la inquietud, la pasión avasalladora del amor juvenil y la paz solemne de la fe.
La obra tuvo un éxito excepcional y abrió las puertas al sentimentalismo, que no era una novedad en la novela, pero que, a partir de entonces, se desarrolla bajo el signo de lo pasional, lo individualista y las ideas rousseaunianas.