Théophile Gautier definiría, utilizando el recurso de la antigüedad, el amor por el arte, a través de Arria Marcella, de 1852.
En este corto escrito de corte fantástico, Octaviano, el protagonista, se enamora de una obra de arte de un modo puro pero no exento de sensualidad. A lo largo del relato, la inquietante Arria Marcella, objeto de deseos y ensoñaciones, tomará formas distintas, como si su metamorfosis continua proporcionara a la imaginación del personaje fascinado de Octaviano, así como a la del lector, una compleja variedad de signos. Su lectura es como una alegoría de la obra artística: multifacética, evanescente, idealmente presente y físicamente alucinada.
Gautier explota frecuentemente las figuras femeninas como elemento de transgresión del orden cósmico, como fuente directa de fenómenos fantásticos. Estas mujeres inquietantes se inscriben en un tipo át fantástico interior que se desarrolla en Francia a partir de la influencia de Hoffmann. Con el tema de la mujer sobrenatural, Gautier explora pues la vía de lo fantástico como resultado de una aprehensión subjetiva del mundo, una forma particular de mirarlo y, simultáneamente, de bucear en el alma humana.