Gautier conoce en 1833 a Eugène Piot, un joven heredero, apasionado por el arte, la cultura y el coleccionismo, acompañándole en sus viajes en calidad de consejero artístico, a Alemania e Italia. En 1840 le propone un viaje a España, en donde se supone que, después de siete años de guerra civil, es el lugar apropiado para comprar cuadros, objetos de arte y antigüedades, al mismo tiempo que le servirán para escribir sus artículos sobre España y publicarlos en el diario La Presse, de París, y en la revista Deux Mondes.
Gautier llega a la frontera de Bayona el 11 de mayo de 1840, seis días después de su salida de París. Después de pasar tres días en Burgos y Valladolid, se dirige a Madrid donde permanece desde el 22 de mayo al 20 de junio. Del 20 al 23 de junio visita Toledo, regresa a Madrid, de donde sale el 27 con dirección a Andalucía: Granada (1 de julio al 12 de agosto), Málaga (del 14 al 16 de agosto), Córdoba (del 21 al 23 de septiembre), Sevilla (del 24 de agosto al 2 de septiembre), Cádiz (del 3 al 11 de septiembre), permanece en Valencia del 15 al 30 de septiembre; embarca hacia Francia llegando a Port Vendres el 3 de octubre. En 1843 aparece por primera vez una versión de este viaje a España con el título Tra los montes. Ese mismo año, el teatro de variedades presenta el vaudeville Un voyage en Espagne, pero es en 1845 cuando Gautier encuentra un nuevo editor, Charpentier, y lo reedita con el título definitivo.
El libro es un conjunto de artículos que Gautier iba escribiendo semana tras semana, combinando la explicación turística, la crónica, y el diario de viaje.
El viaje romántico (del que se dice que inventó la España de pandereta) aporta al relato una savia nueva, no es una guía, sino una meditación, a veces poética, a veces emotiva, sobre lo que observa, aunque esta meditación es estética y personal, interesada. Interesada y personal porque sólo escoge aquello que le sirve para expresar vivencialmente sus pensamientos, intentando involucrar al lector, haciéndole partícipe, incluso cómplice, de sus emociones.
El viajero romántico ama la verticalidad de la montaña, porque en ella se encuentran los castillos, los bandoleros, ladrones y contrabandistas, en oposición a las llanuras, monótonas, incultas, despobladas, porque al romántico no le interesan las labores agrícolas, despreciando toda la cotidianeidad. En esa situación se encuentra La Mancha, pero de esta descripción salen páginas llenas de matices, de emoción, de exaltación de la sensibilidad de un universo lúdico y pintoresco, estético y sensual.
El paraíso andaluz, por el contrario, contrasta con las demás regiones, la óptica romántica se deshace en elogios al clima, la luz, el relieve, el exotismo africano, el arabismo, el pintoresquismo, características que pocas regiones comparten a medias con el edenismo andaluz.
Extraído del artículo: El universo lúdico de Théophile Gautier en Voyage en Espagne: La Mancha, de Nicolás CAMPOS PLAZA y Natalia CAMPOS MARTÍN. Universidad de Castilla - La Mancha.
La realidad española no tenía nada que ver con la idea de nuestro país que atraía a los románticos. Es cierto que España se había quedado atrasada respecto a la Europa más desarrollada tras la catástrofe de la Guerra de Independencia y guerras civiles que la siguieron. También que había elementos pintorescos únicos, empezando por los toros, pero ni estaba en la Edad Media, ni era África.
Pero el Romanticismo, con su búsqueda de emociones, su exaltación de los sentimientos, había decidido mitificar a España, paraíso e infierno delicioso para escritores, artistas y enamorados, lleno de majas, de toreros y de bandoleros.
Con todo, aterrizar en el siglo XIX y que Gautier nos acompañe por Burgos, el Paseo del Prado de Madrid, Sevilla, o la Mezquita de Córdoba es un plan emocionante y lleno de interés. Su visión es casi siempre imparcial y tiene un encanto y una mirada de la que carecen muchos otros viajeros que le siguieron. A su regreso a París confesó:
Me sentía allí como en mi verdadero suelo y como en una patria vuelta a encontrar.