La vida disoluta de Francisco I inspiró a Víctor Hugo a escribir la obra teatral «El rey se divierte», estrenada en 1832 y duramente atacada por la censura gubernamental del momento.
A este respecto, el autor expresa en el prólogo a la obra (célebres y funcionales prólogos, por otra parte) lo siguiente:
La aparición de este drama en el teatro dio motivo a un acto ministerial inaudito. Al día siguiente de su estreno remitió al autor, Jouslin de la Salle, director de escena del Teatro Francés, el siguiente oficio, cuyo original conserva: «En este momento, que son las diez y media, acabo de recibir la orden de suspender las representaciones de EL REY SE DIVIERTE, que me comunica H. Taillor en nombre del ministro. »Hoy 23 de noviembre.»
Lo primero que le ocurrió al autor fue dudar de lo que estaba leyendo, porque el acto era arbitrario hasta lo increíble.
El ministro usurpó la obra a su autor, su derecho y su propiedad; no le faltó más que encerrarlo en la Bastilla.
La Comedia Francesa, estupefacta y consternada, quiso dar algunos pasos cerca del ministro para obtener la revocación de tan extraña orden, pero fueron inútiles. El Consejo de ministros se había reunido aquel día, y la orden del ministro del día 23 pasó a ser el día 24 una orden de todo el Ministerio.
El 23 suspendieron la representación del drama, el 24 lo prohibieron, conminando a la empresa a que borrara de los carteles el pavoroso título EL REY SE DIVIERTE. Intimaron además al Teatro Francés a que se abstuviera de quejarse. Acaso hubiera sido conveniente resistir este despotismo asiático, pero a eso no se atreven los teatros, pues el temor de que les retiren las subvenciones los convierte en siervos y en vasallos, en eunucos y en mudos.
El autor permaneció y debió permanecer extraño a estos manejos del teatro. Es poeta y no depende de ningún ministro.